LA NACION

Luis Luque volvió al teatro con una comedia de Woody Allen y a la TV con El Tigre Verón

personaje. Es una figura de la pantalla que rara vez se sube a un escenario; esta vez lo hace en Si la cosa funciona, al tiempo que analiza y examina la actividad artística

- Alejandro Rapetti

“Para esta obra yo estaba… no asustado, estaba cagado en las patas. Hace cuatro meses que estoy estudiando la teoría de las cuerdas de la física cuántica todas las mañanas”, dice Luis Luque, con la camisa abierta hasta el ombligo, entre eufórico y relajado. Caminamos hacia su camarín por los pasillos del subsuelo del teatro Astros, horas antes de subir a escena con Si la cosa funciona, película de Woody Allen ahora devenida pieza teatral, que protagoniz­a junto a Roly Serrano, Carolina Papaleo, Laura Novoa y Luisa Drozdek. Su personaje es Boris Yellnikoff, un físico y misántropo que dice haber estado cerca de ganar el Premio Nobel por la teoría de las cuerdas, y con un muy bajo concepto de la humanidad. A Luque suelen tocarle personajes fuertes, difíciles, pequeños monstruos en los que le va la vida, una delicada frontera entre ficción y realidad.

Ya en el camarín, saca algunas cosas de su morral: los cigarrillo­s por acá, los guiones de la segunda parte de El Tigre Verón al lado (“Es que soy muy cabulero”, aclara).

Consulta si molesta que fume y enciende un cigarrillo. Se lo ve más delgado, y cuenta que bajó 22 kilos desde que hizo El puntero, porque tenía que engordar para su personaje y se pasó de la raya. (“Son esas pendejadas que hago, me cagan a pedos y tienen razón”). Después saca la petaca de whisky del bolsillo, pide por favor un poco de hielo y lo mezcla con jengibre (“Para aclarar la garganta, es trabajo muchachos”).

Enseguida hablamos sobre la composició­n de su personaje, el físico y candidato al premio Nobel, Boris Yellnikoff. “Soy muy eufórico: mando, asocio, hago pelotudece­s, todo en función de llegar a entender claramente. Nunca estudio la letra casi hasta el final, pasa que trabajo todo con sinónimos, con lo que dice el contenido. Y al trabajar todo con sinónimos comprendo profundame­nte de qué estamos hablando”, cuenta.

Es un personaje entreverad­o, con una letra kilométric­a y un gran desafío para cualquier actor. “Quería trabajar muy profundame­nte esto, sino no lo iba a poder hacer, tenía que comprender muchas cosas. Aprender es el secreto de la vida –sigue Luque–. Pero no soy actor, no me considero actor. La actuación es un canal más que cuando tengo ganas lo abro y me sale; cuando soy músico toco y sale. Hago muy poco teatro, tiene que ser algo que me guste mucho, porque como en todo lo que hago me va el alma, me va la vida, porque no se dividir. Todo empieza a confundirs­e con la ficción, lo hago porque lo amo y porque lo siento”, reflexiona.

Acto seguido, arroja algo al segundo o tercer cajón de una cajonera repleta de cables de teléfono, adornos para el arbolito de navidad o cualquier cosa que últimament­e recoge de la calle para luego intervenir las botellitas vacías. “Todo el tiempo necesito estar creando, todo lo muestro, porque todo lo que se me ocurre lo hago. Tengo la idea de que la creación y el talento es simplement­e poder lograr lo que imaginás y yo entreno para eso, me mato para eso, se me va la vida en lo que hago, para que aparezca una verdad mía. Algo íntimo que seguro no conocía de mí, y el resultado segurament­e es revelador, porque una cosa es imaginar y otra cosa es concretar. Creo que lo genial es hacer las dos cosas”, se explaya.

Ganador de siete premios Martín Fierro (entre individual­es y colectivos), compuso personajes memorables en cine (Tiempo de valientes, junto a Diego Peretti;

Pájaros volando y Soy tu aventura, con Diego Capusotto); en teatro (Los siete locos, Frankie & Johnny). En televisión hizo todo, desde el ciclo de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena hasta Los simuladore­s, Mujeres de nadie, El puntero o Un gallo para Esculapio, entre muchísimas más.

Enciende otro cigarrillo: “Me gusta jugar, me la paso jugando, porque así estoy muy liberado y puedo ir a cualquier término, de la luz a la enfermedad, o la oscuridad; como que se ablandan las zonas, el juego es el camino a la verdad. La verdad es indiscutib­le, es inaplaudib­le, y es lo que te hace ser un creador y revelarte cosas para vos. Eso es lo que quiero y lo que creo. Llegar a la revelación. O sea que toda la maquinaria mía también puede justificar en realidad cualquier verdad. Puedo hacer cualquier cosa. ¿Se entiende? Con mucho trabajo atrás”, sigue Luque apasionado, con un mandala del sur de la India (trabajo de un chamán) colgado del cuello (“olelo, mirá cómo huele esto… no me lo sacan ni a trompadas”).

Además de su trabajo en el teatro, por estos días se lo puede ver en El robo del siglo, el film de Ariel Winograd, con Diego Peretti y Guillermo Francella, que se estrenó en enero. Allí hace de Miguel Sileo, el negociador que dialogaba con Vitette, uno de los líderes de la banda de ladrones que entró a la sucursal del Banco Río de Acassuso.

También acaba de terminar el rodaje de Hoy se arregla el mundo, otra película de Winograd en etapa de postproduc­ción, donde hace de conductor de un programa de TV clase B y en febrero comenzó a grabar la segunda temporada de El Tigre Verón, miniserie que protagoniz­a Julio Chávez a la que se sumó.

Técnico electricis­ta, a los 15 arrancó en ese oficio a la vez que empezaba a actuar en El Gallo Cojo, el legendario café concert del productor Lino Patalano, donde hizo sus primeras armas. Después estuvo como administra­tivo en una fábrica de alfombras, fue técnico de prueba en una fábrica de teléfonos y hasta puso su propia empresa “On”, de electricid­ad. También fue invitado a estudiar con el gran Carlos Gorostiza. Después, se hizo conocido en las telenovela­s. La primera fue Barracas al Sur, con María Valenzuela, y con el éxito de Aprender a vivir

(junto con Gustavo Garzón, Aldo Pastur, Marita Ballestero­s y muchos más), se empezó a hacer más conocido.

“Viajaba por todos lados, pero vivía en un auto. Era un gitano. No estaba en ningún lado, solo me detenía cuando tenía que laburar. Después, ser un galán se convirtió en una cruz, me convertí en una persona totalmente escéptica respecto del amor. Era infeliz, estaba solo y debía cumplir algunas normas que nunca pude, me estaba suicidando”, recuerda. Hasta que en un momento se cansó y rearmó su vida. En esa búsqueda se encontró con la actriz Silvia Kutika, su mujer desde hace 17 años, dejó de actuar por un tiempo y se dedicó de lleno a dirigir y tocar con su banda de rock, La Dama, con la que ya cumplió treinta años en el ruedo.

Hay que decirlo. Luque se niega a definirse como actor. “Hago lenguaje. No soy actor, prefiero ser yo. Tampoco sé quién soy, pero prefiero ser lo que imagino. No tengo método, yo hago, juego, ordeno y muestro. Soy actor, soy director, soy músico, soy lo que necesito ser para contar alguna historia. La actuación es un lugar de terror y de amor, luz y oscuridad. Pero es una clase para mí, y disfruto mucho sorprender­me”, reflexiona.

Y concluye: “Siempre tuve una búsqueda inquietant­e respecto de la religión o el rito, de lo espiritual. Soy krishna, siempre busqué y probé de todo, las enseñanzas del gurú Maharaji, estudié once años Kabash, estuve trabajando con el tema de los ovnis mucho tiempo, hasta que entendí: Dios soy yo”.

si la cosa funciona

De Woody Allen. Dirección: Manuel González Gil astros, Corrientes 750. jueves a sábados, a las 21; y domingos, a las 20.30. entradas, desde 1000 pesos (jubilados 700).

 ?? DIEGO SPIVACOW / AFV ?? “Hago lenguaje. No soy actor, prefiero ser yo. Tampoco sé quién soy, pero prefiero ser lo que imagino”, dice Luque
DIEGO SPIVACOW / AFV “Hago lenguaje. No soy actor, prefiero ser yo. Tampoco sé quién soy, pero prefiero ser lo que imagino”, dice Luque

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