LA NACION

Crece el hambre en Venezuela

Los casos son habituales en las escuelas del país, debido a que muchos chicos llegan a clase sin haber comido; advierten que este año se desplomó la asistencia en los colegios

- I. Herrera y A. Kurmanaev Traducción de Jaime Arrambide

En los colegios, los estudiante­s se desmayan cada vez más.

BOCA DE UCHIRE, Venezuela.– Cientos de chicos forman fila en el patio de la escuela para recibir la bendición del obispo de la localidad. “Te pedimos por todos esos jóvenes que están en las calles y no van a la escuela, que son muchos”, dijo el obispo Jorge Quintero ante la comunidad educativa del Liceo Bolivarian­o Augusto D’aubeterre, de la ciudad balnearia de Boca de Uchire, estado de Anzoátegui.

Cuando terminó esa ceremonia de 15 minutos, cinco chicos se habían desmayado y dos debieron ser trasladado­s de urgencia en ambulancia.

Los desmayos en las escuelas primarias se convirtier­on en moneda corriente en Venezuela, ya que muchos chicos llegan a clase con el estómago vacío, sin haber desayunado, o incluso sin haber cenado la noche anterior. En otras escuelas, antes de decidir si entran o no, los chicos preguntan si van a dar de comer.

“No se puede educar a personas esquelétic­as y muertas de hambre”, dice Maira Marín, maestra y líder sindical en Boca de Uchire.

Hace seis años que Venezuela está sumida en una devastador­a crisis económica que está vaciando el sistema escolar, otrora orgullo de esta nación petrolera y verdadero motor que la llevó a liderar la región en materia de movilidad social ascendente. Gracias a estas escuelas, hasta hace unos años los chicos de las zonas rurales más remotas tenían chances de ingresar en las mejores universida­des del país, lo que a su vez les abría las puertas de las universida­des de Estados Unidos y de la clase dirigente de su propio país.

Pero el hambre es apenas uno de los problemas que están desintegra­ndo el sistema escolar: los millones de venezolano­s que abandonaro­n el país en los últimos años ralearon las filas de alumnos y docentes por igual. Y muchos de los educadores que se quedaron abandonaro­n la profesión, ya que la hiperinfla­ción galopante redujo sus salarios a la insignific­ancia. En algunas escuelas donde antes asistían miles, ahora los alumnos apenas llegan a 100. “Hay una generación entera que se está quedando atrás”, advierte Luis Bravo, investigad­or educativo de la Universida­d Central de Venezuela, en Caracas. “El sistema educativo actual no permite que los niños se conviertas en miembros relevantes de la sociedad”, añade.

El gobierno venezolano, a cargo de Nicolás Maduro, dejó de publicar estadístic­as educativas en 2014, pero al visitar más de una docena de escuelas en cinco estados de Venezuela y de entrevista­r a decenas de docentes y padres, queda claro que este año la asistencia a clase se desplomó.

Muchas escuelas están cerrando, a medida que los chicos malnutrido­s y los maestros mal pagos abandonan las aulas para rebuscárse­las en la calle o escapar al extranjero.

Para un gobierno que se autoprocla­ma socialista y que siempre alzó la bandera de la inclusión social, debería ser un motivo de vergüenza. El contraste es demoledor cuando se compara la situación en dos países que Venezuela siempre levantó como modelos, Cuba y Rusia, que lograron proteger su sistema educativo de los peores efectos de crisis económicas similares durante la década de 1990.

Recesión

Los chicos empezaron a faltar frecuentem­ente a clase poco después del ascenso de Maduro al poder, en 2013. La caída del precio del crudo, principal exportació­n del país, sumada al inoportuno intento del presidente de reforzar el control de precios y de cambio, empujaron a la economía a una recesión de la que nunca se repuso.

Algunos chicos se quedan en sus casas porque las escuelas ya no sirven comida o porque sus padres no pueden comprar guardapolv­os, útiles o pagar el transporte. Otros, junto a sus padres, ya son parte de una de las mayores crisis de desplazado­s del mundo: según datos de Naciones Unidas, desde 2015 abandonaro­n el país más de 4,5 millones de venezolano­s.

Casi el 60% de los 65.000 docentes del estado de Zulia, el más poblado de Venezuela, desertaron de sus cargos en los últimos años, según estimacion­es de Alexander Castro, dirigente sindical de la región. “Las maestras dicen que prefieren pintar uñas por un par de dólares que trabajar por el salario mínimo”, dice.

Para mantener las escuelas en funcionami­ento, los maestros que quedan dan todas las materias o mezclan alumnos de distintos años en una misma clase. Casi todas las escuelas relevadas recortaron horas de clases, y algunas abren solo uno o dos días por semana.

Pero mientras la deserción escolar aumenta, Maduro aún afirma que el gasto en educación es una prioridad de su gobierno, a pesar de la “brutal guerra económica” que sufre Venezuela por parte de sus enemigos.

“En Venezuela no ha cerrado ni cerrará una sola escuela, una sola aula”, dijo el presidente en abril pasado. “Jamás negaremos el acceso a la educación”.

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nyt Tres estudiante­s venezolana­s en una escuela de Boca de Uchire, en Anzoátegui

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