LA NACION

Cristina, opositora de su propia creación

- Texto Sergio Suppo

Albertofer­nándezsepa­recemás de lo que desearía a Mauricio Macri, pero a la vez padece un agravante incómodo. Como su antecesor, el Presidente es el resultado de una alianza electoral; a diferencia de Macri, Fernández no es el líder, sino el delegado del espacio en el que peronistas y kirchneris­tas reconstruy­eron su unidad.

Macri debió luchar contra una herencia socioeconó­mica y fue víctima de sus propios errores para resolverla. Pudo y puede quejarse de sus socios minoritari­os (los radicales y Elisa Carrió), pero no podrá culparlos de haberle impedido ninguna medida. El presidente de Cambiemos tenía suficiente poder propio como para licuar las críticas hechas desde el interior de la coalición. En todo caso, tal como ocurre cada vez que hay un gobierno no peronista, Macri sí sufrió una oposición dura y cerril.

Fernández es, por lo tanto, presidente porque Macri no resolvió los problemas. A partir de ahí empiezan las diferencia­s del presente con su pasado más inmediato. Si la gestión es demasiado nueva como para mensurar la dimensión de sus aciertos y errores, ya alcanza para ver que la principal oposición que tendrá Fernández será el kirchneris­mo.

El conflicto nació en el origen. El grupo que comanda Cristina Kirchner cree que Fernández está en ese lugar para hacerle caso y atender, en primer lugar, su sed de reivindica­ción social. Es con esa creencia que los seguidores de la jefa de la coalición le pelean a Fernández hasta la definición de la situación de los detenidos en causas de corrupción. Cuando dicen “presos políticos” le están demandando una decisión a Fernández equivalent­e a esa supuesta condición: no puede haberlos en democracia y deben ser liberados rápido y, además, reivindica­dos.

Hay en el kirchneris­mo una vocación por el manejo del poder que convierte en formalidad­es innecesari­as los reparos en los que se escuda el Presidente, un abogado que a cada momento recuerda su condición de profesor de Derecho Penal.

Por la misma razón que el núcleo duro de la vicepresid­enta cree que Fernández debe ser solo una versión premium del jefe de Gabinete que fue, es que le están exigiendo que anule en forma sumaria las investigac­iones por corrupción. Esa presión es hija de una idea de impunidad basada en el voto y que puede resumirse en forma sencilla: el que gana las elecciones no solo gana el derecho a gobernar, sino a acomodar la realidad a su convenienc­ia. Por doloroso que resulte, esa convicción anida en una vasta porción de la cultura política del país.

Detrás de la pelea por la velocidad con la que el oficialism­o logre sacarse las causas de encima se oculta la cuestión de fondo: el kirchneris­mo necesita invalidar cuanto antes la posibilida­d de que Fernández sea algo más que una solución transitori­a. El proyecto de un “albertismo” que supere a su mentora es insoportab­le para quienes a su vez dependen del Presidente para consumar su pleno regreso al poder. Es el propio Presidente el que está obligado a establecer el límite de sus ambiciones. Otros ya empezaron a tratar de ponérselos.

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