Un primer paso para distender un vínculo en el que prima el antagonismo
La Argentina y Brasil dieron ayer un primer paso para intentar superar los reiterados y en ocasiones violentos roces retóricos entre los presidentes Alberto Fernández y Jair Bolsonaro. No será un camino sencillo: por más gestos de acercamiento, ambos gobiernos tienen diferencias profundas sobre el futuro de las reglas comerciales en el Mercosur, una cuestión que en los próximos meses será un tema central de debate en la región.
Tras meses de agravios y algunos tímidos gestos de distensión, el presidente brasileño recibió con una sonrisa al canciller Felipe Solá, un encuentro que estaba en las especulaciones del Gobierno, pero que se confirmó a último momento. Aunque había expectativa por la inclusión de la reunión en la breve agenda de Solá en Brasil, la Casa Rosada no daba por confirmado el encuentro. Hablaban de la “imprevisibilidad” de Bolsonaro.
Pero el encuentro no solo se concretó, sino que terminó con una nueva invitación de Bolsonaro a Fernández para mantener un primer encuentro bilateral. El mandatario le propuso al argentino encontrarse en Montevideo el 1º de marzo, día en el que Luis Lacalle Pou asume la presidencia de Uruguay. Ese mismo día, el Presidente debe dar su discurso de apertura de sesiones en el Congreso. El encuentro sería en territorio neutral.
En la Cancillería primaron en los últimos días la cautela y la afirmación de que el viaje de Solá es solo un “primer paso” que todavía no permite determinar cómo seguirá el vínculo con el principal socio comercial de nuestro país y el cuarto inversor internacional. Afirman que hay voluntad política para evitar una crisis con Brasilia.
En las próximas semanas se verá si el Gobierno fue exitoso en su intento de convencer a la administración de Bolsonaro –y, en particular, a su influyente ministro de Economía, Paulo Guedes– de forzar un análisis de las consecuencias de reducir el Arancel Externo Común (AEC) que rige en el Mercosur.
La Argentina propone revisar “sector por sector” el impacto de una medida de ese tipo porque, según dice el Gobierno, una reducción indiscriminada puede herir a la ya golpeada industria nacional. Bolsonaro, en cambio, es un impulsor desde el primer día de la liberalización del Mercosur, uno de los bloques más cerrados del mundo.
La discusión está sobre la mesa hace varios meses. Incluso se especuló con que en la última cumbre de mandatarios del Mercosur, el 5 de diciembre pasado, el entonces presidente Mauricio Macri podría avalar la reducción del AEC. “Sería un bombazo”, dijo Solá, que por esos días ya se estaba probando el traje de canciller.
Macri no avanzó, pero Bolsonaro se mantiene firme y podría contar con el aval de Uruguay y Paraguay, los otros dos miembros del bloque. Si la Argentina no consigue cambiar la postura o garantizar un resguardo para evitar perder competitividad, el arancel externo, que hoy promedia el 13%, tendría un recorte significativo. Según analistas, podría llegar a la mitad.
En tanto, en el fondo todavía suenan las amenazas de Bolsonaro en octubre, cuando sugirió que podría sancionar a la Argentina si se oponía a la baja de aranceles y a flexibilizar el Mercosur. Usó como ejemplo la suspensión de Paraguay en 2012 cuando el bloque decidió sancionar al país tras la destitución de Fernando Lugo.
La poca afinidad entre Fernández y Bolsonaro marca un quiebre en una tradición histórica entre los mandatarios de ambos países, que abre un interrogante sobre el futuro de la relación bilateral. Aunque también hubo diferencias en el pasado, el vínculo entre los presidentes fue mayoritariamente fluido y la “diplomacia presidencial” sirvió como una herramienta política útil para acelerar la toma de decisiones o resolver disputas. Esa herramienta hoy está en duda.
Ante una disputa que se prevé inevitable, el foco estará puesto en cómo se implementarán los recortes, si se establecerán escalas o plazos. Fernández anticipó que él es un promotor de la integración, pero al asumir pidió tiempo para recuperar, primero, la economía. La Casa Rosada le transmitió al embajador en Brasil, Daniel Scioli, la misión de recomponer la balanza comercial, que entre 2011 y 2012 alcanzó los US$40.000 millones, pero que el último año cayó a la mitad. Las recientes señales de expansión de la economía brasileña, que este año podría crecer en torno al 2,5%, podrían generar un efecto arrastre para la Argentina.
A lo largo del año también se impondrá como debate obligado la implementación del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. La disputa será similar a la del AEC. El Gobierno cree que una reducción parcial o total –dependiendo de cada rubro– de los aranceles puede impactar negativamente en los productores argentinos, que ya manifestaron sus reparos al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. El funcionario entregará en las próximas semanas un informe sobre el eventual impacto del acuerdo.
Los europeos ya comunicaron que una renegociación, como propuso Solá, es inviable. Al mismo tiempo, esperan señales claras de la Casa Rosada para corroborar lo que Fernández dijo en su reunión con embajadores europeos en Buenos Aires, antes de asumir, y en su reciente gira por Francia, Alemania, Italia y España, donde se calificó como un “europeísta”.