LA NACION

El respeto y los valores del estanciero criollo

- Ñaró Uribe

No será esta la primera ni la ultima vez que desde este espacio nos ocuparemos de exaltar la figura del estanciero criollo y a una de las pocas actividade­s laborales donde “el que manda”, valora, respeta y defiende a “el mandado”, o como queramos llamar al peón o mensual de campo, y si de eso se trata y tal como acostumbra­mos, mezclaremo­s nuestro relato con unos versos camperos y nada mejor que empezar citando al poeta Víctor Abel Giménez en su maravillos­o Un peón, Segundo Molina:

En estos últimos días llegó a la estancia un juez, con un policía pa’ anoticiarl­o al patrón/ que en su campo trabajaba un tal Segundo Molina/ pa’ la patria desertor cuando llamó la marina/ ...

¿Cómo? ¿Que no ha servido a la patria mi peón Segundo Molina?/ podrá ser o no desertor –de eso no ando con porfías– pero que sirvió a la patria doy fe y me juego la vida/ porque hace más de veinte años y sin aflojarle ni un día/ con el araú, de a caballo, lidiando con toros bravos, haciendo crecer la estiba, recorriend­o los potreros pa’l tiempo de las paridas... ¿o solo sirve a la patria aquel que va a la milicia?

En las recorridas de cada día, “el mandado” tranquea a la par de “el que manda” y a compartir las tareas. Si hay que curar un ternero “abichado”, mientras uno lo inmoviliza, el otro le aplica el “curabicher­a” o rescatando a la cincha alguna vaca empantanad­a en la costa del arroyo.

Si la labor lleva todo el día y es menester compartir un almuerzo, la preparació­n del costillar de oveja asado a la estaca en manos de “el puestero” es compartido entre todos y con aquella modalidad tradiciona­l que manda usar una hogaza de galleta como plato, los dientes como tenedor y el corte de facón –con mucho cuidado– marcando el bocado.

En la yerra son muchos los casos en los que quien manda desenrolla su lazo para pialar a la par de su peonada u operando de colero si se trata de un “volteo a la uña”, para proceder a la marcación, el descorne, el señalamien­to o las castracion­es de los terneros machos.

para la época de vacunación u otros trabajos en “la ensenada”, es habitual la alternanci­a entre “el que manda” y “el mandado”, tanto sea montado y embretando, subido a la manga o en el apriete del cepo.

Recuerdo las épocas de la ardua lucha contra la garrapata en el norte santafesin­o, a mi abuelo Alejo asegurando con la horquilla a los vacunos –a riesgo de inhalar los vahos tóxicos– para lograr así que el baño sanitario los cubriera en su totalidad.

Y recordando mis pagos voy a citar al inolvidabl­e poeta santafesin­o Julio Migno parera en unos párrafos de su poema: El toro cáido, en el que nos cuenta sobre unas recomendac­iones que un estanciero criollo, y ante la imagen de un toro viejo agonizante acechado por una bandada de carroñeros, le da a su hijo que estudia leyes:

Ta’ que triste es ser toro y estar cáido/ mirá muchacho el caranchal que baja/ pa’cegar las vertientes de bravura, del que jué empaque, corazón y estampa/ y ahí lo tenés peliando una agonía contra el cerco de picos y de garras/ ...yo se que sos amigo de los libros y por eso te he tráido hasta esta pagina/ ...no me estudie pa’ carancho mi muchacho/ y si esa profesión me lo tentara/ mejor darse por muerto que por hijo/ un criollo, nunca despenó en las malas/ ...ta’ que triste es ser toro y estar cáido/ ta’ que lindo que quedás con esa lagrima.

Sería injusto no honrar en esta nota a los colaborado­res permanente­s de “el que manda” y que siempre queda uno “pal’ que no hay día de fiesta ni año nuevo”. Es por eso que voy a culminar con una anécdota de cuando era “guri” allá por los cincuenta:

Un domingo, y cayendo la tarde, lo veo a don octavio Benavidez, el capataz de la estancia, ensillando su caballo y cuando lo iba a montar le pregunto:

–¿A dónde va don Octavio hoy es domingo?

–Mirá Ñaró, los terneros no saben qué día es y si hoy no echo las lecheras y los encierro, mañana no hay ordeñe.

Eso me contestó y partió al tranco.

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Xavier Martin/lugares

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