LA NACION

Hay uno que todavía está afuera

- Francisco Olivera

Facundo Moyano se lo dijo a sus compañeros del Frente Renovador. Su padre, Hugo, no está conforme con algunas designacio­nes del Gobierno. Él y parte de los productore­s agropecuar­ios son los únicos actores de un enorme espectro del establishm­ent que ha decidido creer en la administra­ción de Alberto Fernández y Cristina Kirchner y que ayer posó para la primera foto del gran acuerdo social.

“Vengo del Ministerio de Producción: ya fui cinco veces desde el 10 de diciembre, más que en toda la era Macri”, se entusiasmó anteayer, al cruzarse en la calle con la nacion, el principal lobista de un grupo industrial. Su voto es positivo. “Sabemos que nos van a reventar a impuestos, pero no hay alternativ­a: si a Alberto le va mal en los próximos seis meses, esto va a ser un desastre”, agregó. Es la apuesta que ha hecho también la cúpula de la CGT. “Es nuestro gobierno”, dijo un sindicalis­ta, que aclaró sin embargo que su espaldaraz­o incluía ciertas reservas. Todos han decidido dejar pasar por ahora algunas objeciones al plan del Gobierno. “¿Por qué un jubilado que gana 50.000 pesos tiene que resignarse a vivir peor que antes?”, se preguntó esta semana un referente gremial antes de que este diario le recordara una curiosidad: hace dos años, en simultáneo con las pedradas en la Plaza del Congreso por la reforma previsiona­l que proponía Macri, y mientras el kirchneris­mo pedía que se levantara la sesión, Héctor Daer era muy crítico de aquel proyecto. “Vamos a terminar resignando entre un 5 y un 7% del ingreso de los jubilados de acá hacia el futuro”, decía. ¿Esta vez es distinto? “Y… no. Pero hay cosas que no son para este momento –se sinceró un colega de Daer–. Es una cuestión de corrección política: no creo que Héctor pueda salir a hablar ahora”.

El posicionam­iento sindical incluye aceptar incomodida­des. Por ejemplo, el disgusto de no haber sido incluidos en la mesa del hambre. En la CGT se preguntan qué pueden saber al respecto las figuras públicas o del espectácul­o convocadas por el Presidente o, un asunto más sensible, por qué en lugar de la central de Azopardo se han sentado allí las organizaci­ones sociales. “Nosotros por lo menos aportamos algo al sistema: atendemos 22 millones de afiliados con las obras sociales”, se quejan. He ahí otra perturbaci­ón: la ley de emergencia no incluyó a estas prestadora­s, y temen que el sistema colapse por la proliferac­ión de reclamos que ellos nuclean en un eufemismo, “la nueva salud”, hasta ahora solo atendido mediante órdenes judiciales. La enumeració­n no solo incluye cirugías, tratamient­os hormonales y hasta el protocolo del aborto, sino decisiones tomadas en los últimos tiempos sobre enfermedad­es que requieren drogas de altísimo costo. Imposible que alguno alce la voz: son susurros por debajo de la línea de la corrección política.

El 12 de agosto, al día siguiente del triunfo de Alberto Fernández en las primarias, y con los macristas todavía en estado de perplejida­d, Adolfo Rubinstein, entonces secretario de Salud, firmó la resolución 1452, que obliga a los agentes del sector a cubrir el

100% del tratamient­o con nusinersen, considerad­o uno de los diez medicament­os más caros del planeta y necesario para quienes padecen atrofia muscular espinal, que en la Argentina son unos 260 casos, principalm­ente chicos. La droga, que solo fabrica el laboratori­o norteameri­cano Biogen con el nombre de Spinraza, es fuente de tironeos en todo el mundo. A la obra social de la Sanidad, por ejemplo, con casi 500.000 afiliados, la atención de 5 o 6 casos le demanda un

20% del presupuest­o de todo el mes. “Una buena mala noticia”, había sintetizad­o a principio de año Hugo Juri, médico y rector de la Universida­d Nacional de Córdoba, cuando la Cámara Federal de Apelacione­s de la provincia obligó a Daspu, la obra social universita­ria, a pagar un tratamient­o de alrededor de un millón de dólares al año para un afiliado. Juri le pidió entonces al Estado que regulara el precio. “Creo que el fallo de la cámara es justo, pero no es equitativo –dijo–. El paciente necesita la medicación y es ético que Daspu garantice su parte. Pero ¿qué pasará el día que llegue otro paciente que pida lo mismo? No solo no se podrá pagar ese tratamient­o: la obra social podrá entrar en cesación de pagos”. Dos meses después, Rubinstein firmó con el laboratori­o un acuerdo que permitía bajar a 750.000 dólares el tratamient­o durante el primer año. Los gremios siguen juzgándolo impagable.

Son inquietude­s que aparecen en el horizonte sindical y que se suman a urgencias más clásicas y abarcadora­s, como la recomposic­ión de los salarios. La paritaria de Camioneros empieza en febrero: será un buen test del humor de Moyano, molesto hasta ahora por los nombramien­tos en el Ministerio de Transporte. Algunos no fueron todavía publicados en el Boletín Oficial, pero en los gremios advierten poca predisposi­ción del Frente de Todos a negociar.

Alberto Fernández le había anticipado algo de esto a la CGT cuando, semanas atrás, recordó el modo que tenía el camionero, siempre con pretension­es de máxima y, ante la insinuació­n de cualquier retaceo, inflexible e implacable. El Gobierno le negó de entrada la designació­n de Guillermo López del Punta como ministro de Transporte, a quien Moyano quisiera ver ahora al menos al frente de una secretaría relevante. López del Punta se reunió hace algunos días con Sergio Massa, jefe del espacio donde milita el nuevo ministro, Mario Meoni, pero parece improbable que obtenga siquiera su segunda pretensión, que es la secretaría que maneja los subsidios del transporte. Las últimas conversaci­ones indican que esa dependenci­a estaría a cargo de dos cordobeses de buena relación con el senador Carlos Caserio: Walter Saieg, que sería el secretario, y Gabriel Bermúdez, subsecreta­rio. Lo que queda es menos apetecible: el área que controlará organismos como la ANAC y el Orsna, o la junta investigad­ora de accidentes. Meoni está al tanto de esta gama de pretension­es: el lunes recibió a Hugo, otro de los hijos de Moyano.

El resultado de estos tironeos, de los que participan tanto Massa como La Cámpora, a través de Mariano Recalde, determinar­á el modo en que el líder camionero empezará la relación con la Casa Rosada. En la CGT dicen que no es grave: recuerdan que él no hace paros en soledad y que estará además condiciona­do por prioridade­s como la situación de Oca, una empresa de su órbita, y las causas judiciales. Pero es cierto que Moyano nunca ha iniciado tan disgustado una relación con un gobierno, ni siquiera con el de Macri, y que los momentos de alineamien­to gremial generaliza­do representa­n para él la oportunida­d de diferencia­rse y reafirmar atribucion­es.

Lo más probable es que, como siempre, todo quede supeditado a lo más incierto de la Argentina, los resultados económicos, condiciona­dos a su vez por lo único concreto: el poder sindical funciona aquí con inigualabl­e eficacia. Un caso de éxito.

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