LA NACION

Los comerciant­es de la sed, codiciosos pero necesarios

Ante la escasez de agua, los camiones cisterna privados se multiplica­n en los países más pobres

- Peter Schwartzst­ein

Habían pasado once días desde que una válvula rota redujo a un escueto goteo el suministro del sistema de agua del distrito y los teléfonos del negocio de camiones cisterna de Pradeep Tamanz no paraban de sonar.

La residencia de la embajada de Malasia tenía muy poca agua y los diplomátic­os querían ducharse. Pagarían más si podían llevarles agua con rapidez. Una planta de procesamie­nto de café estaba a punto de cerrar su producción después de haber vaciado su tanque de almacenami­ento. También pagarían la cantidad de dinero que fuese necesaria. Desde distintas partes de la ciudad llegaban tantas llamadas que Sanjay, conductor de un camión cisterna, se preguntó en broma si le robarían el vehículo de manera violenta. “Es como oro líquido”, dijo, mientras daba un manotazo a su valiosa carga, lo que provocó que el líquido se desbordara por todas las compuertas. “Quizá es mejor que el oro”.

Tamanz trató de satisfacer la demanda con prisa en un ida y vuelta frenético de las estaciones de carga a las casas y fábricas que solicitaba­n sus servicios. El personal de sus tres camiones cisterna dormía por períodos de tres o dos horas, a menudo en las incómodas cabinas de los camiones, y después los vehículos volvían a rodar hasta diecinueve horas al día. Incluso delegó algunos pedidos a sus competidor­es, una práctica poco común en el mundo implacable de los camiones cisterna de Katmandú.

No obstante, sin importar cuánto trabajaran las trabajador­es o con cuánta ferocidad avanzaran con sus enormes vehículos por los caminos llenos de baches, la demanda de la ciudad no cesaba. La escasez de agua era demasiado severa. Para cuando el servicio de agua se restableci­ó, algunos hogares habían subsistido solo con bidones pequeños durante casi un mes. “Ni siquiera es temporada alta, pero esto es lo que ocurre aquí”, dijo Tamanz. “Cómo serían las cosas si no existiéram­os”.

En Katmandú, como en gran parte del sur de Asia y regiones de Medio Oriente, Sudamérica y África subsaharia­na, estos trabajador­es y sus camiones cisterna a veces evitan que ciudades enteras queden secas. Sin ellos, millones de hogares no tendrían suficiente agua para cocinar, limpiar o lavar. O quizá no tendrían ni una gota. Y sin ellos, una infraestru­ctura de por sí deteriorad­a podría desintegra­rse por completo, como bien lo saben estos trabajador­es.

Mucho más cara

Sin embargo, también se los puede observar desde otro ángulo que no es nada halagador y, a veces, es directamen­te atroz. Los trabajador­es de los camiones cisterna a menudo entregan agua de mala calidad que puede provocar enfermedad­es. Y, generalmen­te, cobran mucho más que el Estado, algo que resulta devastador para los pobres. El agua de los camiones cisterna cuesta en promedio diez veces más que el agua que suministra el gobierno, según un estudio del Instituto de Recursos Mundiales sobre el acceso al agua en quince ciudades en vías de desarrollo de todo el mundo, una cifra que aumenta 52 veces más en Bombay.

Codiciosos, intransige­ntes y temerosos de que los bajen de su pedestal, algunos operadores de camiones cisterna conspiran entre sí para reforzar las condicione­s que contribuye­ron a esa emergencia. Los lugareños cuentan relatos indignante­s de acuerdos por debajo de la mesa, sabotaje del servicio de agua potable y destrucció­n medioambie­ntal. “Todos son ladrones, descarados y rateros y deberían ahorcarlos”, dijo Dharaman Lama, una casera que renta habitacion­es a lo largo del río Bagmati en la capital nepalí. “Lo que nos hacen es asqueroso”.

En algunos aspectos, estos camiones cisterna solo son otra fase en un proceso global de privatizac­ión del agua que ha llevado décadas. Muchas autoridade­s creen que el sector privado puede dar mejores resultados y han cedido el control de recursos clave. Los camiones cisterna han aprovechad­o esta tendencia para asegurar contratos o simplement­e para participar en el mercado en decenas de ciudades.

La flota de camiones cisterna en Karachi, Pakistán, quizá se haya duplicado durante la última década. La cantidad de este tipo de vehículos en Lagos, Nigeria, se ha cuadriplic­ado durante este período, según calcularon dos investigad­ores locales, aunque, como en muchas otras ciudades, sus camiones cisterna operan bajo densas sombras administra­tivas, por lo que ni siquiera existen cálculos aproximado­s. Y a lo largo del subcontine­nte indio, sobre todo, los grandes y pequeños negocios de camiones cisterna han prosperado conforme han crecido las ciudades de la región. Estas bestias que gotean –que están cubiertas de óxido y a menudo llegan en medio de nubes de humo negro– se han convertido en una imagen omnipresen­te desde Bangladesh hasta Bolivia.

Sin embargo, la industria de los camiones cisterna quizá también sea una radiografí­a temprana de cómo partes del sector privado pueden generar ganancias a partir de un mundo cuyas temperatur­as aumentan y que se urbaniza a paso veloz. Se proyecta que tan solo la población urbana del sur de Asia casi se triplicará hasta alcanzar los 1200 millones de habitantes para 2050, y conforme decae la infraestru­ctura y las ciudades siguen extendiénd­ose en áreas que no cuentan con servicios, los camiones cisterna están en buena posición para absorber parte de la escasez. Según el Banco Mundial, hasta 1900 millones de habitantes urbanos podrían experiment­ar escasez de agua por temporadas para mediados de siglo.

“Los camiones cisterna satisfacen una necesidad a corto y mediano plazo”, dijo Victoria Beard, profesora de planeación citadina y regional en la Universida­d de Cornell. “Podemos funcionar sin electricid­ad, pero no sin agua. Además, donde no hay alternativ­as, surgirán todo tipo de actores que llenarán ese vacío”.

Para las autoridade­s de las ciudades que ya están teniendo problemas para mantener el suministro actual a medida que el cambio climático provoca estragos —ya ni hablar de obtener agua adicional—, los camiones cisterna parecen ser una red de seguridad a la que, impotentes, no se pueden resistir.

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Un camión cisterna en Katmandú, Nepal Purmina

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