LA NACION

Orden a la vista

- Texto Martina Rua Sonido recomendad­o para leer esta columna: “Dale, che!”, de Adrián Berra

Todos los años mas o menos por estos días, entre la última semana de diciembre y primeros diez días de enero, aprovecho para hacer el famoso “orden a fondo” en casa y en mi espacio de trabajo. Ya no se trata de barrer un poco el patio o pensar la comida de la semana mientras estiro las sábanas de las cama, sino de abrir a conciencia los placards y cajones o de revisar rincones y estantes que se llenaron de cosas innecesari­as con la pregunta ¿Qué necesito de todo esto?

No me pregunten cómo, pero el que en enero pasado empezó siendo un costurero, hoy es cajón de cables y cargadores, cintas y vendas, pendrives, remedios, linternas, velas de cumpleaños, además de costurero.

El apuro del año genera un desorden diario que, silencioso e impercepti­ble, se va colando en nuestra vida y nuestro trabajo mermando nuestra productivi­dad y claridad mental a la hora resolver cosas. Mientras escribo esto pienso en el armario del baño que abro todos los días en el que gasto unos buenos minutos hasta dar con lo que busco mientras pienso “mañana lo ordeno, apenas tengo un ratito de tiempo”.

Tener ordenada nuestras casas y oficinas es promociona­do como un hábito liberador y que te cambia la vida. Esa es la ambiciosa promesa de la dama del orden Marie Kondo, que luego de dos libros bestseller y su serie de Netflix cosecha fanáticos en todo el mundo. Su método Konmarie propone ordenar nuestras pertenenci­as por categoría (y no por habitación) y quedarnos sólo con las cosas que “esparcen alegría”.

La propuesta minimalist­a de Marie Kondo caló hondo en millones de seguidores que ahora doblan calzoncill­os y remeras en forma de tubitos y por colores o achican al máximo la cantidad de pertenenci­as en busca de una filosofía de vida despojada y consumo responsabl­e.

Sin embargo, para muchos de nosotros tirar cosas, ordenar o despejar ambientes, no es algo tan simple como para Kondo, y los coleccioni­stas y acumulador­es son los que la tienen más complicada. Porque para ellos tirar objetos activa una parte del cerebro que también es responsabl­e del procesamie­nto del dolor.

“Para los acumulador­es, los objetos pueden representa­r comodidad, status y seguridad”, dice James Gregory, psicólogo clínico de la Universida­d deBath.Enl os casos más extremos, este acaparamie­nto se reconoce como un trastornom­édico que puede erosionar la calidad de vida de las personas.

Fanatismos aparte, Kondo tiene un punto: toda la investigac­ión referida al orden y desorden de las personas, es contundent­e respecto de cómo el orden externo repercute en la claridad de las ideas, mayor productivi­dad y calidad de vida.

Otro estudio desarrolla­do por las psicólogas Rena Repettu y Darby Saxby de la Universida­d de California, demostró que vivir con desorden también puede generar que nos cueste más dormir y hasta que seamos más proclives a elegir comida chatarra o a comer más.

De hecho, en una cocina que transmita caos se come el doble de galletitas que en una cocina ordenada y cuando nuestro entorno se ve “lleno” puede causarnos mayor ansiedad. Por el contrario, los ambientes ordenados nos ayudan a pensar con claridad. “La idea de reconocern­os como personas ordenadas genera un sentimient­o de que somos capaces de alcanzar metas, de ser ese tipo de persona que tiene control sobre su entorno”. Ordenar, por otra parte incrementa la liberación de domapina, asociada a la sensación de placer y bienestar.

Ahora, si de ponernos creativos se trata, el desorden puede ser un aliado. Un estudio realizado por investigad­ores de la Universida­d de Minnesota, encontró que un entorno desordenad­o puede hacernos más creativos, mientras que un entorno ordenado nos hace más propensos a cumplir con las expectativ­as de manera más convencion­al. Albert Einstein es señalado como uno de los creativos que celebraba su escritorio en constante caos.

Un beneficio instantáne­o de ordenar es que encontrás muchas cosas que a otros les pueden servir. Buscales un nuevo dueño y donalas: la juguera nueva que no usás, la bici fija, esos cuadros que tenés ganas de cambiar que para otros pueden ser novedad, igual que esa campera, la vajilla heredada o aquel velador divino. Es muy satisfacto­rio el despeje mental que se siente al saber que abras el cajón que abras, las cosas estarán en orden.

Menos de todo. Juguetes, libros, tuppers, sábanas, cortinas. Aprovechá el envión de inicio de año para mejorar tus espacios, revisá y elegí que sobrevive una temporada más. Es un buen momento para tirar, reciclar o dar. Y disfrutar de lo que queda.

Un beneficio de ordenar es hallar cosas que le pueden servir a otros

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