LA NACION

Que el remedio no sea peor que la enfermedad

- Héctor M. Guyot

La Argentina es un paciente en grave estado que entra nuevamente al quirófano con respirador artificial y pronóstico reservado. El médico a cargo de la intervenci­ón se coloca los guantes y, dado el tenor de la emergencia, te extiende un papel donde abunda la letra chica para que lo firmes al pie sin demora. Tan brava es la urgencia que no basta con aplicar los protocolos habituales. El hombre exige carta blanca para hacer las cosas a su modo, nada de estudios preliminar­es ni juntas médicas que solo sirven para perder tiempo. Él sabrá por dónde hacer la incisión y qué partes del organismo tocar con su filoso bisturí para que ese cuerpo mustio recobre el brío perdido. Sin alternativ­as, aturdido, estampás la firma. Sin embargo, sabés que el paciente está como está, en gran medida, por el tratamient­o que hace un tiempo le infligió el equipo del médico que ahora reclama superpoder­es sobre el enfermo mientras desconoce haberle causado antes mal alguno. Entonces, cuando te llevan acostado al quirófano advertís que el paciente sos vos y solo te queda alzar las manos al cielo para pedir que, por esta vez, el remedio no sea peor que la enfermedad. Es decir, el milagro.

Si el cirujano mayor empuñara el instrument­al con la mitad de la destreza que tiene para dibujar los diagnóstic­os, hay posibilida­des. El inconvenie­nte es que la capacidad discursiva para cambiar la realidad según convenga es precisamen­te causa de desconfian­za. Con engaños, el equipo de este médico ha sabido vender antes supuestos remedios que casi ponen en coma a la República. El paciente, cuyo instinto de superviven­cia está fuera de duda, ha de tomar la anestesia y entregarse al cirujano de turno, pero al mismo tiempo debe evitar que ese sea de nuevo el caso en dos afecciones gravísimas: la crisis económico-social y la enfermedad de la Justicia.

La ley de emergencia que aprobó el Congreso apunta a atender los vencimient­os de deuda y las urgencias del sector más postergado de la sociedad. Pero dista mucho de ser un canto a la solidarida­d, como pregona su nombre. “No hay congelamie­nto de los haberes jubilatori­os”, insiste el Presidente. Sin embargo, no aclara que ahora la movilidad de esas jubilacion­es no es un derecho, sino que depende de su voluntad. El dólar blue a 80 pesos supone una devaluació­n de hecho con un impacto enorme en la población. El impuestazo, que la provincia de Buenos Aires quiere reproducir, recae mayormente sobre la franja que siempre ha cumplido con sus deberes fiscales y aquellos que producen. Algunos medios hablan de “dólar solidario” cuando se refieren al minorista con el 30% de impuesto, otra muestra de la capacidad del peronismo para editarle la realidad a la prensa.

La política no estaba dispuesta a ceder nada hasta que un diputado opositor advirtió el truco en el articulado del proyecto y puso en offside al Gobierno. El Estado tampoco tiene previsto recortar gastos, aunque es un agujero negro por el que se escapan cifras siderales en los casi cuatro millones de funcionari­os y empleados públicos que hay en el país y en una corrupción sistémica que alienta todavía más la sensación de injusticia de los que trabajan y tributan. Este Estado de tamaño y gastos desmesurad­os, expoliado además por quienes lo conducen, viene de lejos, pero alcanzó su máxima expresión cuando el equipo del médico que ahora está al mando llevaba las riendas de la casa. Para peor, la concesión de superpoder­es refuerza la cultura caudillist­a, que está en la base del sistema clientelis­ta y corporativ­o que lleva décadas entre nosotros y ahora nos ahoga.

El cirujano, que se muestra razonable y criterioso, no admite nada de todo esto. Mucho menos el equipo que lo acompaña, que habla de “tierra arrasada”. Estamos en manos de aquellos que produjeron muchos de los males de los que ahora nos pretenden salvar, y el problema es que no se reconocen como parte del problema. Si el Presidente lo hiciera, las cosas serían distintas. Pero aplica relato. Sobre todo, y de manera más flagrante (porque aquí sí que no le queda alternativ­a), en lo que hace al mal que aqueja a la Justicia. Considera inadmisibl­es todas aquellas cosas que su equipo, especialme­nte cuando estaba al frente su actual vicepresid­enta, llevó adelante sin pudores. Son inadmisibl­es, no cabe duda. Que la Justicia Federal está casi toda al servicio de los poderosos lo confirman las noticias de estos días: doce exfunciona­rios, sindicalis­tas y empresario­s kirchneris­tas que estaban detenidos por casos de corrupción salieron de la cárcel desde que el peronismo ganó las PASO, mientras Cristina Kirchner alivia día a día su todavía complicada situación judicial. El diagnóstic­o del médico de turno es correcto, pero incompleto, porque carece de memoria. La perdió cuando firmó el acuerdo que lo puso a la cabeza de la fórmula que ganó las elecciones. Aquí la intervenci­ón persigue un objetivo bien concreto. Y no es la salud del paciente.

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