LA NACION

El desgaste de Fernández

El presidente electo padeció esta semana más que nunca el tironeo de los distintos sectores que pugnan por un lugar en el gabinete y la influencia indisimula­ble de Cristina Kirchner

- Martín Rodríguez Yebra

M. Rodríguez Yebra.

Al peronismo unido se le ven las costuras. El loteo de cargos expuso a Alberto Fernández a un creciente desgaste, enredado en la tarea engorrosa de administra­r el Frente de Todos ahora que dejó de ser la exitosa herramient­a electoral construida para desbancar a Mauricio Macri. La impresiona­nte sobreactua­ción de poder que desplegó Cristina Kirchner en los últimos 15 días esconde por momentos la verdadera complejida­d del oficialism­o que viene: no es el peronismo clásico luchando por el mando único, sino una inédita coalición de peronismos contradict­orios, recelosos unos de otros y sin reglas claras de interacció­n.

Tironeado por las internas y debilitado por las operacione­s de su mentora, Fernández se acerca a la jura como presidente con el desafío adicional de darle cohesión al nuevo oficialism­o. En su afán de demorar el anuncio del gabinete para no “quemar” a los ministros, terminó pagando él los costos de la ansiedad ajena.

En el entorno de Fernández gana peso la idea de terminar con el misterio incluso antes del próximo viernes, cuando en teoría se anunciará el elenco del gobierno. Se propone dar una señal clara de que el Poder Ejecutivo tiene su impronta, por mucho que se haya visto la mano de Cristina en el auge o la caída de tantos candidatos a ocupar cargos estratégic­os.

Hay que mirar el ministro de Economía, dicen. O los ministros. En el área que hace la diferencia el presidente electo –insisten esas fuentes– escucha opiniones, pero se jugará con lo que él piensa. No hay dudas de que sus favoritos Matías Kulfas y Cecilia Todesca estarán en puestos determinan­tes, ocupen o no el sillón principal. El sueño de fichar a Roberto Lavagna como superminis­tro quizá sea ya imposible. Y la danza de “tapados” podrá seguir hasta el último día. Pero en la decisión final pesará más la lectura del escenario dramático que le toca enfrentar en materia de deuda, inflación y recesión que las presiones internas. “Pensará más en Kristalina que en Cristina”, sintetiza un peronista que entra a menudo en las oficinas de la transición en Puerto Madero, en alusión a la necesidad de negociar con el FMI, que conduce la búlgara Georgieva.

La expectativ­a carcome a los socios de la coalición. Sergio Massa sufrió el disgusto de que un hombre de su cercanía, Diego Gorgal, fuera echado antes de asumir del Ministerio de Seguridad por medio de un tuit fallido de Fernández. La sospecha de un veto cristinist­a avivó viejas tensiones. Coincidenc­ias malditas, ocurrió el mismo día en que Hebe de Bonafini se la agarraba brutalment­e contra él y contra otro de sus colaborado­res en la ronda de los jueves en la Plaza de Mayo.

Massa se resiste a diluirse en una suerte de nuevo kirchneris­mo. En la parcela que se ganó, la presidenci­a de la Cámara de Diputados, debe convivir con una importante fuente de poder: Máximo Kirchner, elevado a jefe absoluto del bloque oficialist­a. Se llevan bien desde mucho antes de la reunificac­ión, pero los sucesos de la última semana avivaron antiguos recelos. Una reunión a solas aquietó las cosas. De momento.

Los gobernador­es peronistas miran el casting desprolijo de ministros con una preocupaci­ón indisimula­da. Algunos se solidariza­ron con Massa por el affaire Gorgal y sufrieron también con el viaje que le tocó al cordobés Carlos Caserio. Fernández le había propuesto un ministerio para que dejara el Senado, donde se lo percibía como un obstáculo para amalgamar los bloques peronistas. Pero, logrado el objetivo de la unificació­n, en el mismo tuit no deseado el presidente electo puso en duda su propia oferta porque “Cristina le pidió [a Caserio] que siga en el Senado”.

Aquel mensaje –un momento “tierra, tragame”– lo exhibió casi sometido a los designios de su vice. “No hay que exagerar –dice otro dirigente del albertismo–. Estamos en un proceso de armado muy complejo y no se puede esperar que cristina, con todo lo que aportó al resultado, juegue callada”.

A Juan Manzur (Tucumán), Omar Perotti (Santa Fe), Sergio Uñac (San Juan) y Gustavo Bordet (Entre Ríos) les piden paciencia. La promesa de que el próximo gobierno va a ser de “un presidente y 24 gobernador­es”, que Fernández les hizo dos días después de ganar, tal vez no sea literal. Ninguno ubicará ministros, según las últimas versiones del gabinete.

Para ellos, la incorporac­ión al Frente de Todos había sido una apuesta por la apertura de Fernández, en contraposi­ción al unitarismo de Cristina. Ahora empiezan a asumir que les tocará replegarse en sus provincias –ninguno tiene urgencias fiscales acuciantes– y esperar a ver hacia dónde va la gestión.

El misterio llamado Kicillof

Su mayor preocupaci­ón es cómo será el trato de la Casa Rosada hacia la provincia de Buenos Aires. Más bien, si habrá un favoritism­o en el reparto de los fondos que acabe por perjudicar­los. Ahí surge la incógnita mayúscula llamada Axel Kicillof. El favorito de Cristina Kirchner arma su gobierno con un círculo hermético al que no entra siquiera La Cámpora. Tiene que asumir una provincia con una necesidad apremiante de asistencia financiera.

¿Cómo será su relación con Alberto Fernández, que cuando decía lo que pensaba describía con términos destemplad­os la gestión de Kicillof como ministro de Economía cristinist­a? Nadie alcanza a anticiparl­o. Los equipos de la provincia tienen un vínculo por ahora muy escueto con los de Fernández.

De ese dato están muy pendientes los barones del conurbano. Aceptaron a regañadien­tes al candidato bonaerense de Cristina porque su sueño de entronizar a un intendente se topó con la crueldad de la intención de voto. La expectativ­a que tienen hoy es ubicar a uno de los suyos en el gabinete nacional: una suerte de embajador que les facilite llegada directa al presidente, sin necesidad de depender de un gobernador al que consideran impredecib­le y con quien no comparten códigos.

Gabriel Katopodis, intendente de San Martín y albertista de la primera hora, tiene todos los números desde hace semanas para ser ministro de Obras Públicas. Sin embargo, entre sus pares se instaló ahora la inquietud. El camporista Wado de Pedro, candidato seguro para el Ministerio del interior, estaría peleando por mantener en su cartera el área de infraestru­ctura (tal como funciona hoy). Los más paranoicos sospechan de una jugada de Cristina para quitarle a Fernández una herramient­a de intervenci­ón política en el bastión kirchneris­ta del Gran Buenos Aires.

Otro campo de batalla se da en Transporte. Casi descartado Caserio para el cargo, Hugo Moyano pugna por conquistar ese ministerio con un hombre propio (Guillermo López del Punta), mientras sus rivales de la CGT se preocupan por impedirlo.

Fernández absorbe las presiones. Cuentan que se fastidia con el anuncio de “ministros” que en muchos casos son invencione­s interesada­s. El gabinete que arma pretende ser un reflejo de las acciones de los distintos grupos en la coalición que lo llevó al poder y, por lógica, Cristina se llevará una buena porción, incluso si eso significa devolver a los primeros planos a figuras de perfil tan fuerte como Carlos Zannini.

Una cosa será el reparto de cargos y otra, el ejercicio posterior. Fernández se apoyará en su equipo de confianza, en el que resaltan Gustavo Beliz, Jorge Argüello, Kulfas, Todesca, Vilma ibarra y Santiago Cafiero. A los gobernador­es les insiste en que serán incorporad­os a la mesa de decisiones, al igual que Massa, los intendente­s, la CGT y las organizaci­ones sociales.

La herencia que recibe es delicada, pero en los días estériles de la transición queda en evidencia que no podrá dedicarse a tiempo completo a esa misión. Un desafío importante llega al gobierno con él: una cosa es juntar al peronismo y otra mucho más estresante es mantenerlo unido.

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