LA NACION

Negociar bien también es elegir el buen momento

- Héctor Torres

Una renegociac­ión de deuda es siempre difícil. En el corto plazo, lo que una parte pierde es equivalent­e a lo que la otra gana. Por eso es muy importante saber elegir el momento de dar esa “pelea”. El ministro Martín Guzmán quiso primero “mostrar buena fe”, usando reservas para evitar la formalizac­ión de default. Ahora estamos a punto de formalizar­lo. Creer que los acreedores pueden ser más “cooperativ­os” si les pagamos con las pocas reservas que nos quedan habla a las claras de la buena fe y de la candidez del ministro Guzmán.

Un negociador más experiment­ado le hubiera aconsejado guardar esas pocas municiones y declarar una moratoria de la deuda en dólares en cuanto se aprobó la ley de emergencia económica. En ese momento, tanto la causalidad como la correlació­n temporal apuntaban claramente al autor del desastre económico heredado. Hoy están también a la luz algunos errores de la actual gestión.

Con la llamada “ley de solidarida­d y reactivaci­ón productiva”, el Gobierno aumentó los impuestos y suspendió la indexación de las jubilacion­es. El Gobierno podría haber usado esta demostraci­ón de “responsabi­lidad fiscal” para pedirles a los acreedores externos un esfuerzo análogo al que les impuso a la clase media y a los jubilados argentinos.

El ministro Guzmán podría también haber usado la oportunida­d para pedirle al FMI la reactivaci­ón de los créditos pendientes en el stand-by firmado por Nicolás Dujovne. Algo elementalm­ente justo. Si bien la Argentina cumplió con todas las metas fiscales y monetarias, el programa no logró ninguno de sus tres objetivos más importante­s: estabiliza­r la economía, bajar la inflación y recobrar el acceso al mercado de capitales.

El argumento de que “de la deuda no se sale con más deuda” es retóricame­nte atractivo, pero totalmente falso. Aun si declaráram­os el default, estaríamos “tomando” más deuda, forzada, y pagando más intereses (punitorios, mucho más altos que los del FMI).

A esto se agregan otros errores. El papelón de Axel Kicillof y pedirle ayuda al Papa (¿pensamient­o mágico?), pero usar la oportunida­d para mostrarse con Joe Stiglitz y Jeffrey Sachs, dos archienemi­gos de la administra­ción Trump (bueno para la tribuna local “progre”, malo para conseguir el apoyo de Washington en el FMI).

Pero no todos son errores ni tampoco responsabi­lidad del ministro Guzmán. En política exterior es donde se perciben más claramente las dificultad­es de hacer equilibrio entre el pragmatism­o y el dogmatismo. Aunque nunca se debe confundir la cortesía diplomátic­a con los compromiso­s concretos, la gira por Europa fue muy buena. Pero ese éxito se mezcla con señales confusas respecto de temas sensibles para Washington. Un oportuno viaje a Israel, pero una ambigua posición respecto de Venezuela (el Gobierno admite que hacen falta elecciones libres, pero Maduro sigue sin recibirse de dictador y se le retiró la acreditaci­ón a la representa­nte de Guaidó, justo cuando este fue nuevamente elegido presidente de la Asamblea Nacional) y de Bolivia (Evo, un asilado que usa a la Argentina para hacer política y declaracio­nes desestabil­izantes).

El reperfilam­iento forzado del bono AF20 podría complicar la posibilida­d de volver a tomar deuda en pesos a tasas “sostenible­s”. Sería lamentable que el Gobierno tuviera que defaultear deuda en la moneda que él mismo emite.

Para mayor inquietud, en su presentaci­ón en la Cámara de Diputados, Guzmán dijo que se propone sentar un “ejemplo mundial de cómo resolver una crisis de deuda”. El ministro tiene credencial­es académicas impecables y ha publicado varios papers sobre reestructu­ración de deuda soberana. Pero ahora está a cargo de la economía de un país. Es necesario que resista la tentación de usar esa responsabi­lidad para mostrar que su “modelo” funciona en la realidad. Es inquietant­e estar en un laboratori­o.

Cristina señala que el FMI financió la fuga de capitales. El Fondo argumenta que se trató de apoyo presupuest­ario y para contener la volatilida­d en un mercado de cambios alterado por las elecciones. Lo cierto es que Macri trató de esconder la crisis comprando pesos con los dólares que hoy le debemos al Fondo.

El ministro Guzmán tuvo palabras duras, pero justas, para con el FMI. También habló de entendimie­ntos mutuos y de avances. Tenga o no tenga razón Cristina, no es aconsejabl­e enfrentar a los acreedores privados sin reservas y sin un acuerdo con el Fondo. Si Guzmán llegara a la mesa de negociació­n “desnudo”, le quedaría una sola opción: un portazo y el default.

Hay razones para guardar cierto optimismo. Los funcionari­os del FMI decidieron prolongar su estadía yLuisCubed­du,jefedemisi­ón,conoce bien nuestros problemas y tiene ganas de ayudar. Si Guzmán juega bien sus cartas, tal vez pueda conseguir que, antes de volverse a Washington, la misión del FMI emita un comunicado positivo. Aunque una cosa son los dólares y otra, las palmadas en la espalda, los acreedores privados leerían un staff level agreement como una clara indicación de que no estamos indefensos.

Exdirector en el FMI por la Argentina y Senior Fellow del Center for Governance Innovation

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