Xenofobia, una malquerencia que se alimenta en el hogar
Al evocar de manera coloquial el ADN de los descendientes de calabreses en la Argentina y asociarlo con la mafia, la vicepresidenta Cristina Kirchner retomó el color de los discursos antigringos, muy frecuentes entre los nacionalistas argentinos de la década de 1930. Por supuesto, ni ellos exhibían evidencia alguna ni lo hace Cristina ahora.
El tema de fondo entonces no era la sangre de los inmigrantes sino la crisis de 1929/30 y sus correlatos.
Bastaba con arrojar sospechas sobre los “tanos” del sur y recuperar xenofobias decimonónicas para convertirlos en los causantes de la supuesta deficiencia moral del país, y asociarla al liberalismo del siglo XIX, que según ellos había llevado al país al atolladero de las crisis.
Los prejuicios no tienen ni método de prueba ni pretensión de verdad. Pero siempre son malquerencias que se alimentan en el hogar y se encarnan en actitudes y conductas concretas, no son solo ideas abstractas.
En efecto, son cuestiones de familia. En rigor, de “familias”. Ellos versus nosotros. Ese es el nicho de los prejuicios antigringos de Ernesto Palacio, Julio y Rodolfo Irazusta, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini ortiz. Pusieron en entredicho la anglofilia de la elite y escribieron como “viejos argentinos”, es decir, como criollos de pura cepa. Reivindicaron sus raíces hispanas y la hispanidad toda, insistieron con el “tú” en lugar del voseo y alimentaron su animadversión hacia el tango canción, porque era un producto de la misma mezcla que detestaban.
Aunque todos ellos escribieron mucho y muy bien, no tuvieron la suerte que esperaban. La sociedad argentina soldó todas sus mixturas gracias a la escuela pública, institución integradora por excelencia y al menos hasta la fecha, no hay grieta política que haya logrado hacer mella en esta argamasa.
Los padres del revisionismo histórico perdieron la batalla que libraron contra la urdimbre poblacional. Pero en cambio lograron dejar una idea fuerza que comenzó a popularizarse hacia fines de la década del 60, y que desde entonces enarbolamos para explicar nuestra decadencia.
Es muy habitual escuchar que la culpa de lo que nos pasa es de la inmigración. Y la sentencia sale de la boca de –obviamente– un/a compatriota que tiene por lo menos dos capas de inmigración en sus espaldas. Pero nadie pretende levantar ningún índex contra padres, abuelos o bisabuelos. Es una simple expresión de frustración, lastimosa, ciertamente.
La vicepresidenta la retoma y la expone con el aire de familia que requiere la ocasión, y apunta claramente hacia su mayor adversario político, la “otra familia”, a la que imagina como “la famiglia” del expresidente Mauricio Macri.
No tengo realmente idea de si resultará eficaz esta línea de defensa. La historia nacional argentina nunca pudo escribirse como una historia de familias: lo impidió esa mezcla milagrosa de la fusión inmigratoria.
Mientras tanto Cristina protege a su hija y gana tiempo. •