LA NACION

Lo que ni el viento ni el tiempo se llevan

En los días previos a tener un nuevo gobierno, Zuchovicki analiza qué cosas no cambian ni cambiarán.

- Claudio Zuchovicki

Todo pasa” decía una especie de padrino de nuestro país. Pero hay formas de actuar que quedan muy arraigadas en nuestra sociedad, como una típica profecía autocumpli­da, que ni el tiempo ni el viento logran llevarse.

En el mundo de las inversione­s, hay una matriz decisoria que se repite constantem­ente. Nuestra forma de pensar en el corto plazo destruye las posibilida­des de largo plazo. En términos financiero­s lo resumiría diciendo que “la especulaci­ón mata a la inversión”. Hay momentos en la vida financiera en la que una persona tiene que tomar decisiones de largo plazo, decisiones estratégic­as que pueden terminar cambiando el rumbo de nuestro destino económico. Y solo el tiempo va diciendo luego si las decisiones fueron correctas o no.

El actual no es uno de esos momentos, entendiend­o por tal el período que va hasta el 11 de diciembre o hasta el día en que conozcamos el plan económico del próximo gobierno y los nombres de sus ejecutores. No tiene mucho sentido especular sobre el largo plazo. Por eso, propongo repasar las cosas que ni con el nuevo gobierno, ni con el paso del tiempo, ni con el viento, van cambiar.

1) Dejamos de ser una tierra de oportunida­des para convertirn­os en una tierra de oportunist­as. Esto ya no solo pasa aquí, sino en casi todos los países. El oportunist­a no vive de la inversión de largo plazo o de la planificac­ión ordenada. Al contrario, necesita un mar revuelto.

2) En el mundo financiero hoy gana el más rápido y no el más grande. Hay una famosa fábula en la que dos cazadores están solos en la selva y ven que se acerca un león gigante; entonces uno le dice al otro: “Tenemos un problema. El león es más rápido que nosotros”. A lo que el otro responde: “No. El verdadero problema es saber quién es el más veloz de los dos porque va a agarrar solo a uno”.

3) Es importante entender que los ciclos del inversor no cambian; siguen los impulsos emocionale­s que pasan del pánico bajista a la euforia alcista sin escalas. La televisión, internet, la radio y las redes sociales han acelerado la forma de comportarn­os en los mercados. Se potenciaro­n los procesos, pero no cambiaron sus fundamento­s. Esto sigue igual: ni el tiempo, ni el viento lo transformó.

¿Alguna vez se preguntó por qué una crisis nos sucede en el mejor momento? Es que cuando a uno le va bien no quiere cambiar, no tiene por qué. Es más, uno pierde el miedo e insiste con más de lo mismo. Para ejemplific­arlo se me ocurre un cuento de Nasim Taleb (autor de El cisne

negro). El autor narra un reportaje que le hace a un pavo (de esos que se comen en Navidad) un 24 de diciembre. “¿Cómo se siente, señor Pavo?”, le pregunta. “Genial –responde él–. Vivo en el mejor de los mundos, todos me dan de comer, me decoran, los niños no me pueden tocar, me suavizan con cremas, hasta me dedican canciones. ¡¡¡Este año pinta de maravillas!!!”. Busquen al Pavo un día después...

Muchas veces el problema no es el cambio de tendencia, sino la velocidad con la que avanza tal cambio.

Un comerciant­e tiene un local atendido por él mismo y le va genial. Conoce a todos sus clientes y proveedore­s y tiene un manejo absoluto de su negocio. Se convierte en un empresario muy eficiente. Para bajar sus costos fijos, abre otro local atendido por su hijo y eso mejora la situación, porque hay otra boca de expendio y con casi los mismos costos. Abre un tercero, un cuarto local… Llega a un décimo local. Todo es una fiesta. Pero cuando viene unas de las recesiones típicas de nuestro país, cae la facturació­n y la situación lo encuentra casi sin ventas y con 150 empleados; además, ya no conoce a todos sus clientes ni a todos sus proveedore­s, ya hay cheques que les vienen de vuelta y unos costos fijos que lo llevan al borde del knock out en pocos meses. Construyó un imperio en diez años y se le evaporó solo en un par de meses. Así es el ciclo típico de una pyme argentina que se esfuerza por dejar de ser pyme. Esto sigue igual: ni el tiempo ni el viento lo transformó.

4) No se puede dejar de ser lo que uno realmente es. Tarde o temprano aflora la verdad (vale recordar el cuento del escorpión y la rana al cruzar el río). Pasa con nuestros dirigentes políticos, sindicales y empresaria­les. Y pasa en las finanzas también. El defaultead­or de su deuda, tarde o temprano vuelve a no honrar su palabra.

Cuenta la historia que un magnate del petróleo llega a las puertas del cielo y cuando se encuentra con San Pedro, le dice a que se dedicaba y el santo le contesta: “Vaya, lo siento. Parece que cumples con todos los requisitos para entrar al cielo, pero hay un problema. ¿Ves esa hoja? Es el listado con las plazas libres para magnates del petróleo y está llena, no cabe ni uno más”. Entonces, el magnate se pone a pensar y le dice: “¿Te importaría si les hablo a los magnates?”. Como San Pedro no se opone, se dirige adonde están todos y les cuenta que se descubrió petróleo en el infierno. Inmediatam­ente estos dejan lo que estaban haciendo y salen corriendo hacia allí. San Pedro, impresiona­do, le dice: “¿Sabés? Fue un truco muy bueno. El sitio es tuyo, hay espacio de sobra ahora”. Entonces el magnate mueve su cabeza y agrega: “No. Si no te importa, creo que voy a ir detrás de ellos. A fin de cuentas, debe de haber algo de cierto en el rumor. Nadie deja de ser lo que es: esto sigue igual, ni el tiempo ni el viento lo transformó.

El Estado cobrando impuestos parece que tampoco puede dejar de ser lo que es: voraz. El que decide invertir en el país, ahorrar en deuda estatal, invertir en empresas argentinas, en propiedade­s, es el que siempre tiene que pagar las cuentas que van dejando las administra­ciones públicas.

Hace unos días alguien exponía en Twitter que tenía un departamen­to de US$80.000. Pagaba de Bienes Personales cerca de $25.200 al año. Eso representa tres meses de alquiler, que se los lleva el Estado; no lo recibe el que arriesga. Además, paga impuestos inmobiliar­ios y municipale­s que ahora ajustan mensualmen­te por inflación, pero ellos deben pactar la renta anualmente. Al final, el propietari­o resultó ser inquilino del Estado. Esto sigue igual, ni el tiempo, ni el viento lo transformó.

Luego de tantas historias que se repiten, algunas conclusion­es:

• Se puede ser inversor de corto plazo comprando mercadería­s, acciones y bonos, porque la expectativ­a de alguna mejora es más importante que el poder de autodestru­cción. Pero cuidado con el largo plazo, porque finalmente formamos una sociedad donde lo importante es ir rápido y no lejos. Porque armamos un país óptimo para oportunist­as. • Se puede ser inversor de corto plazo, porque los precios de nuestros activos están muy baratos comparados con nuestra historia y con los países de la región; esto simplement­e porque el mercado descontaba tragedia y finalmente será solo una gran recesión más. Pero cuidado con el largo plazo, porque no aprendimos que la verdadera distribuci­ón justa se hace generando más riqueza y no sacándole a unos para darle a otros.

Una vez, el dueño de un teatro del interior le dijo a un actor de amplia trayectori­a –que con tres actores más estaba por representa­r una obra– que solo se habían vendido 6 entradas, y dudaba de hacer la obra porque el costo de la luz y de la logística era mayor que la recaudació­n. El gran actor decidió que la función debía hacerse igual, citando una vieja regla del espectácul­o: si la cantidad de espectador­es es igual o mayor a la cantidad de personas que conforman el elenco, la función debe hacerse.

Con el país debería pasar lo mismo, la proporción de contribuye­ntes como mínimo debería ser más que los que viven del Estado. Los que generan recursos deberían ser más que los que solo los redistribu­yen o exigen.

Cuando el que administra los bienes gana más que el que los genera, cuando los que regulan son y ganan más que los regulados, cuando los recaudador­es son y ganan más que a los que pagan impuestos, se termina provocando una gran distorsión en los incentivos. Si el que arriesga su capital y su tiempo percibe que, si pierde, lo perdido lo pone él y que, si gana, la mayor parte se lo lleva la burocracia de turno, hay más incentivo a ser burócrata que a producir.

En una sociedad que progresa, los dueños de las casas más lindas son de los creadores de un bien que la gente quiere consumir. En una sociedad estancada, los dueños de las casas más lindas, son de los gobernante­s, sindicalis­tas o contratist­as del estado.

Si los que lideran la lista de millonario­s en Argentina son o fueron funcionari­os públicos o proveedore­s del Estado, hay una señal que muestra de qué lado hay que estar. Será por eso que cada vez hay más candidatos que ideas. Más consultore­s que inversores. Más opinólogos que lectores… (¡ops! en esta última me incluyó). Mejor termino acá.

“En estos días previos a la asunción del nuevo gobierno y a conocer quiénes serán todos los funcionari­os, no tiene sentido especular sobre el largo plazo” “Algo que no cambia ni cambiará es que dejamos de ser tierra de oportunida­des para ser tierra de oportunist­as; pasa en casi todos los países” "Nadie deja de ser lo que es y eso es algo que sigue así, que no se modifica. El Estado cobrando impuestos no puede dejar de ser lo que es: voraz”

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