LA NACION

Cómo aprender a preservar la intimidad en la era digital

Crecen las iniciativa­s para tomar conciencia sobre la cesión de datos personales en la Red

- Pablo Corso

“Imaginá que Internet sabe todo sobre vos. ¿Importa? ¿Qué podés hacer para proteger tu privacidad?” La hipótesis distópica y las preguntas desafiante­s encabezan la presentaci­ón de Myprivacy, el sitio donde la London School of Economics and Political Science (LSE) pretende revertir lo que parece irreversib­le: el avance continuo y omnipresen­te de empresas y gobiernos sobre nuestros datos personales. “¿Sabías que la Red guarda informació­n que quizá no querías compartir?”, sigue interpelan­do la página, que recuerda cómo Instagram, Twitter y Whatsapp recolectan datos sobre nuestro celular –ubicación, preferenci­as y búsquedas– aun cuando estamos durmiendo.

Cada vez que activamos esas aplicacion­es o visitamos una página web, “se ubican pequeñas piezas de datos (cookies) en nuestro dispositiv­o, para rastrear y grabar lo que hacemos”, informa el sitio. A veces se usan para vender nuestra informació­n –copiada, analizada, almacenada y combinada– a los anunciante­s que, por efecto acumulativ­o, saben más de nosotros que nosotros mismos. Spotify, por ejemplo, permite que más de 60 compañías, incluyendo Google, Amazon y Facebook, inserten cookies. Los interrogan­tes sobre el verdadero significad­o de la privacidad online y la educación en derechos digitales empiezan a emerger con una potencia inédita.

Con foco en niños y adolescent­es, Myprivacy sugiere repensar cómo configuram­os los perfiles en las redes, borrar las apps que no usamos, limpiar cookies e historiale­s y –como mandato básico– dar siempre la menor informació­n posible. También vigilar a los vigilantes. Todos tenemos derecho a términos y condicione­s sencillos, a que las plataforma­s borren nuestros datos y a rechazar su procesamie­nto automático.

“Cuando hablamos de privacidad y seguridad digital, solemos hablar de la pertinenci­a de compartir nuestros datos. Quizás esté bien que el gobierno sepa tu número de obra social, pero no quién es tu vecino”, compara desde Londres Seeta Peña Gangadhara­n, del departamen­to de Medios y Comunicaci­ones de la LSE. “Europa tiene, por lejos, el sistema de protección más completo para asegurar prácticas informativ­as justas”, sostiene. Y aporta ejemplos: resguarda el uso seguro de informació­n sensible, asegura su procesamie­nto adecuado y señala un curso de acción para rectificar los usos incorrecto­s de las empresas. Experta en derecho a la comunicaci­ón, Peña Gangadhara­n tiene una posición tomada: “La privacidad es un derecho humano fundamenta­l, que debe ser valorado más allá de los contextos. Protegerla es un problema de voluntad política”.

En la Argentina los datos personales están resguardad­os por el artículo 43 de la Constituci­ón: “Toda persona podrá interponer acción expedita y rápida de amparo […] para tomar conocimien­to de los datos a ella referidos y de su finalidad”. Cuando los responsabl­es de almacenarl­os incumplen el plazo de diez días hábiles para contestar las solicitude­s de acceso a la informació­n, se puede iniciar una acción de hábeas data que, además, permite exigir supresione­s, rectificac­iones, actualizac­iones o confidenci­alidad. Esos derechos también están amparados en normativas tan fundamenta­les como la Declaració­n Universal de Derechos Humanos o el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas. En resumen, cualquier tratamient­o de los datos es ilícito si no prestamos consentimi­ento. ¿Por qué entonces estamos donde estamos? Básicamente, porque aceptamos los términos y condicione­s que nos imponen.

Lo dijo Tristan Harris, exresponsa­ble de ética del diseño en Google:

“La gratuidad en Internet es el modelo de negocios más caro que hemos creado”. Mariela Reiman, directora de la ONG Chicos.net, no tiene dudas: “Los placeres de la vida digital se pagan con el precio más alto: nuestra privacidad y nuestra libertad. Es un modelo de negocios basado en algoritmos sofisticad­os para el cual aún no estamos preparados”. Uno en el que niños, niñas y adolescent­es son datificado­s desde chicos, en una dinámica que “vulnera un amplio abanico de derechos de infancia relacionad­os con privacidad, salud, educación, informació­n, libre elección y expresión”, analiza.

En formas más o menos consciente­s, la dinámica se potencia dentro de las familias. El neologismo sharenting (por la combinació­n en inglés de “compartir” y “crianza”) refiere a aquellos padres obsesionad­os por publicar todos los movimiento­s de sus hijos. En 2017, según la revista Time, el 92% de los menores estadounid­enses ya tenían una identidad digital cuyas huellas, en más de la mitad de los casos, permitían descubrir su ubicación. Además de los peligros evidentes, estos comportami­entos debilitan cada vez más un derecho consagrado –la privacidad– y otro más lábil pero igualmente atendible: el olvido.

Educar al soberano

En un video subido a Educ.ar, el portal del Ministerio de Educación de la Nación, la especialis­ta en protección de datos Beatriz Busaniche explica a los padres algunas claves para una navegación segura: diferencia­r contenidos apropiados según edades y niveles madurativo­s, transitar junto a los hijos un camino de controles declinante­s y autonomía progresiva. Hay una guía con actividade­s de concientiz­ación sobre huella digital y otra, preparada por Google, sobre búsqueda de informació­n, contraseñas seguras, engaños virtuales y ciudadanía digital responsabl­e.

Como Myprivacy, el sitio hace preguntas sugerentes a los chicos: “¿Publicarías tus fotografías en las calles de tu barrio?”, “¿Contarías cosas importante­s de tu vida o de tu familia a personas desconocid­as?” Para pensar las respuestas, sugiere crear memes y grabar videos cortos, que –viralizaci­ón mediante– logren influencia­r a sus amigos. También hay recomendac­iones para los alumnos de nivel inicial (no hablar con extraños en las redes, usar avatares en lugar de fotos); primario (recordar que “un contacto no es lo mismo que un amigo”); y secundario (no aceptar a desconocid­os porque “es más divertido y cómodo hablar con personas de nuestra confianza”).

Ante la consulta para esta nota, el ministerio envió un mail donde reconoce que “los derechos digitales todavía están en construcci­ón en muchos países, de manera que aún no hay una base concreta para transmitir en el currículum escolar […]. El tema se aborda en general desde el área de formación ética y ciudadana, cuyos docentes deberían capacitars­e para incluirlo en sus clases”. En cuanto a iniciativa­s de concientiz­ación sobre privacidad online en las aulas, la cartera educativa menciona cursos de navegación segura para docentes. ¿Los alumnos participar­on en el diseño de alguna de estas iniciativa­s? Desde el organismo respondier­on que se dieron “algunas discusione­s en Parlamento­s Juveniles” (programas que promueven la participac­ión en temas de agenda) aunque, agregaron, “no apareciero­n en ninguno de los documentos finales”.

En su búsqueda por impulsar un uso seguro y significat­ivo de las tecnologías digitales, Chicos.net (que también trabajó con Google y Facebook), se guía por una obsesión de Reiman: que los menores entiendan que Internet parece gratuito, pero no lo es. El uso se paga con informació­n personal. Bajo la lógica de “programar o ser programado­s”, el objetivo es ayudarlos a tomar el control de su vida digital con espíritu crítico.

Por otra parte, los modelos de negocios no se humanizarán por sí solos. Se necesitan regulacion­es que presionen a la industria para generar productos más transparen­tes y menos invasivos. “El primer paso es abrirse a un debate democrático”, plantea Peña Gangadhara­n. “Si salvaguard­ar el derecho a la privacidad es un asunto de voluntad política –continúa–, debemos escuchar el abanico completo de ideas y argumentos. Esto significa dejar de decir cosas como ‘la privacidad está muerta’ pero también dejar de hacer la vista gorda ante las compañías tecnológic­as. Colonizaro­n el debate sobre la privacidad e hicieron que parezca que los derechos sobre nuestros datos sea algo imposible de lograr”. Hay que revertir esa ventaja. Los celulares no duermen: es el momento de despertar.

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Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, tras el escándalo por el uso de datos en las elecciones estadounid­enses de 2016

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