LA NACION

De paseo por los barrios de barranco y miraflores

Un paseo por el Malecón, las zonas bohemias con la movida artística y cultural y los mejores restaurant­es

- Carola Cinto

Son las 6 de la tarde en Miraflores y el sol quema el horizonte con su últimos rayos. Las luces de los autos marcan una viborita sobre el asfalto del Circuito de Playas que rodea a Lima. El mar permanece calmo mientras una ambulancia intenta abrirse paso entre los autos que se agolpan para llegar a Callao o San Miguel.

Las bocinas se entre mezclan con el estampido de cada una de las olas al romper en la costa. Los repartidor­es pedalean a toda velocidad mientras hacen equilibrio con sus mochilas. Los deportista­s se refugian en sus casas y los perros en sus cuchas.

Miraflores parece una sede local de la pujante Miami. El verde de sus parques, la prolijidad de sus veredas, la amabilidad de sus vecinos y su coqueto Malecón hacen de esta una “zona de confort” para cualquier turista.

Es el barrio de los restaurant­es caros y las casas de diseño donde una prenda de ropa supera los 1200 soles (350 dólares). También es el punto geográfico que las grandes cadenas del mundo eligieron para instalar sus hoteles.

Sin embargo, esa es sólo una foto de Lima. Por fuera de Miraflores, la ciudad se muestra como cualquier otra: el paso apresurado de la gente que debe llegar a sus trabajos, las maniobras peligrosas en cada una de las esquinas de la ciudad y el zumbido de los ómnibus que repiten su recorrido.

Tierra de artistas

Lima tiene también una localía del Soho porteño a unos 5 kilómetros de Miraflores. Barranco es el lugar que concentra toda la movida artística y cultural de la ciudad. Es el barrio de los cafés con paredes de colores, de las galerías de arte y de los restaurant­es premiados.

A sus calles no llegan las noticias del día pero sí las redes sociales: todos los spots de Barranco son instagrame­ables. Empezando por el café Colonia & Co, en donde los platos color pastel y el arte en la espuma de la leche, lo hacen irresistib­le al clic de los smartphone­s.

Si bien Barranco ya no es el balneario en las afueras de Lima que era, aún conserva el aire bohemio y la sensación que todo aquel que camina por sus calles está de vacaciones.

Los artistas se adueñaron de esta parte de la ciudad y lo muestran no sólo con murales y graffitis, sino también con su presencia en algunas de las casonas más coquetas de la zona.

“En Barranco, los artistas hacen residencia­s en casas que están por ser demolidas o remodelada­s. Cuando llega la fecha de la obra, las abandonan”, cuenta Laura Cuadros, una joven pintora y dibujante que se convirtió en parte de la generación pujante de Lima.

Tiene alrededor de 30 años, pelo carré y un estilo que se distingue del resto de las limeñas: lleva pantalones tiro alto verde agua y un top lila. Una cartera de acrílico transparen­te con flores pintadas y una campera plateada.

Barranco también es el punto cero del diseño y la moda en Lima que tiene uno de sus estandarte­s en Escvdo, una marca de indumentar­ia que está conquistan­do las capitales del mundo y tapas de revistas como Vogue.

En el segundo piso de una casona antigua, las hermanas Macchiavel­li instalaron un pequeño taller con telares de madera que son manipulado­s por artesanas locales. Técnicas ancestrale­s y materiales autóctonos son las claves de la calidad de cada una de las prendas de una de las marcas más exclusivas de la industria peruana.

El recorrido puede continuar por varios lugares más pero no puede esquivar la visita el Museo MATE, del prestigios­o fotógrafo de moda Mario Testino.

Todas las imágenes están montadas sobre una obra de arte en sí misma: la casa fue destruida durante la Guerra del Pacífico pero el propio artista mandó a remodelarl­a. Es una de las únicas viviendas de la zona que conserva la iluminació­n y la distribuci­ón original de su construcci­ón que data del siglo XIX.

“Traer a Lima lo que él veía en el mundo” fue la idea del artista que guardó sus mejores obras para colgar en este espacio. David Beckham, Lady Gaga, Cara Delevigne y hasta Lady Di pueden ser reconocido­s a lo largo del recorrido que no dura más de 35 minutos.

Experienci­a gastronómi­ca

Pitahaya, lúcuma, tumbo, camu camu, granadas y chirimoyas. Amarillos, verdes, anaranjado­s y rojos inundan el campo visual de cualquiera que pise el mercado de Surquillo, a

3 kilómetros de Miraflores.

A la izquierda de la entrada, una mujer de unos 50 años emprolija una a una las frutillas y las apila sobre una caja de cartón forrada con papel blanco. A la derecha, otra vestida con un delantal y guantes de látex celestes acomoda las cerezas de seda detrás de un cartel con letras rojas. “Frutería Adelfa”, reza una frase que lleva bordada en el bolsillo derecho de su delantal.

Con una mirada rápida, se puede detectar que los puestos que están más cerca de la entrada son los que más variedad de fruta ofrecen y los que la exponen como si fuesen un par de zapatos de primera marca.

Sin embargo, en el centro del mercado o en sus callejones aledaños todo parece diferente. Un anciano de unos 80 años permanece inmóvil, con su cara apoyada en las palmas de su manos. Su piel es tan arrugada que no es fácil distinguir si está con los ojos cerrados o abiertos. En su espacio, sólo se divisan algunas pata muslo y pechugas de pollo, invadidas por las moscas.

Un poco más adelante, un puesto parece robarse la atención de todos los turistas que pisan el mercado. “Mariela y sus conchas inolvidabl­es”, dice el cartel pintado con tizas de varios colores. navajas, cangrejos vivos, camarones, calamares son algunas de las cosas que Mariela, una mujer con pelo esponja, gorra color blanca y polera verde petróleo ofrece a cada persona que pasa por el lugar.

“Y son deliciosos”, le dice a un turista que no parece muy contento con que esos animales se coman y se vendan vivos.

“Ma, quiero tocar el cangrejo”, dice una pequeña a una mujer de unos

30 años que la lleva de la mano. La niña lleva puesto un saco blanco, cancanes negros, pollera fucsia y un moño de todos colores que hace juego con la panorámica del lugar.

“Le gusta tocarlos pero no comerlos”, dice la madre mientras intenta abrirse paso entre la multitud de turistas para que su pequeña pueda cumplir su deseo.

intenta hacer equilibrio y con uno de sus brazos sostiene una bolsa blanca de plástico en la que lleva las compras del día: dos paquetes de navajas, una docena de conchas y media docena de calamares. Todo por 70 soles

“Lo cocinamos a la plancha con oliva, ajo y limón. A las conchas se les agrega queso”, comenta la joven mientras se aleja.

Si bien el ceviche es uno de los platos emblema de la cocina peruana, no es algo que los locales coman a menudo. “Es una comida de fin de semana”, comenta una señora de unos 70 años que atiende otro puesto, a unos 100 metros del de Mariela.

Ella vende todo tipo de frutos secos y snacks como la yuca, el camote y la cancha -maíz tostado-. Con la ayuda de su hija, se encarga de cobrarle a los clientes. Cada vez que da vuelto, revuelve en el bolsillo de su delantal y hace tintinear los metales.

Barranco y mira flores son el epicentro de la gastronomí­a. Este año ,11 de los 50 mejores restaurant­es de América latina son peruanos y 9 de estos están ubicados en estos barrios.

Maido encabeza la lista y es la figurita más ansiada por los turistas que llegan a la capital peruana a hacer circuitos gastronómi­cos. Para reservar, hace falta tener paciencia para hacer cola en la puerta o programar la cena con más de un mes de anticipaci­ón. Se podrán degustar platos como el Kansai Yakimeshi, que combina el arroz japonés con ají peruano.

isolina, en el puesto 12, es uno de los lugares ideales para hacer tapeo y conocer la comida peruana en sus claves más tradiciona­les. Escabeches, papas rellenas, cebiches y guisos forman la carta que se sirve en vajilla discontinu­a. La magia del lugar está en rescatar las recetas de cuadernos manchados por los años en un ambiente desestruct­urado pero con gran respeto al paladar del visitante.

Mayta, en el puesto 49, es la primera vez que integra la lista y su chef, Jaime Pesaque, forma parte de la segunda generación de chefs peruanos que mantienen el legado que inició Gastón Acurio.

Pesaque usa sólo ingredient­es peruanos en su cocina que compra en el mercado de Surquillo, como el olluco que acompaña su magret de pato, la muña, una planta de hojas verdes refrigeran­tes y el ají amarillo que usa para decorar sus berenjenas ahumadas.

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Fotos shuttersto­ck y carola cinto Los colores del casco antiguo de Barranco, el barrio bohemio de la capital peruana
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Arriba, las fotos del fotógrafo estrella Mario Testino en el museo MATE. Abajo, la abundancia del mercado de Surquillo

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