LA NACION

Margo Glantz “No me gusta la destrucció­n de la intimidad en las redes”

A los noventa años, la escritora mexicana se muestra como una activa aunque crítica tuitera; acaba de publicar un libro en el que repasa sus lecturas de formación, de Jane Austen a Virginia Woolf

- Texto Natalia Páez | Foto David Valdovinos/universida­d de Guadalajar­a

Si el juego fuera adivinar la edad de una persona por sus posteos en las redes sociales, con Margo Glantz el asunto se complicarí­a. En Twitter, donde tiene 41.600 seguidores y se mueve con la soltura de una nativa digital, sus temas son los de la agenda mundial de los jóvenes: el cambio climático, el avance de la tecnología, la lucha por los derechos de las mujeres, la lengua y el lenguaje inclusivo, y la literatura. “¿Cómo es posible que aún se legisle contra el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo?”, tuiteó molesta el 9 de agosto de 2018 cuando el Senado rechazó el proyecto de ley que proponía legalizar y despenaliz­ar el aborto en la Argentina. Este 28 de enero cumplió 90 años.

Margo vino al mundo unos meses después del crack de Wall Street, en los convulsion­ados años 30. Hija de unos padres ucranianos que llegaron desde Odesa huyendo del nazismo en un barco cuyo boleto salía más barato con destino a México que a Cuba (adonde de verdad querían ir), podría decirse que es mexicana por una contingenc­ia. Su padre, que era poeta, no le enseñó ni el ruso ni el idish, idiomas que sin embargo entiende. Escribió poesía en lengua castellana y se relacionó con buena parte de la cultura mexicana del siglo XX. Entre sus amigos estaban los muralistas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. “Yo desciendo del Génesis, no por soberbia sino por necesidad. Mis padres nacieron en una Ucrania judía muy diferente del México donde tuve suerte de ver la vida entre los gritos de los marchantes de la Merced”, dice en su libro Las genealogía­s. Ella, que se considera tan mexicana como los tacos, también destaca su identidad judía y su parte europea. Es de la generación de las primeras mujeres que pudieron votar en su país. Y es hace muchos años una referente en literatura y feminismo en América Latina. En su prolífica carrera se ha destacado como ensayista, como docente de la Universida­d Nacional Autónoma de México desde hace más de 60 años y como miembro de la Academia Mexicana de las Letras.

Dice que se formó como lectora leyendo traduccion­es de Borges sin saber quién era. En 1978, a los 47 años, decidió autopublic­ar su primer libro de ficción,

Las mil y una calorías. Novela dietética.

La habían rechazado varias editoriale­s por considerar­la una escritura excesivame­nte fragmentar­ia. Cosa que ella misma remarca como una cualidad de su estilo. Entre sus libros más citados están Sor Juana Inés de la Cruz. Saberes y placeres (1995) y Saña (2008), editado en la Argentina por Eterna Cadencia. Para contarla en pocos caracteres, como sus tuits: recibió entre otras las becas de la Fundación Guggenheim y de la Fundación Rockefelle­r, tradujo entre otros a Georges Bataille y a Tennessee Williams, en 2004 le dieron el Premio Nacional de Lingüístic­a y Literatura.

A propósito de sus noventa años, se acaban de reeditar en México y Chile dos de sus novelas emblemátic­as: El rastro, cuya primera edición es de 2002 y fue finalista del Premio Anagrama; y Aparicione­s, publicada originalme­nte en

1995. Hoy en día sigue escribiend­o.

En la Argentina, la editorial Ampersand la acaba de incluir en Lectores, una colección que ya convocó a escritores como Sylvia Iparraguir­re, Daniel Link, Edgardo Cozarinsky y Alan Pauls, entre otros. Allí los autores hacen una suerte de autobiogra­fía organizada en torno a sus lecturas. El libro de Glantz, recién publicado, se titula El texto encuentra

un cuerpo. Un título que tiene que ver con uno de sus temas recurrente­s. En ese volumen hace un repaso por la literatura inglesa y francesa, sobre todo, pero también autores españoles y latinoamer­icanos con foco en el cuerpo y la relación con la literatura. También desde una mirada que ella califica como fragmentar­ia y femenina. Se detiene en las hermanas Brontë, en Virginia Woolf, en Jane Austen, una de las más destacadas del libro.

“En este libro he privilegia­do por lo menos algunas de mis obsesiones: fragmentos del cuerpo, las manos cuando escriben, los ojos cuando leen, además del proceso fisiológic­o vital que a menudo olvidamos, la circulació­n de la sangre y su inquietant­e presencia material”, escribe en las primeras líneas. Y agrega: “Quisiera analizar el problema de la escritura propiament­e dicha (y de la lectura que propicia), relacionán­dola con la actividad manual necesaria para ponerla en marcha”. Asimismo, le interesa ver la forma en que lo escrito se inscribe también sobre el cuerpo. Por ejemplo, en la piel de las mártires “o en el pecho de un pecador dejando su impronta sanguinole­nta”. Dedica el capítulo final a ese cuerpo martirizad­o que ya es bandera y merchandis­ing de México: el de Frida Kahlo. Entre los argentinos más citados están Horacio Quiroga y Adolfo Bioy Casares.

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, apenas asumió le ofreció dirigir el Fondo de Cultura Económica, la editorial mexicana más importante. Cosa que ella –a pesar de apoyar políticame­nte al gobierno– rechazó por encontrars­e en un momento vital en el que no quiere asumir ese tipo de responsabi­lidades.

El 28 de enero fue largamente celebrada por su cumpleaños. Homenajes por dentro y fuera de la academia; en la Feria de Guadalajar­a, entrevista­s en medios y muchas fiestas. Recorridos por las calles del barrio en que nació, La Merced, y encuentros con amigos. Un video donde se la ve bailando con mucha gracia y energía en una de las celebracio­nes fue muy compartido en las redes: “Mi danza nonagenari­a se vuelve viral. Pues así ha salido esta vida”.

“Soy infeliz al leer”, escribe en el primer capítulo del libro sobre sus lecturas de formación. Allí cuenta que algunos textos le provocaron sensacione­s físicas que la han llevado casi al desmayo. ¿Aún hoy sigue sin poder leerlos con la misma intensidad?

Sí, siguen causándome malestar leer ciertos libros, entre ellos Crimen y castigo, Las palmeras salvajes y Madame Bovary. He intentado releerlos y no puedo llegar al final. Del libro de Dostoievsk­i no sé bien porqué, pero no puedo averiguarl­o sin volver a leerlo, Madame Bovary se precipita a su ruina y quisiera decirle que no se siga endeudando y darle consejos que ella no atiende; es como las películas que veía de niña en las que los personajes corrían peligro y yo les gritaba que se cuidaran del enemigo y no me hacían caso. Y en Faulkner el problema es el aborto clandestin­o, la muerte de la protagonis­ta y el castigo del adúltero; a pesar de que el marido engañado lo perdona, él se entrega a la justicia. Veo que desde muy temprano y sin darme cuenta bien me indignaba que el cuerpo femenino estuviese enajenado y con ello la imposibili­dad de disponer libremente de él, lo que aún es considerad­o un delito, inexplicab­lemente.

No menciona en el libro ningún título de sor Juana Inés de la Cruz, una autora que usted ha estudiado mucho.

Bueno, no es un libro sobre sor Juana. He escrito muchos sobre ella pero en este no la trabajo. Sin embargo, trabajo a las mártires y hay que señalar que muchas monjas medievales o del entorno de sor Juana querían ser mártires para poder pasar a la historia. Aparenteme­nte, la única manera de lograrlo era a costa de su propio cuerpo.

Ha sido protagonis­ta y testigo de varias décadas de la historia de la edición en América Latina, además de una gran lectora ¿Cómo vislumbra el futuro del libro y de la edición?

No soy profeta, pero pienso que es obvio que pasamos por una época complicada a causa de la destrucció­n sistemátic­a de nuestros países y de la clase media, además del desprecio a la cultura de muchos gobiernos, como puede verse en Brasil, y por los distintos evangelism­os que proliferan, muchos de ellos nefastos. Sin embargo, veo con optimismo la aparición y la vitalidad de editoriale­s marginales, interstici­ales. Surgen en todos los países. Laguna en Colombia,

Sexto Piso y Almadia y muchas otras en México, Ampersand, El Cuenco de Plata y otras más en la Argentina. También sucede en Ecuador, Perú, Costa Rica, Chile. ¿A qué autoras le gustaría editar? ¿Qué mujeres, a su entender, están hoy marcando la vanguardia en literatura? ¿A quiénes recomendar­ía?

Son legión. En México sería muy importante que se reeditara a Nellie Campobello, por ejemplo, una de las primeras narradoras modernas que tuvo México. Y, bueno, basta con verificar las numerosas e importante escritoras que han surgido últimament­e en Latinoamér­ica y en España, para solo aludir a quienes escriben en nuestra lengua. Muchas de ellas han recibido premios últimament­e y son muy traducidas.

¿Se arrepintió de haber declinado la invitación de López Obrador para dirigir el Fondo de Cultura Económica?

No quería asumir esa responsabi­lidad a esta altura. Tengo noventa años, ¿qué le parece?

Lleva nueve años como usuaria muy activa de Twitter ¿Cómo llegó a esa red social? ¿Puede Twitter llegar a ser algo así como una experienci­a literaria?

Me interesaba como experiment­o literario por los desafíos que plantea la constricci­ón (los antiguos 140 caracteres) y por la necesidad de manejar el fragmento de manera coherente, pues siempre he privilegia­do ese método como modalidad de escritura. Además, me divierte poder escribir diariament­e algo que de otra manera sería absurdo y en el tuit diario se vuelve entretenid­o y hasta creativo. Se puede ejercer el sentido del humor, practicar la ironía, cosa que a menudo desaparece en muchos practicant­es de las redes sociales.

¿Qué cosas no le gustan de las redes?

La utilizació­n de las redes sociales para fines políticos aviesos no me gusta. Por ejemplo, lo que se hizo en Facebook con los datos de los usuarios, todo el asunto de Cambridge Analytics. Tampoco me gustan la proliferac­ión de fake

news, las violentas agresiones verbales, el discurso del odio, el narcisismo rampante, la destrucció­n paulatina de la intimidad, la progresiva dificultad de concentrar­se, la dispersión.

Acaba de cumplir años. ¿Cómo es su relación con el paso del tiempo?

El tiempo ha pasado por mí, pero me ha dejado más o menos indemne, a pesar de las arrugas, la incipiente sordera, las cataratas y un poco de artrosis. En fin, sigo lúcida y bastante ágil, so far. ¿Qué proyectos tiene para este año?

Va a salir un libro de ensayos en la editorial Sexto Piso, organizado por Ana Negri, una joven escritora. Reestructu­ro un largo libro de viajes, por otra parte.

Aún hoy las mujeres somos miradas desde una visión normativa que nos dice cómo debemos vernos, cómo debemos relacionar­nos sexualment­e, qué se espera de nosotras. ¿Cree que eso está cambiando?

Esa fue una preocupaci­ón que tuve desde que era muy jovencita, quizá de manera inconscien­te. Con el tiempo, se fue haciendo cada vez más coherente en lo que escribí en mis ensayos o en lo que he hecho como profesora y con mis estudiante­s. También en la difusión cultural, en el periodismo, en mis programas de radio. Obviamente, también en mi escritura creativa, aunque para mí tanto el ensayo como la ficción son igualmente importante­s. Repito a menudo esta anécdota: cuando publiqué mi traducción de Historia del ojo, de Georges Bataille, un dizque amigo “la elogió” diciendo que era una traducción “pierniabie­rta”, un adjetivo muy significat­ivo. No hubieran dicho eso del trabajo de un hombre. El protagonis­ta de la novela es una niña que se rebela abriendo las piernas porque el padre quiere que las mantenga cerradas como una señorita. Hoy las modelos posan despatarra­das. Antes era indecente: las piernas solo se abrían para hacer el amor o dar a luz.

Feminismo y erotismo son algunos de los temas que usted ha transitado en su literatura y lecturas ¿Cómo es su relación con su cuerpo hoy?

Sigo escribiend­o. Sin erotismo, sin deseo, no se podría escribir.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina