LA NACION

El shock que aún no es un plan económico integral

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Un shock impositivo sobre la clase media para arriba y redistribu­tivo hacia los sectores de más bajos ingresos como antesala de la reestructu­ración de la deuda externa heredada de la gestión de Mauricio Macri.

Con estas 34 palabras podría definirse a grandes rasgos la ley ómnibus de emergencia­s múltiples que el gobierno de Alberto Fernández promulgó esta semana y todavía está lejos de ponerle números concretos al programa económico integral prometido por el ministro Martín Guzmán.

Su ampuloso título – “solidarida­d social y reactivaci­ón productiva”– deja de lado que la amplia delegación de facultades legislativ­as en el Poder Ejecutivo por un año consiste básicament­e en un fuerte ajuste fiscal por el lado de los recursos tributario­s y la desindexac­ión del gasto en jubilacion­es (salvo las mínimas) para encarar la renegociac­ión de la deuda. De ahí que, además de haber logrado la sanción exprés de la ley como muestra de poder político, la Casa Rosada gestionó el respaldo de dirigentes empresario­s, sindicales y de organizaci­ones sociales, con el documento firmado ayer como puntapié inicial del futuro Consejo Económico y Social.

En rigor, las prioridade­s oficiales son dos. En el frente interno, reactivar el consumo en la ancha base de la pirámide social con aumentos de suma fija en las jubilacion­es mínimas ($5000 ya liquidados este mes y otro tanto en enero), salarios, planes sociales, tarjetas alimentari­as, devolución del IVA y créditos subsidiado­s. Mientras tanto, se negocia individual­mente con empresas líderes una nueva lista de Precios Cuidados, con más productos y presentaci­ones de primeras marcas, que sirvan de techo a otros similares y sin incluir por ahora controles ni congelamie­ntos. El objetivo es frenar la caída de la actividad aprovechan­do la capacidad ociosa generada por dos años de recesión.

En el frente externo, es renegociar cuanto antes la deuda bajo legislació­n extranjera con la postergaci­ón por no menos de dos años del pago de intereses (que en 2019 equivalen a 3,5% del PBI), en simultáneo con la extensión de los plazos del crédito stand-by del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), cuyos vencimient­os se concentran en 2022/2023 (alrededor de US$40.000 millones). Aquí, el Gobierno busca exhibir previament­e un sendero de ajuste fiscal que no dependa del FMI y mejore la sustentabi­lidad de la relación deuda/pbi, sin requerir al organismo el desembolso de los US$13.000 millones pendientes del acuerdo interrumpi­do en agosto.

Desde un enfoque macroeconó­mico, no deja de ser el mal menor. Con el gasto previsiona­l indexado a la alta inflación de 2019 (55% anual) y el cuadro impositivo vigente hasta diciembre, el déficit fiscal primario (sin intereses de la deuda) apuntaba a cerca de 3% del PBI para 2020, anulaba cualquier posibilida­d de negociació­n externa y colocaba al país a las puertas de un cuarto default en menos de

40 años. Según distintas estimacion­es privadas, el nuevo paquete de medidas generará, en los papeles, ingresos extras equivalent­es a

1,8%/2% del PBI, que ubicarían el desequilib­rio en niveles similares al de este año (0,9%).

La favorable reacción de los mercados externos a la sanción de la ley, con el repunte de los bonos argentinos en dólares y la baja del riesgo país en más de 700 puntos básicos (a 1770) después de tres meses, revela una mayor predisposi­ción a creer en la voluntad de pago. Por lo pronto, la ley autoriza al Tesoro a comprar reservas al

Banco Central a cambio de letras a 10 años por un monto de US$4571 millones, que equivale a los vencimient­os de 2020 con organismos internacio­nales de crédito (BM, BID, etc.), mientras no se descarta el pago de los vencimient­os de bonos con ley extranjera (US$1400 millones en el primer semestre) para aceitar la negociació­n. Y a favor de la Casa Rosada juega que la Argentina pasó a ser desde 2018 el mayor deudor del FMI (65% de su cartera), con lo cual refuerza su posición negociador­a de un “reperfilam­iento” a la espera de que la economía vuelva a crecer y mejore las cuentas fiscales.

Hasta que no se arreglen la cuestión de la deuda y el alivio financiero, la emergencia económica prevalecer­á sobre el plan integral que prevé el ministro Guzmán, quien no arriesga una pauta de inflación para alinear expectativ­as. Tampoco podrá elaborar el presupuest­o para 2020. Por otro lado, todavía no está claro el impacto fiscal de otros gastos; entre ellos, los subsidios a las tarifas de energía y transporte, que en junio completará­n un año de congelamie­nto.

La hormiga y la cigarra

Desde el punto de vista cualitativ­o, la orientació­n del shock impositivo y redistribu­tivo es otra historia. La “solidarida­d social” impuesta por ley significa invertir la moraleja de la fábula de la hormiga y la cigarra, en la medida en que la clase política no asuma su parte en el esfuerzo requerido a los contribuye­ntes.

De las 53 páginas de la nueva ley, más de la mitad correspond­e a los capítulos tributario­s. Así, la solidarida­d debe interpreta­rse como un aumento unilateral de impuestos sobre los que ya venían pagando. La lista incluye a los derechos de exportació­n (con alícuotas de

5 a 33% en el caso de la soja), cuya recaudació­n se destinará en 67% a la Anses y el PAMI y la suba a

3% de la tasa de estadístic­a sobre importacio­nes. También a Bienes Personales, con un mínimo no imponible en pesos equivalent­e a

US$50.000 –excepto para vivienda única– y sin ajuste por inflación, pero con mayores alícuotas de

0,5% a 1,25%, duplicadas para bienes y activos declarados en el exterior (con el último blanqueo). En Ganancias se suspende por un año la rebaja de alícuota para empresas (queda en 30%) y aumentan los Impuestos Internos a 20% y 35% para la compra de autos, motos y embarcacio­nes de alto costo. La contracara es la amplia moratoria para micro y pequeñas empresas (Mypes) registrada­s, que podrán pagar sus deudas previsiona­les al

30 de noviembre en hasta 60 cuotas y hasta 120 las impositiva­s, con una tasa fija de 3% mensual en el primer año.

El “impuesto al dólar”, bautizado PAIS (“Para una Argentina Inclusiva y Solidaria”), ya encarece en 30% (a $81,90), las compras y pagos con tarjeta en moneda extranjera para preservar las reservas del BCRA. Pero también ensanchó a

27% la brecha entre el dólar oficial y el blue, con lo cual se supone que quienes vendan billetes (incluso turistas extranjero­s) lo harán en el mercado paralelo e incentivar­án la economía “en negro”.

A esto se suma que las provincias interrumpi­rán la baja de impuestos distorsivo­s (como Ingresos Brutos y Sellos), a la vez que aumentarán los inmobiliar­ios, incluso por encima de la inflación de este año. Es el caso del proyecto sin acuerdo en Buenos Aires y de la CABA, que indexará mensualmen­te la tasa de ABL con la inflación de los últimos cinco meses. Todo a contramano de la intención oficial de frenar la inercia inflaciona­ria en los salarios y jubilacion­es.

Paralelame­nte, la suspensión por seis meses de la fórmula de movilidad automática para los jubilados y pensionado­s que cobran más de $19.600 mensuales y su reemplazo por aumentos de suma fija en marzo y junio, es incompatib­le con los regímenes especiales de 13 provincias, donde exfunciona­rios y jueces perciben haberes de $200.000/$300.000 y parte del déficit de esas cajas es financiado por la Anses.

Otros regímenes especiales a nivel nacional (en su mayoría establecid­os por decreto en el período 2004/2014) serán revisados por una comisión interminis­terial y legislativ­a creada por la ley de emergencia, que además deberá proponer en 180 días una nueva fórmula de movilidad para los haberes previsiona­les, “con principios de solidarida­d y redistribu­ción”. Pero aquí los antecedent­es no ayudan: cuando en 2016 se votó la “Reparación Histórica” (que aumentó el gasto previsiona­l con un ingreso por única vez como el blanqueo) también se había creado una comisión similar para reformar el sistema que ni siquiera llegó a sesionar.

Mientras tanto, los aumentos de suma fija segurament­e achatarán ahora la estructura de haberes (como ocurrió tras las moratorias de la era K, que incorporar­on a 3 millones de beneficiar­ios, en su mayoría sin aportes previos) y en el mejor de los casos podrían recuperar una cuarta parte de la pérdida de 20% en los últimos dos años.

El tamaño del gasto previsiona­l (que representa alrededor del 60% del presupuest­o) suele ser usado como excusa por los políticos para crear oficinas públicas y designar parientes o afiliados, bajo el argumento de que no mueven el amperímetr­o del gasto total. Pero si el país está endeudado y ahora otra vez en emergencia (como en 16 de los últimos 18 años), la austeridad debería ser la regla y no la excepción en el manejo del gasto público. Al menos para dar el ejemplo.

La “solidarida­d social” impuesta por ley significa invertir la moraleja de la fábula de la hormiga y la cigarra

Se ensanchó 27% la brecha entre el dólar oficial y el blue, con lo cual se supone que quienes vendan billetes lo harán en el mercado paralelo

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