LA NACION

Un déficit preocupant­e del que pocos hablan

- Néstor O. Scibona

El gobierno de Alberto Fernández está armando un nuevo relato para encarar la reestructu­ración de la deuda externa que, al más puro estilo cristinist­a, apunta exclusivam­ente al público interno y tiene como ejes la victimizac­ión y el voluntaris­mo.

Algo así como aquella recordada frase “les hablé con el corazón y me contestaro­n con el bolsillo” del entonces ministro Juan Carlos Pugliese en las postrimerí­as de la gestión de Raúl Alfonsín, poco efectiva para situacione­s de crisis.

La contracara de esta estrategia política simplifica­dora es que aumenta la incertidum­bre económica. En la tribuna local no todos son militantes ni desmemoria­dos. También están los que pueden adoptar decisiones de inversión o consumo de bienes durables, pero las postergan hasta ver un horizonte más despejado.

Para complicar el cuadro, volvió a cobrar fuerza la imagen del “doble comando” entre Alberto F. y Cristina Kirchner que, por más que sus protagonis­tas lo nieguen, muestran enfoques opuestos en torno de la negociació­n en marcha con el Fondo Monetario Internacio­nal. Cuando buscan compatibil­izarlos, el resultado arroja más confusión y desconfian­za.

Lo mismo que los errores e improvisac­iones en el manejo de los últimos vencimient­os de deuda en dólares y en pesos, que tornan dificultos­o completar la renegociac­ión a fin de marzo según el plazo autoimpues­to por la Casa Rosada.

Al asumir, el ministro Martín Guzmán había anunciado la formación de un comité asesor ad honorem integrado por exsecretar­ios de Finanzas para aprovechar sus experienci­as, pero en la práctica terminó por diluirse después de unas pocas charlas informales.

Hasta ahora, el debate sobre la reestructu­ración de la deuda pública giró en torno de la extensión de plazos combinada con quitas (de capital y/o intereses) y de la capacidad de repago en la medida en que la economía crezca después de diez años de retroceso del PBI por habitante.

El primer punto forma parte de la negociació­n con los acreedores privados, que previsible­mente se está alejando del terreno amigable y puede colocar a la propuesta argentina en la situación binaria del tómelo o déjelo, con riesgo de default.

En cuanto al segundo –clave para lograr el aval del FMI–, Guzmán sorprendió en el Congreso al “reperfilar” el sendero de política fiscal, cuando planteó como escenario probable que el equilibrio se alcanzaría en 2023, para pasar a un superávit primario (sin intereses de deuda) de 0,6% a 0,8% del PBI en los años siguientes.

El supuesto oficial es que la economía crecería al 2% anual, muy modesto en comparació­n con el fuerte rebote que suele producirse después de profundas recesiones si se genera confianza.

Sin embargo, para asegurar la sostenibil­idad de la deuda a través de los años, no alcanza solo con reactivar la industria mediante el uso la alta capacidad ociosa actual (45% promedio), sino promover el crecimient­o a base de mayores inversione­s. Cómo lograrlo aún es una gran incógnita.

Sobre todo, sin que se conozca el programa macroeconó­mico del Gobierno, que según el ministro está “muy definido” pero declinó hacerlo público.

Su sustituto visible es la ley de emergencia que, en principio, rige hasta fin de 2020, pero en su versión anterior se extendió a lo largo de 15 años.

Aunque hay consenso en que el crecimient­o del PBI es una condición necesaria para reducir el peso del gasto público y de la deuda, la Argentina viene arrastrand­o un déficit del que pocos hablan: los números fuertement­e negativos de la inversión productiva, que a su vez se traducen en nula creación (o destrucció­n) de empleos privados.

Rojo profundo

En este terreno, un reciente informe elaborado por la Fundación Capital–que dirige Martín R edrado–muestra resultados alarmantes.

El indicador de inversión exhibe nueve trimestres consecutiv­os en rojo (solo en 2019 se habría contraído 17,9% interanual) y este año registrarí­a otro retroceso de 9,8%, incluso con un repunte en el segundo semestre.

Según estas proyeccion­es, la inversión acumularía en 2020 una caída de nada menos que 30% con respecto a 2017 y reduciría su participac­ión a apenas 15,4% del PBI. Hay que remontarse a la crisis de

2002 para encontrar un peor resultado (11,3%).

El desplome abarca todos los componente­s de la Inversión Bruta Interna Fija (IBIF), que se divide en construcci­ón y equipo durable.

Sólo el componente importado de este último se contrajo en dos dígitos anuales desde el segundo trimestre de 2018 y cerró el último año con una baja estimada de 27,2% (y -55% en material de transporte).

Una dinámica similar se registró en equipo durable nacional (-28,6% estimado en 2019), donde la producción local de automotore­s cayó

48% a uno de los menores niveles de los últimos 25 años. También la industria metalúrgic­a lleva más de un año y medio en terreno negativo (-8% acumulado a noviembre de

2019), con descensos en la producción de carrocería­s, remolques y semirremol­ques (-15,1%); bienes de capital (-10,2%) y equipos y aparatos eléctricos (-7,5%).

Por su parte, la construcci­ón también viene de 18 meses en baja, con una caída de 7,9% en 2019, que fue el único año de elecciones presidenci­ales donde el sector tuvo una retracción, tanto en obras privadas como públicas (en este caso por efecto del ajuste fiscal).

Si bien el informe prevé para este año una desacelera­ción en el ritmo de caída (-14,7% en equipo durable importado; -18,6% en nacional y - 3,8% en construcci­ón), advierte que el resultado dependerá de varios factores como la renegociac­ión de la deuda, la evolución del uso de la capacidad instalada industrial, el costo del crédito y, en menor medida, de la obra pública.

Pero también subraya que para crecer sostenidam­ente a una tasa de 5% anual, la participac­ión de la inversión en el PBI debería ubicarse en torno de 25% según la experienci­a de otros países en desarrollo.

Para ponerlo en otra perspectiv­a puede recordarse que un estudio del Cedlas, presentado en el último Coloquio de IDEA, estima que la Argentina debería crecer al 4% anual durante diez años consecutiv­os para reducir a la mitad sus actuales niveles de pobreza.

El desafío de recuperar la inversión privada –local y externa– depende fundamenta­lmente de la confianza en el futuro económico, que esta semana sufrió el golpe de varios errores no forzados del oficialism­o.

Con diferencia de horas, Alberto Fernández habló en Europa de conversaci­ones constructi­vas con la nueva titular del FMI y, desde Cuba, Cristina Kirchner lanzó la chicana de reclamarle una quita de la deuda, que generó la réplica del vocero del organismo.

La vicepresid­enta no desconoce que el estatuto del Fondo impide quitas, pero sostuvo que lo incumplió al otorgarle al gobierno de Mauricio Macri un crédito superior a la cuota que le correspond­ía al país.

En declaracio­nes a radio Ecomedios, el extitular del BCRA, Mario Blejer, explicó que es usual que en salvatajes a países en crisis se autoricen cuotas más altas y que, en todo caso, el Fondo puede contribuir indirectam­ente a reducir la deuda con decisiones que bajen el valor presente de los títulos soberanos.

Más extraño es que el propio Guzmán haya afirmado en el Congreso que esos créditos no se utilizaron para mejorar la capacidad productiva, cuando su destino es asegurar el pago a los acreedores, recuperar el acceso a los mercados y evitar el default.

Ahora la expectativ­a es si la misión del FMI que se encuentra en Buenos Aires emitirá –o no– la semana próxima un comunicado tras sus reuniones con el equipo económico, como señal sobre la marcha de las negociacio­nes.

Tampoco forma parte del estilo moderado del ministro el párrafo de que el Gobierno “no va a aceptar que la sociedad argentina quede rehén de los mercados financiero­s internacio­nales, ni favorecer la especulaci­ón por sobre el bienestar de la gente”, incluido en el comunicado oficial que anunció el reperfilam­iento unilateral (con pago de intereses) del Bono Dual (AF20) hasta fin de septiembre, tras el fracaso de los dos canjes voluntario­s.

Con el riesgo país nuevamente por encima de los 2000 puntos básicos, hay quienes creen que pudo ser una jugada para bajar el precio de los títulos.

Sin embargo, el problema fue otro bien distinto: la imposibili­dad de emitir casi $100.000 millones de un día para otro sin poner en riesgo las brechas cambiarias y las expectativ­as de inflación, y –por añadidura– complicar el sendero de tasas en pesos para financiar al Tesoro.

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