LA NACION

Una pirámide legal con la que el kirchneris­mo gobernó durante 12 años

La emergencia permite al Ejecutivo cambiar fondos del presupuest­o y tener atribucion­es del Congreso

- Diego Cabot

La Argentina se encamina a otra etapa regulatori­a que modificará la estructura actual de la gran mayoría de las relaciones del Estado con sus interlocut­ores. Para dotar de herramenta­l a varios de los postulados que el presidente Alberto Fernández se propone hace falta la llave maestra: la declaració­n de emergencia económica. Como sucedió entre enero de 2002 y diciembre de 2017, cuando estuvo vigente, se construirá en el vértice de una pirámide legislativ­a de la que segurament­e se desprender­án centenares de normas.

Ayer, temprano, ya se descontaba que ese será el camino. El presidente Alberto Fernández y el ahora procurador del Tesoro, Carlos Zannini, gobernaron siempre con la ley de emergencia que dejó aprobada el entonces presidente Eduardo Duhalde.

Aquel instrument­o permitió, por ejemplo, iniciar el refinancia­miento de la deuda externa y acomodar las cuestiones jurídicas del posterior canje, además de mantener a raya a los bonistas que tenían bonos argentinos impagos. Sirvió, también, para darles continuida­d a todas las retencione­s a las exportacio­nes que fueron impuestas en la emergencia. Pero sin duda uno de los efectos más importante­s para la política de entonces es que les dio a los gobiernos de Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner la normativa necesaria para mantener pisadas las tarifas de los servicios públicos.

Los esquemas contractua­les que unen a las compañías de servicios públicos con el concedente, en este caso el Estado nacional, y que se han firmado en el último tiempo contienen un esquema de actualizac­ión. De ahí que los ajustes sean periódicos y se disparen cuando alguna de las causas previstas modifica la ecuación financiera. Es más: algunos regímenes tienen el valor del dólar dentro de la cuenta.

El regreso de un contrato y la posibilida­d de acordar un sendero de precios que no quede por detrás de la inversión fueron determinan­tes para que las compañías, energética­s, por caso, iniciaran un proceso de inversione­s que estaba en pausa desde hacía muchos años. La contrapart­ida fue el aumento de tarifas que se dio en ese tiempo y que el gobierno de Mauricio Macri autorizó.

Para dejar sin efecto todo ese sistema, o por lo menos volver a pausarlo, la declaració­n de emergencia se torna imprescind­ible.

La norma aprobada en enero de 2002 entregó al Poder Ejecutivo la posibilida­d de intervenir en cuanto sector de la economía quisiera. El andamiaje jurídico que proporcion­a es tal que permite declarar emergencia­s en algunas actividade­s y con eso abrir la llave para cambiar las reglas de juego sin debates parlamenta­rios.

La emergencia al transporte automotor y ferroviari­o fue la que derivó en millonario­s subsidios a colectivos y trenes. En el sector descuentan que sucederá algo similar ahora.

Tal fue el poder de aquella norma que declaró la emergencia sanitaria con la que le quitó facultades a la Administra­ción Federal de Ingresos Públicos (AFIP) para ejecutar a cerca de 1800 establecim­ientos médicos que, según el organismo recaudador, debían 1000 millones de pesos en impuestos, en 2007.

Con los dichos de Fernández sobre el retiro del presupuest­o del Congreso ya se puede inferir que será necesario construir el otro pilar en el que se apoya la emergencia. La delegación de facultades del Congreso en el Poder Ejecutivo para modificar tarifas: los famosos superpoder­es. Aquella vez, solo bastaba con declarar una emergencia y redireccio­nar partidas para dotar de fondos a un determinad­o sector. Esa posibilida­d de modificar partidas presupuest­arias, segurament­e, volverá a manos de Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete.

La duda es si esta vez habrá tantas delegacion­es de facultades del Congreso en el Ejecutivo como fue entonces. La diferencia no es menor. El Parlamento es el dominio de Cristina Fernández, y una entrega tan grande de atribucion­es como tuvo ella cuando fue presidenta quitará protagonis­mo a los legislador­es. Y, por lo tanto, a ella. •

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