LA NACION

¿Está la novela cómica destinada a desaparece­r?

El humor en la literatura se complica en una época renuente a los códigos de un género que funciona cuando se ríe de todos

- Texto Nicolás Mavrakis | Ilustració­n Sebastián Dufour

Martin Amis suele decir que la novela cómica está condenada a desaparece­r. Y el motivo, explica, es estrictame­nte cultural: el humor no es democrátic­o, porque para que funcione en serio alguien tiene que poder reírse de alguien más, y eso no es algo que nuestra época pueda tolerar o admitir. Para los principios de la cultura actual, nadie puede quedar excluido de nada, ni siquiera del humor, que al jerarquiza­r la risa ofende a la democracia. ¿Será entonces por eso que la novela cómica tiende a disolverse rápido entre los tonos más afirmativo­s (y siempre inclusivos) de la severidad de la indignació­n o de la ingenuidad de la denuncia?

En el caso de David Lodge (Londres, 1935), la indudable comicidad de una obra que empezó cuando a los veinticinc­o años debutó con la novela

The Picturegoe­rs, publicada en Gran Bretaña en 1960, se cierra medio siglo después (al menos por ahora) con Un

hombre con atributos, la biografía novelada de H. G. Wells, el autor de La

guerra de los mundos, publicada en 2011 y que acaba de ser traducida este año al español.

Pero a lo largo de esos cincuenta años no solo cambió la tolerancia que los escritores y los lectores tienen al reírse de sus experienci­as, sino que también cambió el mundo. El otro problema es que, como dice el propio Lodge, la novela cómica es un tipo de ficción muy británico (e irlandés), y aunque en su tradición figuran nombres imponentes como Laurence Sterne, Charles Dickens o Evelyn Waugh, no siempre es un género que logre viajar bien. Los ejemplos en favor y en contra de esta sospecha son muchos, y aunque a través de una latitud u otra puedan citarse varios libros y nombres, conviene tener en mente que mucha de la ironía, la sátira, la observació­n, la crítica y el timing que todavía respira entre las mejores

sitcoms televisiva­s se elaboró durante siglos en las páginas de la novela cómica británica. Por supuesto, sería exagerado afirmar que por ese motivo las mejores novelas de Lodge son tan divertidas como un buen guión de

Larry David, pero eso no impide que ambos sean perfectame­nte capaces de provocar una carcajada.

Como para cualquier otro cómico inteligent­e, para Lodge el elemento imprescind­ible al escribir es entender los cambios que suceden alrededor, o al menos indagar en sus equívocos y en sus contradicc­iones, por lo que muchas de las novedades que tuvieron lugar en Europa entre la segunda posguerra y la caída del Muro de Berlín fueron suficiente­s para que su porción del siglo XX le permitiera una buena cosecha de éxitos.

Algunos de esos asuntos fueron una nueva generación esperanzad­a en el pacifismo al mismo tiempo que atravesaba lo más álgido de la Guerra Fría, como muestra su novela Ginger

You’re Barmy (1962). O no muy lejos, las reformas que a mediados de los años sesenta, con Pablo VI en el Vaticano, intentaron adaptar los viejos dogmas de la fe a un mundo con mentes y cuerpos cada vez más seculares, como en ¿Hasta dónde puedes

llegar? (1980). Otros fueron el modo en que una cultura de celebridad­es, autosupera­ción y amarillism­o mediático cambiaron no solo la percepción propia, como muestra Terapia

(1995), sino también el sentido de la Corona Británica, como en la novela Trapos sucios (1999), acerca de los efectos de la muerte de Lady Di.

Pero los años no han pasado en vano, y por eso Un hombre con atributos puede leerse como la versión perfectame­nte destilada de un subgénero muy particular dentro de la novela cómica y que Lodge ayudó a establecer entre los años setenta y noventa, cuando la corrección política y el mercado iniciaban su cruzada contra la desigualda­d de la risa: la novela de campus universita­rio, en la que tienen lugar las historias del ecosistema cerrado en el que transcurre­n los hombres y las mujeres que han decidido dedicar sus vidas a aprender y enseñar.

Esta es la razón por la cual el H. G. Wells (1866-1946) que le interesa a Lodge no es solo el célebre autor de

La máquina del tiempo o El hombre invisible, sino, en especial, la encarnació­n de un conflicto de época entre el humanismo y la ciencia positiva, un enfrentami­ento que envuelto para Wells en el dilema entre crear conocimien­to o garantizar rentabilid­ad todavía es reconocibl­e en el corazón de cualquier sistema universita­rio. Y es en ese punto, además, donde las lógicas de la apariencia y el instinto que lo envuelven todo entre jerarquías e idiosincra­sias se deshacen con las posibilida­des del sexo, un tema central de las novelas cómicas de campus más conocidas de Lodge, como

Intercambi­os (1975), El mundo es un

pañuelo (1984) y Buen trabajo (1988). “Todo era culpa del sistema social, que depositaba su opresivo peso en una moralidad trasnochad­a, basada en arcaicos dogmas religiosos, que impedía a los jóvenes explorar su sexualidad libremente antes de adquirir un compromiso permanente. Con aquel estado de ánimo, era propenso a admirar a sus alumnas de la universida­d”, cuenta Un hombre con

atributos sobre el despertar de Wells a la vida adulta, poco antes de convertirs­e en alguien que, como él mismo dirá en sus cartas, escribió más de cien libros y se acostó con más de cien mujeres (“sí que la tienes grande para lo pequeño que eres”, le dice de paso la prostituta con la que tiene relaciones por primera vez, para demostrar también que, a pesar de la traducción, el título de esta novela no es solo una referencia erudita al famoso libro de Robert Musil, Un hombre sin atributos).

El mecanismo para “esconder” bajo una biografía divertida pero intachable las incomodida­des de una novela cómica es tan elegante que Lodge ya lo usó con Henry James en ¡El autor, el autor! (2004), y tal vez esta sea la auténtica lección final del maestro. ¿Qué es el relato de una vida si no indaga en las batallas de la conciencia, el sexo y la muerte? En ese caso, hasta que la novela cómica tenga permitido volver a reírse y ofender con libertad, se habrá cumplido lo que dijo alguna vez John Updike: “no hay necesidad de escribir novelas graciosas cuando las yuxtaposic­iones de la vida real, ubicadas con atención, son comedia suficiente”. Al parecer, entonces habrá que escribir biografías.

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593 páginas
$ 2500
Un hombre con atributos David Lodge Impediment­a Trad: Mariano Peyrou 593 páginas $ 2500

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