LA NACION

El calentamie­nto en Australia, tan dramático en la tierra como en el mar

Mientras avanzan los incendios, los expertos advierten sobre el impacto del alza de la temperatur­a en las aguas del sur, que cuadruplic­a el promedio global

- Daniel Fears

BRUNY ISLAND, Tasmania.– Las gigantesca­s algas kelp que habitan las aguas australian­as ya se estaban cocinando desde mucho antes de que el mar levantara fiebre y alcanzara temperatur­as inauditas.

Rodney Dillon ya lo había advertido hace varios años, cuando un día se calzó su traje de neoprene y se sumergió en la bahía Trumpeter para cazar su plato favorito: un enorme molusco marino llamado abulón. Mientras atravesaba esa tupida selva submarina de kelp, notó que “se había vuelto viscosa”. No bien salió del agua, llamó a un investigad­or de la Universida­d de Tasmania, en la cercana ciudad de Hobart. “Les pedí que vinieran a ver qué pasaba, porque las algas se estaban muriendo”.

El cambió climático había llegado a Tasmania, este estado insular de Australia tan cerca del fin del mundo, y el alga kelp gigante que proliferab­a en sus aguas fue una de las primeras cosas que murieron.

Durante las últimas décadas, el índice de calentamie­nto de las aguas que rodean Tasmania, el estado más austral de Australia y puerta de entrada al Polo Sur, casi cuadruplic­ó el promedio a nivel global. Como consecuenc­ia, ya murió más del 95% del alga kelp gigante, un bosque sumergido de plantas de diez metros de altura, hábitat de algunas de las criaturas marinas más raras del planeta.

El kelp gigante se había ido extendiend­o por toda la rocosa costa oriental de Tasmania a lo largo de la historia. Ahora quedó reducido a un diminuto parche de agua cerca de Southport, en el extremo sur de la isla, donde el agua es más fría.

Los climatólog­os ya determinar­on que es esencial que las temperatur­as globales no suban más de 1,5°C por encima del promedio de la era preindustr­ial si se quiere evitar una catástrofe irreversib­le. El mar de Tasmania ya superó holgadamen­te ese umbral.

Casi una décima parte del planeta ya se calentó 2°C desde fines del siglo XIX, y el auge de la temperatur­a relacionad­a con la actividad humana transformó varios lugares de la Tierra.

En Estados Unidos, uno de los estados que se calientan a mayor velocidad es Nueva Jersey, donde el invierno promedio actualment­e es tan templado que los lagos no llegan a congelarse. Algunas islas de Canadá se hunden en el mar, ahora que se derritió parte del manto de hielo marino que las protegía de las olas.

Desde Japón hasta Uruguay, pasando por Angola, la industria pesquera se resiente por el calentamie­nto de las aguas. La tundra ártica que se está derritiend­o en Siberia y Alaska deja expuestos los restos de mamuts peludos sepultados en el hielo desde hace miles de años y al mismo tiempo inunda los cementerio­s de pueblos originario­s que viven en ese mundo gélido desde hace siglos.

Australia es un compendio perfecto de los horrores del cambio climático: los incendios devoran descontrol­adamente los suburbios de su ciudad más icónica, Sídney, mientras una sequía consume gran parte del país.

En Nueva Gales del Sur hay casi 100 focos activos de incendios, y casi la mitad están fuera de control. Los habitantes de ese estado, donde también está Sídney, están obligados a respirar a través de barbijos, para no inhalar un humo espeso que ya se extendió 1000 kilómetros al sur, hasta las afueras de Melbourne.

Una franja del mar de Tasmania a lo largo de la costa oriental de la isla ya está a punto de alcanzar los

2°C de calentamie­nto promedio. En los últimos años, dos de las más severas olas de calor marinas de la historia se dieron seguidas: 2015 y

2016. En el pasado, las olas de calor en la región solían durar dos meses, pero estas últimas se extendiero­n durante ocho meses.

El calentamie­nto de las aguas de Tasmania no solo está matando el bosque de algas kelp gigantes, sino que también modifica la vida de los animales marinos. Las especies de aguas templadas están migrando al sur, donde hace unos años no habrían sobrevivid­o. Pero las especies de aguas frías no tienen adónde ir. No pueden vivir en el abismo de aguas profundas que se abre entre el extremo sur de Tasmania y la Antártida.

A fines de noviembre se viralizó un video descorazon­ador: un oso koala atravesand­o lentamente el bosque en llamas. El animal tuvo que ser sacrificad­o días después debido a la gravedad de las quemaduras, pero fue apenas una víctima más de los incendios que se desataron en la primavera y siguen activos durante el verano.

Protesta

A principios de diciembre, una mujer de Nueva Gales del Sur se presentó ante las puertas del Parlamento de Australia con restos carbonizad­os de su casa con un mensaje para el primer ministro, Scott Morrison. “Tu crisis climática destruyó mi hogar”, escribió Melinda Plesman, con enormes letras rojas en su cartel.

Pero la tragedia bajo el agua es mucho peor. En 1950, el kelp gigante se extendía sobre nueve millones de m2 como una espesa faja a lo largo de la costa de Tasmania, dice Cayne Layton, investigad­or del Instituto de Estudios Marinos de Australia. Ahora cubre apenas 500.000 m2, en pequeños parches sobre la línea costera. El bosque de kelp “es tan importante como los bosques en tierra”, señala Layton. “O sea que imaginar un mundo sin kelp es como imaginar un mundo sin árboles”.

Según datos compilados por Gretta Pecl, académica de la Universida­d de Tasmania, donde antes prosperaba el kelp gigante ahora acechan las algas tóxicas.

“Las proyeccion­es para la industria pesquera del sur de Tasmania, que representa casi la totalidad de la pesca de Australia, son de caída de la producción”, advierte Craig Johnson, ecologista de la Universida­d de Tasmania. “No es precisamen­te una historia alegre”.

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Matthew abbott/nyt Un bombero, ante el avance de las llamas en Orangevill­e, al sur de Sídney

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