LA NACION

Sueños cumplidos

la nacion volvió a visitar a las comunidade­s más pobres de Santiago del Estero y de Chaco para conocer el impacto de las donaciones hechas por la audiencia, a partir de las notas

- Texto Micaela Urdinez | Fotos M. Urdinez y Javier Corbalán

Durante 2018, la nacion contó cómo eran las infancias de los niños más pobres del país, a través del proyecto Hambre de Futuro. Un año después, volvió al norte argentino para indagar cómo habían cambiado sus vidas gracias a la visibiliza­ción de su realidad y la ayuda de la audiencia, conmovida con sus historias. Nolasco “Palito” Santillán (foto), por ejemplo, vivía con su mujer y sus 16 hijos y nietos en un rancho de ladrillos y plásticos en el paraje Los Tigres, en Santiago del Estero. Después de la nota, el gobierno provincial se comprometi­ó a construirl­es una casa, que estrenaron el mes pasado. Los Santillán usaron las donaciones de los lectores para comprarse una heladera, una cocina, una garrafa y hacer la conexión de la electricid­ad.

Nilo Romero “saltó a la fama” sin darse cuenta. Cuando en 2018 venció su timidez y se animó a mostrar cómo era su día a día en el paraje Piruaj Bajo en Santiago del Estero para el proyecto Hambre de Futuro, de la nacion, nunca pensó que tanta gente se iba a sensibiliz­ar con su realidad y que iba a querer ayudarlo.

Gracias a las donaciones de la audiencia, no solo cumplió con el sueño de tener su propia cama, sino que también pudo equipar su casa con un baño instalado, luz eléctrica a partir de una pantalla solar y construir una cisterna de agua. Además, consiguió una beca para irse a estudiar al Oratorio Don Bosco en la capital de Santiago del Estero.

Un año después, la nacion volvió a recorrer los rincones de Chaco y de Santiago del Estero para visitar a los protagonis­tas de las historias de Hambre de Futuro –un proyecto que buscó mostrar cómo son las infancias en los lugares más pobres del país– para comprobar cuál había sido el impacto de haber visibiliza­do su situación.

“Nos ayudaron con un montón de cosas. También me donaron una bicicleta, que he dejado en el campo; un freezer; dos camas con sábanas y cubrecama, y ropa”, dice hoy un Nilo mucho más adulto y confiado.

Es en las provincias del norte del país donde los niños tienen sus derechos más avasallado­s, según los datos del Observator­io de la Deuda Social Argentina de la UCA. Allí se encuentran los más pobres en recursos económicos, en acceso a servicios básicos y en oportunida­des. Ahí viven “los hijos del monte”, una camada de chicos que pasan sus días en armonía con la naturaleza y en conflicto con sus derechos.

A través de diferentes notas –en las plataforma­s impresa, online y audiovisua­l–, Hambre de Futuro mostró cómo los niños estaban atravesado­s por la misma geografía y desafíos similares, acosados por la aridez, la falta de agua y abandonado­s en su salud. Pero también que, a pesar de tener hambre o calor, estar cansados de trabajar y acceder a una educación y una salud precarias, amaban el monte, su cultura, sus costumbres y se animaban a soñar.

Todos tenían un deseo más marcado que, de alguna forma, ponía en evidencia cuál era su punto de partida: algunos pedían lo inmediato, como “tener para comer”, “unas zapatillas” o “una cama”. Y otros –los que tenían una base mínima de acceso a derechos– podían salir de lo inmediato y soñar con “una pelota de fútbol”, “ser policía” o “estudiar para ser enfermera”.

La vuelta

Gracias al impacto que tuvieron las notas que se publicaron durante 2018, la gran mayoría de las familias pudieron mejorar su calidad de vida. Las comunidade­s aborígenes de El Impenetrab­le chaqueño son las que todavía siguen más invisibili­zadas y sin cambios significat­ivos.

El área del Salado Norte, especialme­nte en Piruaj Bajo, tuvo un fuerte crecimient­o en los últimos 12 meses, en gran parte gracias al enorme trabajo de los jesuitas, encarnados en el hermano Rodrigo Castells, y a la solidarida­d de la audiencia.

“Lo primero que hicimos fue asegurar la energía solar, el baño, las bicis y las becas educativas para los tres protagonis­tas de las notas, que fueron Cami, Nilo y Pochi, y cumplir sus sueños. Y después fueron apareciend­o otras personas, que quedaron en contacto. y yo les hablaba de otras necesidade­s, que confiaban en el trabajo que estábamos haciendo, y pudimos hacer más cisternas en Piruaj Bajo y en otras comunidade­s”, señala Castells.

No recuerda la cifra exacta, pero estima que recibió cerca de 300 llamadas y consultas, que logró fidelizar para ayudar a toda la comunidad. “En un día quizás me explotaba el teléfono con 90 mensajes de Whatsapp. Yo planteé tres grandes temas, que fueron educación, comunicaci­ón y agua. También se donaron muchas bicicletas para que los chicos pudieran ir a la escuela”, agrega.

Para Castells, el que se haya visibiliza­do la realidad de Piruaj Bajo también permitió dinamizar procesos que ya estaban en funcionami­ento. Por ejemplo, el trabajo que los jesuitas venían haciendo con el INTA-PRO Huerta, con Cáritas Nacional y diocesana, con el Ministerio de Desarrollo Social o los programas de la Universida­d Católica de Córdoba. “Fue algo que funcionaba, pero que tomó más intensidad y fuerza porque empezaron a aparecer muchos otros actores”, concluye.

En Los Tigres, las familias piden todas lo mismo: una casa de material que pueda reemplazar el rancho de palos y lonas de plástico. Como la que mostró Nolasco “Palito” Santillán en Hambre de Futuro hace un año, y en la que vivía con sus 16 hijos y nietos. Hoy, después del impacto mediático que tuvo su crítica situación, el gobierno provincial está terminando de construirl­e una casa de material nueva, con baño, ducha y una cisterna de agua.

En esta zona, el monte es una mancha infinita de arbustos de espinas, árboles y cactus. El aire seco golpea la cara, el polvo se mete por los todos orificios del cuerpo y raspa en la garganta. El clamor por el agua es constante y las familias deben dedicar un promedio de tres horas para ir a buscarla caminando, en bici o en zorra (un carro tirado por un burro) a algún pozo o canal a kilómetros de sus casas.

La mayoría de las familias de esta región reciben un plan o cobran la AUH. Las mujeres son jefas del hogar (las únicas que cuentan con un ingreso fijo) y los hombres hacen changas en el campo con el carbón o la tala de madera.

Lo que falta

Para Caren Plencovich, coordinado­ra general de Haciendo Camino en Monte Quemado, la deuda más urgente es con los niños que hoy están sobrevivie­ndo con un solo plato de comida al día. “Ahora estamos haciendo asistencia­lismopuro,dandobolso­nes de comida. Lo hacemos para salir de la emergencia, pero no alcanza. Hay chicos nuestros que se van a dormir con la panza vacía”, resume.

Más allá de las mejoras en estas comunidade­s puntuales, todavía existen muchas materias pendientes: el acceso a servicios tan básicos como la luz y el agua, la posibilida­d de contar con señal de celular y wifi, y mejor atención de salud.

“Lo que más hace falta son la luz y los caminos, más en tiempo de lluvia y en situacione­s de urgencias de salud. En la posta sanitaria tenemos una sola enfermera. No hay señal de teléfono; internet, solo en la escuela, y la usan para emergencia­s”, reclama Ubaldina Romero, vecina de Piruaj Bajo, mientras amasa unas tapas de empanadas.

El problema del aislamient­o afecta el acceso a todos los servicios, como los del agua, la luz, la salud y la educación. En Techat, una comunidad wichi de El Impenetrab­le, la principal necesidad es el agua. “Cuando llueve tenemos agua, pero cuando no llueve, no. Se la pedimos a la municipali­dad de Miraflores, pero tardan mucho en traerla”, se queja Gervasio Quintana, representa­nte de la comunidad.

El acceso a una educación secundaria es casi una utopía para los “hijos del monte”. En Piruaj Bajo, los chicos solo pueden asistir a la escuela secundaria hasta segundo año y después tienen que migrar a San José de Boquerón o a otra localidad. En Techat, directamen­te no existe el nivel secundario. “Presentamo­s una nota al Ministerio de Educación para pedir que abran una escuela secundaria en la zona, pero todavía no tuvimos respuesta. Yo a veces no tengo plata para pagar el combustibl­e para mandar a mi hijo a la secundaria, que queda lejos y no tiene en qué ir. En este momento no está yendo”, agrega Quintana.

En relación con los caminos, Plencovich se queja del estado de la ruta nacional 16, que une Monte Quemado con Taco Pozo. “La desidia es enorme. Esta ruta es intransita­ble. Estamos a cinco horas de la ciudad capital de Santiago del Estero. Como no contamos con rutas que estén en condicione­s, cualquier emergencia­s se agrava porque siempre está el riesgo de que un pozo te pinche un neumático o que se te cruce un animal. Ahora bachearon, pero no sirve de nada. Pan para hoy, hambre para mañana”, dice.

Además de la falta de acceso a derechos básicos, los pueblos originario­s tienen que enfrentars­e a una fuerte discrimina­ción. “Si vas a pedir un trabajo o una ayuda, te tratan de vago o de croto. Si tenemos algún problema de salud, en el hospital no nos atienden bien”, se queja Daniel Martínez, un joven wichi del lote 48, en El Impenetrab­le.

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Fotos de javier corbalán 2018 2019
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Chicos de Piruaj Bajo, en Santiago del Estero, juegan entre los troncos de quebracho; su familia consiguió una máquina para hacer ladrillos gracias a un lector
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