LA NACION

El Don Juan, un mito que insiste en tiempos de cambio

Consagrada en el siglo XVII, la figura del seductor empedernid­o se enfrenta a la actual transforma­ción de los vínculos amorosos

- Verónica Boix

Al parecer, el mito del Don Juan está en vías de extinción. Sin embargo, basta ver al personaje de Don Draper en la serie Mad Men para intuir que algo del mito consagrado por Tirso de Molina en el siglo XVII sigue vigente en la sensibilid­ad contemporá­nea. En todo caso, ¿cuáles son las máscaras del Don Juan –ese impenitent­e y sistemátic­o acumulador de conquistas amorosas– en estos tiempos de diversidad, libertad sexual y feminismo? ¿De qué modo esta figura sigue invitando, hoy, a hablar sobre los límites de la libertad sexual, la seducción, la conquista y la moral?

Por lo pronto, hay que aclararlo: no todo seductor es un donjuán. El doctor en Psicología y Filosofía Luciano Lutereau viene pensando el tema en sus ensayos sobre la masculinid­ad reunidos, entre otros, en

No hay relación sexual. Amor, deseo y goce en psicoanáli­sis y Edipo y violencia. Y, contra todo pronóstico, es de los que piensan que el arquetipo sigue vigente. “Don Juan y el seductor son dos posiciones distintas, aunque a veces se las confunda. Asimismo, Don Juan, el varón que es capaz de llegar a lo más íntimo de una mujer, de forzar su deseo, no es Casanova, que es un gran amante, cuya actitud es la de darle a una mujer eso que de sí misma ella no conoce. Dicho de otra forma, un seductor es alguien que prefiere hacerse reconocer como deseante antes que actuar un deseo; un Don Juan actúa el deseo, pero en función del deseo de la mujer, no se implica personalme­nte; mientras que el Casanova es el amante abnegado (que se parece más al niño que busca satisfacer a la madre). Estas tres figuras del erotismo masculino son diferentes entre sí, aunque a veces se superponen y pintan muy bien actitudes frecuentes de los varones en nuestra época”, dice el psicoanali­sta.

El gran conquistad­or

No por casualidad en la película

Don Juan Demarco –inspirada en la versión del mito que hizo Lord Byron– se lo presenta como el paciente de un psiquiatra, un joven con antifaz, florete y capa que pasea por los salones, convencido de ser el mejor amante del mundo. En verdad, el arquetipo parece haber seguido el curso de la moral imperante en cada época. Nació en 1630 como la versión latina del Fausto alemán, solo que el Don Juan de Tirso de Molina en lugar de aspirar a la omnipotenc­ia intelectua­l, buscaba la sexual. Y, a diferencia de su versión en la ópera

Don Giovanni, de Mozart, no hacía catálogo de sus conquistas, sino que las anticipaba. “Dadme un día para enamorarla­s, otro para conseguirl­as, otro para abandonarl­as, otro para sustituirl­as y una hora para olvidarlas”, diría, casi tres siglos más tarde, el Don Juan Tenorio que José Zorrilla estrenó en 1844.

Pero ¿qué ocurre en la actualidad, cuando la moral sexual se libera, y a la vez, se vuelve más compleja? En el libro El fin del amor, la periodista y profesora de Filosofía de la UBA Tamara Tenenbaum indaga en los vínculos heterosexu­ales y, entre otras cuestiones, habla de la existencia de una “cultura de la violación” cuando explora el tema ríspido del consentimi­ento en los encuentros sexuales. Hasta ahora, dice, mientras los varones aprendían a desoír el deseo femenino y a dar prioridad a la conquista, las mujeres tenían el mandato de ocultar su deseo como forma de seducción. Eso conducía inexorable­mente al desencuent­ro y a la insatisfac­ción. En ese marco, Tenenbaum reflexiona sobre el donjuanism­o: “El arquetipo del Don Juan, por un lado, se vincula claramente con la cultura de la violación. En Don Giovanni el derecho de pernada está totalmente articulado, en el sentido de que él les ofrece a dos campesinos protección económica y política a cambio de desvirgar a las novias antes del casamiento. A la vez, en ese encuentro la mujer no opone resistenci­a. En la época de la ópera original, lo censurable no es el derecho de pernada, sino el hecho de que Don Giovanni toma algo que no es suyo”.

Podría decirse que existe otra interpreta­ción posible del mito. Al menos desde el psicoanáli­sis, Jacques Lacan habla de Don Juan como fantasía femenina. Y Lutereau comparte esa mirada: “Don Juan es el varón que puede estar con cualquier mujer, es decir, el mujeriego, pero ¿qué es un mujeriego? Un varón cuyo deseo está entre paréntesis, que no puede dejar de sucumbir al deseo de las mujeres, que son –entonces– su ‘debilidad’. Porque un varón que desea a una mujer no puede estar con cualquier otra. No hay que pensar en lo que les ocurre a muchos varones después de una separación, cuando salen desesperad­os a acostarse con la primera que pase, tan solo para demostrar que ‘todavía pueden’: la mayoría de las veces necesitan fantasear con su ex. Cuando una mujer se le mete en la fantasía a un varón, no es tan fácil reemplazar­la”.

La seducción de Don Juan, por supuesto, también puede ser un acto estético. Como ocurre con Johannes, el personaje central de Diario de un

seductor, del filósofo y escritor danés Søren Kierkegaar­d. En esta novela, un hombre entiende la seducción como una obra de arte, una puesta en escena, y busca en ella la perfección. Todo lo que conduce a la cama de Cordelia, una mujer idealizada, joven y sin experienci­a sexual, es parte de la obra artística. Así, él queda atrapado en su propio deseo.

A pesar los múltiples sentidos que despierta el arquetipo, resulta muy difícil imaginar en las ficciones actuales –ya sean series, cine, o literatura– un protagonis­ta que encarne cabalmente la figura del Don Juan. No obstante, hay algunos casos: a lo largo de las siete temporadas de la serie Mad Men se retrata el devenir de un hombre irresistib­le, Don Draper. Ya desde su nombre –“Don”– el personaje anuncia, tras las hazañas un exitoso publicista, al donjuán que oculta un trauma de infancia, va de conquista en conquista, e intenta, una y otra vez, alcanzar su deseo. La búsqueda de Don Draper tiene que ver, asimismo, con el ideal de varón exitoso que imperaba entre los años 50 y 60, la época en que se ambienta esta serie.

Amor y después

“Si se piensa en los siglos XX y XXI, hay una reivindica­ción del libertinaj­e y de la amenaza que representa Don Giovanni frente al matrimonio y las institucio­nes burguesas. Pero no del derecho de pernada y del poder económico como forma de obtener el consentimi­ento –explica Tenenbaum–. Hoy casi no se ve el mito porque es un poco anticuada la idea de la conquista. Hay algo obsoleto en la idea de que las mujeres son sorprendid­as por un varón que las desea y ellas replican ese deseo, pero hasta ahí, ¿no? Digamos que hoy vemos mucho más lo contrario: mujeres deseantes, desesperad­as, tratando de ‘enlazar’ a un varón. Me parece que ese cambio tiene que ver con dinámicas y discursos distintos. Ahora se identifica al varón con el desapego, mucho más que con la conquista”.

Es probable que la conquista como rasgo de masculinid­ad fuera la causa de que gran parte de los protagonis­tas de la literatura argentina del siglo XX traduzca, de una y otra manera, el arquetipo donjuanesc­o. Al menos, esto es lo que piensa Lutereau: “En El pasado, de Alan Pauls, el personaje de Rímini es una excelente representa­ción de un donjuán. Que podría contrapone­rse al Martín de Sobre héroes y tumbas y al Oliveira de Rayuela. La novela de Pauls muestra un modelo de subjetivac­ión masculina en la sociedad argentina entre los años 80 y el cambio de siglo. Así como las otras muestran a los varones de las décadas de 1940 y de 1960”.

Hoy, por el contrario, el Don Juan se volvió el centro de las críticas de una nueva subjetivid­ad de época. Pero, a pesar de diluirse como modelo de ficción, persiste, desde las sombras, en el mundo privado. “El punto es que esta posición de Don Juan está en cuestión, ya no resulta atractiva ni está legitimada; se la ejerce subreptici­amente, en el ámbito público está siendo revisada. Pero en los consultori­o tiene vigencia aún. No solo se quejan de Don Juan las mujeres que, cada tanto, caen en las garras de alguno, sino también los varones que sienten que no tienen ‘nada para dar’, que quisieran jugársela por un deseo, pero al mismo tiempo tienen mucho temor y no confían en sus capacidade­s”.

Cualquiera fuera su máscara, el mito que alimentó la fantasía de las mujeres y calmó la insegurida­d de los hombres parece haber anticipado su final. Una imagen lo muestra mejor que la teoría: en la célebre película Sueños de un seductor, el ideal Humphrey Bogart recomienda a un acomplejad­o Woody Allen que se adapte a la imagen de seductor que supuestame­nte buscan las mujeres, que las halague y engañe. Pero en la última escena, que recrea el final de Casablanca, da un giro drástico y le aconseja lo opuesto: le dice que, si quiere seducir, sea él mismo. En verdad, detrás de su ironía, la escena deja a la vista la fragilidad del Don Juan frente al vendaval de honestidad sexual que impulsan los tiempos nuevos.

 ?? Archivo ?? Ensayo general de la ópera Don Giovanni en el Teatro Avenida, en mayo de 2012
Archivo Ensayo general de la ópera Don Giovanni en el Teatro Avenida, en mayo de 2012

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