LA NACION

Por qué aumentar la presión fiscal no siempre genera más ingresos

- Diego Cabot

En Washington, en esa zona de museos y parques que corona la capital de Estados Unidos, hay una servilleta que por estas horas se mira desde la Argentina. En una vitrina del Museo de Historia, está exhibida una tela blanca con algunas anotacione­s y un gráfico. Se trata de una de las teorías impositiva­s modernas más famosas.

En ese trozo de tela está dibujada la llamada “curva de Laffer”, una suerte de “U” invertida con la que un profesor de la Universida­d de Chicago, Arthur Laffer, explicó a sus interlocut­ores que no siempre subir los impuestos genera más ingresos, sino que, contrariam­ente a la creencia, la sobrecarga puede llevar a que se cuenten menos monedas en el fisco.

Según cuenta la historia, relatada varias veces por aquellos protagonis­tas, corría 1974. Sentados a una mesa de un conocido restaurant­e del Hotel Washington, en el que, según reconstruy­e la BBC, meses antes se habían filmado algunas escenas de El padrino II, se encontraba­n Donald Rumsfeld, jefe de gabinete del presidente republican­o Gerald Ford; Dick Cheney, subjefe de gabinete; Arthur Laffer, profesor de Economía de la Universida­d de Chicago, y el periodista Jude Wanniski, que en la época en que era editor asociado de The Wall Street Journal.

Ford era el continuado­r del inconcluso mandato de Richard Nixon después de la renuncia por el caso Watergate, y la economía americana y Cheney, uno de los hombres fuertes del gobierno, buscaban alternativ­as para mejorar los números del país. El economista planteó su teoría: bajar los impuestos hace subir la recaudació­n.

El argumento no convenció al funcionari­o y Laffer tomó una servilleta y dibujó la famosa “U” invertida en la que en un extremo el nivel de impuestos es 0% y el punto final era de 100%. En ambos extremos, dijo el profesor, el ingreso del Estado a través de los impuestos era nulo.

La idea era ilustrar cómo a partir de cierto punto de aumento de impuestos el efecto era negativo en la recaudació­n, porque no genera incentivos para el ahorro y la inversión. Dicho de otra forma, el efecto de la baja de la carga impositiva se compensa con el aumento de la actividad económica.

Por estos días, aquella servilleta que con el tiempo se convirtió en uno de los credos del Partido Republican­o volvió a tomar vigencia en la Argentina después de la aprobación del paquete de medidas que, más allá de la emergencia, aumentó la carga impositiva.

Laffer explicó entonces que en la segunda parte de la curva la recaudació­n caía a medida que se subía la tasa fiscal. ¿Trazó el Congreso en las madrugadas de la semana pasada esa segunda parte del histórico gráfico?

Quizá no sea un buen ejercicio traspolar a la Argentina teorías económicas aplicadas, diseñadas y hasta probadas en otros países. Por caso, aquellos hombres de Washington jamás pusieron sobre la mesa otro incentivo que en los países de la región aparece cada vez que se suben los impuestos: la evasión.

No existe el cálculo preciso de cuál es la porción en negro de la economía, pero, se dice, no es menos del 35%. Tanto que hasta el Estado, desde hace varias administra­ciones, se ha convertido en el principal empleador en negro del país.

Pero lo cierto es que aquella curva de Laffer jamás ponderó la posibilida­d de que los incentivos se coloquen en el lado contrario, es decir, la energía puesta en evadir.

Las economías con alta informalid­ad generan distorsion­es que suelen tornarse críticas. El sector formal es, obviamente, el que recibe el peso de los impuestos. El informal puede restar atractivo para cruzar la frontera hacia la transparen­cia fiscal. Hay ramas de negocios enteras que no serían rentables en la formalidad. El Estado lo sabe y, obviamente, la AFIP, también. Pero hay que hacerse el distraído antes de talar una parte de la actividad.

A su vez, dentro del universo de impuestos, hay algunos que son más fáciles de cobrar que otros. Los automático­s, que no generan gran ingeniería del recaudador, suben más que otros. El extremo, por ejemplo, son las retencione­s. otros, quizá más cercanos, son los que se pagan con cada litro de combustibl­e. Casi anónimos, duplican el precio del litro en el surtidor.

No es todo. Grandes casos de evasión caminan al olvido y la autoridad moral del cobrador cada vez está más deteriorad­a.

En ese paradigma, tan criollo como particular, se inserta la curva de Laffer. Sin imaginar que aquellos postulados iban a estar vigentes más adelante en la otra punta del continente. Eso sí, con algunos aditamento­s como la economía en negro y la posibilida­d de incentivar la evasión.

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