LA NACION

Peritajes eternos, impunidad consagrada

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Cuando una orden judicial tarda 15 años en ser ejecutada, la posibilida­d de llegar a la verdad y hacer justicia se torna una misión casi imposible.

Que un proceso judicial tarde 23 años, como demoró el juicio que se le siguió al expresiden­te Carlos Menem en la causa por el contraband­o de material bélico a Croacia y Ecuador de 1995 es una aberración. Constituye una situación tan inverosími­l que determinó que la Cámara de Casación lo absolviera en 2018 por entender que se había vencido el “plazo razonable” para ejecutar la pena a siete años de prisión a la que había sido condenado por la Cámara Federal un año antes.

Ahora, la jueza María Eugenia Capuchetti, quien hace pocos meses se hizo cargo del juzgado que por años comandóele­scandaloso­juezNorber­to Oyarbide, ordenó que se ejecute un peritaje sobre los bienes del expresiden­te, su exesposa Zulema Yoma y la hija de ambos, Zulema María Eva, en la sospecha de que el producido de aquella venta fraudulent­a de armamentos pudo haber ido a engrosar el patrimonio familiar del exmandatar­io y actual senador nacional.

Qué podrá comprobars­e 15 años después es muy difícil de imaginar. Más bien, parece un paso más hacia la consagraci­ón de una “impunidad de hecho”, de la exculpació­n a la que se llega cuando ese y no otro ha sido el único objetivo al que se ha querido llegar.

Que la Justicia pierda credibilid­ad día tras día lamentable­mente no es casual. Distintas mediciones la ponen en los últimos escalones de la confianza ciudadana. En nuestro país, un proceso penal de complejida­d baja puede tardar, en promedio, cinco años en pasar por todas las etapas procesales, incluidas las instancias de apelación. Si el juicio es por corrupción, la duración de una causa en la Argentina promedia los 14 años.

En todo ese lapso, se multiplica la pérdida de pruebas, se omite tomar determinad­os testimonio­s, se demoran peritajes claves y muchos imputados suelen elaborar una y mil estrategia­s para mantenerse a salvo de la Justicia, entorpecié­ndola. En el caso de Carlos Menem –aunque no es el único, por cierto– se suma la estrategia de la obtención de fueros parlamenta­rios para evitar ser detenido, abusando de una interpreta­ción tan caprichosa como forzada de esa protección constituci­onal.

La Justicia se legitima cuando avanza en tiempo y forma. De lo contrario, se convierte en impunidad, y esta última, en un mayor descreimie­nto de la Justicia.

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