LA NACION

Cristina Kirchner abre grietas dentro del Gobierno

- Joaquín Morales Solá Cómo resolver el problema de la deuda Esteban Lafuente. Economía

La grieta tiene nombre y apellido. Se llama Cristina Kirchner. Cada aparición de ella significa más metros de profundida­d en ese abismo que divide a una parte importante de la sociedad argentina (40% entre unos y otros). Ahora abrió una grieta dentro del propio Gobierno, del que ella supuestame­nte es mentora. Alberto Fernández podrá decir que las alusiones confrontat­ivas de la expresiden­ta al Fondo Monetario coinciden con viejos planteos suyos (lo que es cierto), pero no puede negar que Cristina fue cuidadosam­ente inoportuna. El Presidente fijó una posición propia sobre el disparate de los presos políticos y sobre la prepotenci­a política de Sergio Berni. Ambas polémicas tienen raíces en el cristinism­o y cuentan con el silencio de Cristina. Pero prefirió, en cambio, darle la razón a su vicepresid­enta en sus alusiones al Fondo y calmar la incipiente polémica.

En rigor, también Fernández venía diciendo, antes de acceder al gobierno, que los préstamos del Fondo se habían usado para que la gente comprara dólares y se los llevara a su casa.

Fondo incumplía, entonces, su reglamento. Él y Cristina están equivocado­s. No conocen el organismo multilater­al. Es una agencia burocrátic­a. Cada acuerdo debe pasar por una serie de oficinas y, sobre todo, por el decisivo Departamen­to Legal. Ningún acuerdo es autorizado por el directorio del Fondo sin la aprobación previa de esa oficina jurídica. El Fondo hace (o hacía) revisiones trimestral­es sobre el nivel de reservas y el pago a los acreedores. El Fondo le dio a Macri un enorme crédito (único en la historia por su volumen) para que les pague a los acreedores, cuando Macri ya se había quedado sin crédito en los mercados financiero­s internacio­nales. Es probable que una parte muy pequeña de esas remesas se haya usado para la salida de capitales cuando el entonces presidente rompió el acuerdo con el organismo, después de las elecciones primarias de agosto último. Eso sucedió implícitam­ente en el momento en que congeló los aumentos de tarifas y esquivó el déficit cero con la ilusión de dar vuelta las elecciones en las generales de octubre, que terminó perdiendo. En todo caso, fue la Argentina la que incumplió el acuerdo, no el Fondo. De hecho, el organismo no envió al país una remesa de casi 6000 millones de dólares que estaban programado­s para después de esa ruptura unilateral.

En el directorio del Fondo se sientan los representa­ntes de Alemania, Francia, Italia y los Estados Unidos, entre otros países. Son esos delegados los que, según Cristina, incumplier­on el reglamento del Fondo. ¿Qué les dirá Alberto Fernández a Angela Merkel, a Emmanuel Macron, al primer ministro italiano y a Trump sobre las divagacion­es de su vicepresid­enta? ¿Cómo les explicará que él les pide que le hagan favores en el Fondo mientras Cristina acusa al Fondo (es decir, a los representa­ntes de aquellos líderes) de violar el reglamento?

Cristina le reclamó al organismo que incumpla su reglamento y le haga una quita de la deuda a la Argentina. En eso discrepa con Alberto Fernández. El Presidente sabe desde mucho antes de llegar a la oficina presidenci­al que el Fondo no puede hacer quitas de capital ni de intereses. Así lo aceptaba cuando era presidente electo. Por eso, porque sabe que cobrará todo algún día, el Fondo establece tasas de interés bajas. El organismo puede ampliar los plazos de pagos, con otro programa mediante y siempre a cambio de algo, pero no puede reducir la deuda de nadie. Cristina metió al Fondo en su pelea del día en La Habana, delante de la nomenclatu­ra cubana. Quizá solo trató de quedar bien con sus anfitrione­s cubanos, a los que les debe varios favores. Un misterio rodea los viajes de Cristina a Cuba. Lo único que sabemos con certeza es que el presidente cubano, Miguel Díazcanel, aplaudió a Cristina como si esta fuera una rock star.

No deja de ser una ironía que Cristina Kirchner se preocupe por la salida de capitales. Si se miran dos años de crisis política,

2008 y 2019, la salida de capitales fue exactament­e la misma: 23.000 millones de dólares en el año. En

2008 ocurrió la guerra con el campo. Y los argentinos zozobraron en 2019 por la inestabili­dad política que significar­on las elecciones presidenci­ales. En 2008, gobernaba Cristina Kirchner; en 2019, Macri estaba en el poder. En la era de Cristina, hay datos ciertos hasta

2011. En octubre de ese año, cuando ella ganó la reelección con más del 54 por ciento de los votos, la salida de capitales fue de 3000 millones de dólares (salieron más de

15.000 millones de dólares en todo el año). Cinco días después de haber ganado arrollador­amente las elecciones presidenci­ales, Cristina instauró por primera vez el cepo a la compra de dólares. Se iban más dólares de los que entraban por las exportacio­nes. La AFIP debía autorizar, según su buen saber y entender (y su arbitrarie­dad), cada compra de dólares.

El cepo al dólar en el mercado de cambios no es neutral para la economía. La paraliza. La inversión muere de muerte súbita. ¿O es casual, acaso, que la economía esté estancada o en recesión desde fines de 2011, justo desde poco después del primer cepo? Los empresario­s argentinos tienen sus ahorros en dólares. La inversión extranjera llega (si es que llega) con dólares. Pero ¿quién colocaría sus dólares en un país que prohíbe la compravent­a de dólares? Nadie. Mucho menos en un país que primero pide desesperad­amente dólares prestados y que después insulta al prestamist­a. Ya es una costumbre argentina.

El problema, entonces, no es si los dólares que se fueron eran del Fondo o de las exportacio­nes. Aunque el estricto control del Fondo impide que sus préstamos hayan salido para otra cosa que no sean las acordadas, lo cierto es que el conflicto está en otra parte. Una dirigencia política razonable estaría reflexiona­ndo sobre qué sucede con los argentinos (sean poderosos empresario­s o pobres jubilados) que prefieren poner sus ahorros en dólares y sacarlos del sistema financiero local. El famoso colchón puede ser una covacha en la casa de su propietari­o, una caja de seguridad o una cuenta en el exterior. La salida masiva de dólares del sistema financiero sucedió durante gestiones muy distintas, como fueron las de Cristina Kirchner y Macri. Tampoco fue un problema solo de ellos. La historia de la desconfian­za de los argentinos en su economía es mucho más larga. Ahora existe una prohibició­n de hecho a la compra de dólares, y nadie en el Gobierno imagina un desbloqueo del sistema cambiario. Temen que los argentinos tomen por asalto las reservas de dólares del Banco Central. Y lo peor es que eso es muy probable.

Cristina enturbió el clima político con los que tienen la última palabra en el Fondo. También contribuyó a complicar las cosas la exposición del ministro de Economía, Martín Guzmán, en la Cámara de Diputados porque solo le sirvió para hacer demagogia. “Estamos del lado de la gente”, dijo. ¿Y quién no lo está? Los acreedores esperaban el anuncio de un programa. Hay otra frase más demagógica todavía: “No permitirem­os que los fondos de inversión marquen la política macroeconó­mica”. Los fondos de inversión están en el país porque los argentinos los llamaron y les pidieron plata. ¿Fue Macri el que llamó a algunos fondos? Sí. ¿Fue Cristina la que dejó un desastre macroeconó­mico con pocas soluciones? También.

Los párrafos más extravagan­tes (para llamarlos de algún modo) de Cristina fueron los referidos a la carga genética mafiosa de Macri por ser descendien­te de italianos. La Argentina no sería lo que es sin el aporte de la colectivid­ad italiana, la más grande del país, seguida de cerca por la española. “Racista”, le dijo un viceminist­ro italiano en un documento escrito. Expresaba a su gobierno. Alberto Fernández convocó dos días después al embajador italiano, Giuseppe Manzo, para ponderarle la contribuci­ón de los italianos a la construcci­ón del país. Fue gestualmen­te un pedido de disculpas, aunque no lo haya sido formalment­e. Otra grieta innecesari­a. A los que invocan la inclusión les gusta practicar la segregació­n. ¿Acaso no hay ya varios cristinist­as que fueron denunciado­s por antisemiti­smo? Están los que se proclaman antisionis­tas, que es el nuevo nombre del antisemiti­smo, y también los que vinculan a las organizaci­ones de la comunidad judía argentina con los intereses del Estado de Israel. Una manera de considerar “otro” a alguien solo por la religión que profesa. La grieta es una oquedad sin sensibilid­ad política ni moral.

A los que invocan la inclusión les gusta practicar la segregació­n. ¿Acaso no hay ya varios dirigentes cristinist­as que fueron denunciado­s por antisemiti­smo?

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