2 | Gisela De dormir en un colchón a tener una cama nueva
“No tenemos nada, ni harina ni azúcar. Hoy no almorzamos”, decía Gisela Martínez, de la etnia wichi, una adolescente flaquita de 14 años, en el lote 48, en el corazón de El Impenetrable, cuando la nacion la conoció, el año pasado. Era fin de semana y no había ido a la escuela, que les aseguraba desayuno y almuerzo de lunes a viernes.
Tenía calzas azules, una remera negra, gotas de sudor recorriéndole la frente por el insoportable calor y el pelo revuelto por el viento seco. Contaba que estaba al cuidado de su abuela y que vivían en una casa de material amontonados con su tío y sus primos. Su mamá, Norma, dormía en un contenedor de chapa, ubicado a 20 metros, con su nueva pareja. “No tenemos luz ni agua ni baño”, decía.
La educación, la única esperanza
Un año después, la nacion volvió al lote
48 y constató que su realidad sigue siendo igual de precaria. Los ingresos familiares siguen siendo magros, no tienen ni luz ni agua ni baño y hay días en los que apenas les alcanza para comer.
“Hay mucha necesidad acá, sobre todo con relación a la electrificación, la vivienda y la salud. Podríamos tener luz a través de un panel solar, pero cuesta
$10.000 y después $2000 por mes”, se queja Daniel Martínez, su hermano.
Gracias a las notas publicadas recibieron donaciones de alimentos, camas y colchones para la familia. Pero las carencias de fondo siguen limitando su futuro.
“La situación está peor que antes. Necesitamos una casita para mí porque estoy viviendo en el contenedor de chapa, pero hace mucho calor. No sé hasta cuándo voy a aguantar ahí”, sostiene Norma, la mamá de Gisela.
Hoy llueve y eso deja a la comunidad a la deriva de todo. Los docentes no pueden llegar y la escuela no abre sus puertas. Eso quiere decir que los chicos pasan hambre.
Para los Martínez –una gran familia desparramada en ocho viviendas–, su única esperanza es la educación. Gisela, quien está atrasada en su trayecto educativo, está cursando el 7° grado en la Escuela Nº 1034, anexo lote 58. Cuando sea grande quiere ser maestra. Su hermano Daniel, de 20 años, está estudiando para ser maestro intercultural bilingüe.