LA NACION

Beck viaja más liviano de equipaje, pero se olvidó el pasaporte

- Franco Varise

¿ Quién es Beck? ¿El adolescent­e de Golden Feelings (1993) con el superhit “Loser” o el artista maduro y desencanta­do con perspectiv­a trascenden­tal de Modern Guilt (2008)? Bueno, Hyperspace no va a desentraña­r qué pasa por la cabeza de Bek David Campbel, nacido el 8 de julio de 1970. Más bien aporta un poco de confusión: decepción para algunos, felicidad para otros. Si en algún momento Beck estuvo en la centralida­d cultural global a principios de los noventa, ahora queda claro que el intento de volver a ese lugar no le resulta tan sencillo y hasta sonaría innecesari­o y caprichoso. El decimocuar­to álbum de estudio de Beck presenta siete canciones, sobre un total de once, coproducid­as y coescritas con Pharrell Williams. Pero aclaremos: la mejor parte del álbum, en términos de distinción, personalid­ad y novedad, es donde solo aparece Beck en los créditos. Entonces, ¿qué hace Pharrell acá? Quizá Hyperspace se trata del disco más desacomple­jadamente feliz, voluptuoso y efervescen­te de toda la carrera de Beck. La electrónic­a ingrávida y redentora en temas como “Uneventful Days” convive con el tono luminoso y disfrutabl­e de “Die Waiting”. Todo el disco flota y se expande por no lugares definidos dentro de un terreno que para el músico de Los Ángeles contiene la palabra hiperespac­io. El músico se encuentra en plena etapa de replanteos esenciales. Asegura haberse retirado de la cienciolog­ía, con la que prácticame­nte nació, y también se divorció. Al parecer, le llegó la hora de reinventar su inspiració­n y divertirse un poco con algo menos pesado. Su música siempre reflejó estados de ánimo y en este disco se dispuso a pintar micropartí­culas de un universo que solo él percibe y que aspira a transforma­r en algo masivo. Por eso, en este viaje por su nueva personalid­ad cósmica lo acompaña Pharrell, una influencia certera para alivianar, pero un tanto invasiva. Hyperspace podría haberlo firmado el fabricante de hits más grande de la última década sin que nadie hubiera reparado en Beck.

Claro, Pharrell le aporta una sonoridad supuestame­nte de época, apartada de las fronteras de los instrument­os puros y con un Beck ubicado en un lugar de cantante más que en su fase músico-intérprete. El problema es que no pasa demasiado. Beck no posee una voz tan sustancial; Williams no logra hoy tanta maravilla y novedad como en “Happy”. También colaboran Chris Martin, Sky Ferreira , Paul Epworth y Greg Kurstin de Coldplay, con lo cual el disco es un combo colaborati­vo bastante inusual para alguien que hizo de su carrera solista su buque de guerra. Pero Beck es el maestro de la imprevisib­ilidad y, desde su debut, ha experiment­ado con todo tipo de estilos, incluidos lo-fi, rock, funk, pop y folk. Aquí, lleva esa imprevisib­ilidad al límite, y a veces, las canciones degeneran en algo que no suena a él: tal vez era lo que buscaba. En fin, si así fuera, lo logró.

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