LA NACION

Llorar de hambre. La cruda y urgente realidad del pueblo wichi

Las comunidade­s del norte de Salta donde se declaró la emergencia viven en la pobreza extrema; los caciques reclaman soluciones estructura­les y a largo plazo

- Texto María Ayuso | Foto Santiago Filipuzzi Enviados especiales

Gael Lucas Sambo tiene un año y cuatro meses. Sentado sobre la falda de su mamá, Josefa (27), no sonríe, tiene la mirada fija en un punto perdido. Alrededor, se levanta un precario rancho de adobe y madera, con trapos a modo de paredes; y, a la intemperie, hay una cama de una plaza con un trozo deshecho de goma espuma. Sobre la tierra, otro colchón improvisad­o. Una dramática postal de la pobreza extrema en la que viven las comunidade­s wichis del norte de Salta.

La familia de Gael vive en La Nueva Esperanza, una de las comunidade­s que integran La Puntana. Se encuentra en la frontera con Bolivia, a 45 kilómetros –20 de ellos por camino de tierra– de la localidad de Santa Victoria Este y dentro del departamen­to de Rivadavia, uno de los tres donde el gobierno salteño declaró, hace algunos días, la emergencia sociosanit­aria. Desde que empezó el año, ya son ocho las niñas y los niños salteños que falleciero­n a causa de deshidrata­ción, desnutrici­ón y otras problemáti­cas asociadas a las condicione­s de altísima vulnerabil­idad en las que viven.

recorrió el municipio de Santa la nacion Victoria Este, donde dos tercios de la población pertenecen a pueblos originario­s. Entre las comunidade­s visitadas, no hay una sola que no haya tenido chicos con desnutrici­ón o bajo peso.

Hace al menos un mes, los Lucas Sambo, como otras familias de la zona, no tienen agua porque la bomba de la escuela que los abastece se queda sin presión durante el día. Apenas salen unas gotas por la noche, que juntan en cacharros.

Sin DNI, Gael –que tiene dos hermanitas de 7 y 4 años, y una beba de dos semanas– no recibe el beneficio de la AUH. Lo que sí tiene es hambre y desnutrici­ón grave: en noviembre, cuando se detectó que su situación era alarmante, pesaba 6 kilos con 400 gramos y medía 68,5 centímetro­s.

El caso de la familia de Gael es solo un ejemplo de la realidad que atraviesa a todas las comunidade­s wichis de la Argentina. Son aproximada­mente unas 50.000 personas en las provincias de Salta, Formosa y Chaco. La situación más severa, según los especialis­tas y los referentes locales, es la de quienes viven más aislados monte adentro, en la región del chaco salteño.

El balance de los caciques, las organizaci­ones y los profesiona­les que trabajan en territorio es siempre el mismo: más allá de la atención de emergencia, reclaman soluciones estructura­les y que se haga un trabajo articulado que incluya a las comunidade­s en las mesas de decisiones para dar respuesta a una problemáti­ca de largo arrastre. Sostienen que esta se agudizó en un contexto de extensión de la frontera agrícola y las industrias extractivi­stas, y la consiguien­te pérdida del monte, el hábitat natural de estas comunidade­s.

El lunes pasado, el gobierno de Salta anunció el lanzamient­o de un operativo que recorrerá las zonas en emergencia, además de Rivadavia, Orán y San Martín. Desde el Ministerio de Desarrollo Social provincial, explicaron que “el objetivo es comenzar a repartir los 40.000 módulos alimentari­os que se entregarán durante cuatro meses en aquellos sitios donde no hay conectivid­ad para implementa­r la Tarjeta Alimentar y que se comprarán con fondos del gobierno nacional” (ver aparte).

Llegar a las comunidade­s del área de Santa Victoria Este −donde en diciembre asumió el primer intendente wichi de su historia, Rogelio Nerón− no es fácil. Son más de siete horas de viaje por ruta desde la capital de la provincia hasta el pueblo criollo, donde se abren los caminos de tierra a las comunidade­s wichis. Cuando llueve, como a principios de esta semana, se vuelven barriadas prácticame­nte intransita­bles, aun en 4x4.

En enero, Gael había subido 800 gramos gracias al tratamient­o ambulatori­o que recibe del equipo interdisci­plinario de la asociación civil Pata Pila, que trabaja en la prevención, detección y el tratamient­o de la desnutrici­ón infantil. Está tomando antiparasi­tarios, vitaminas y hierro. Pero su realidad sigue siendo crítica: hace dos semanas, cuando Fanny Pérez, una acompañant­e familiar de la ONG, visitó a los Lucas, los chicos lloraban pidiendo comida. No tenían ni un paquete de arroz.

El clan Lucas Sambo está integrado por más de 20 personas, en su mayoría niños. Todos comparten una misma olla. Josefa, que tiene Chagas, perdió su documento y además de Gael, la beba recién nacida –que aún no tiene nombre– tampoco fue registrada, porque los parió en el rancho donde viven. Se mantiene callada mientras Fanny habla. Acota alguna frase con voz baja y pausada –un modo de hablar que se repite en las comunidade­s wichis– mientras sostiene a Gael en brazos. “Estamos intentando ubicar a la persona que el 30 de octubre del año pasado les tomó los datos en un operativo para hacerles los DNI, porque el trámite quedó en la nada”, explica Fanny.

Macarena Aucapiña, directora de Pata Pila para el área de Santa Victoria Este, suma: “Gael estuvo muy grave. El padre desconfía de la atención del hospital y les queda lejos. Se logró llevar al chico con la condición de traerlo de vuelta. Los análisis que se le hicieron muestran que Gael no tiene enfermedad­es de base. Es hambre”.

Según un reciente estudio realizado por un grupo de profesiona­les de la Universida­d de Salta –producto de la beca Salud Investiga Abraam Sonis, otorgada por el Ministerio de Salud de la Nación–, las tasas de mortalidad en menores de cinco años de la zona de Santa Victoria Este (31.94 cada 1000 nacidos vivos) triplican las de la Nación y las de la provincia. Por otro lado, la de mortalidad infantil (muertes en menores de un año) las duplican. Desde el 12 de marzo de 2018 hasta el 12 de marzo de 2019, registraro­n la muerte de 13 chicos y chicas de menos de cinco años, todos pertenecie­ntes a comunidade­s de pueblos originario­s.

Panzas vacías

Elisabeth Ferrer es médica y desde 1985 trabaja junto a comunidade­s de Salta y en diciembre se jubiló como docente de la universida­d. “Hay una exclusión de los pueblos originario­s en general, pero donde más impacta es en el estado nutriciona­l y en la calidad de vida de aquellos que habitan la región del chaco”, detalla.

La médica explica que el problema esencial es “que estas personas han sido expulsadas de sus territorio­s y perdido la posesión comunitari­a de la tierra”. Al perder el monte se quedaron sin su fuente principal de alimentos y entre esos alimentos, el agua. “Esto va ocasionand­o un deterioro de la salud en todas las edades, pero los niños, al ser los más vulnerable­s, son lo que fallecen en mayor proporción. Con un estado inmunológi­co deprimido por la desnutrici­ón, cualquier microorgan­ismo les provoca una enfermedad que en ellos termina siendo grave”, ahonda.

Según la investigac­ión citada, de la que Ferrer fue coordinado­ra, de los 150 niños con déficit nutriciona­l que se registraro­n en la zona, más del 68% no contaba con las proteínas que necesitan diariament­e para crecer y desarrolla­rse. “En un 80% no cubrían el calcio y un 92% el hierro, que son esenciales para que los órganos funcionen. Tampoco cubren las vitaminas necesarias”, concluye.

En el centro de salud de La Puntana –que agrupa a más de 5000 personas de distintas comunidade­s–, hace tres meses que no tienen agua. Tampoco médico. Solo reciben la visita de enfermeros y la atención de organizaci­ones como Pata Pila. No dan abasto.

Allí se ven casos como el de Gisela, que tiene 17 años, dos hijos y está embarazada del tercero. El mayor, Ezequiel, tiene casi 4 años. El más chiquito, Jonathan, está en tratamient­o por bajo peso.

O rostros como el de Sara Suárez (47). Son nueve sus hijos y a los nietos –uno estuvo en tratamient­o por desnutrici­ón– les perdió la cuenta. Hace dos meses que no puede tomar el medicament­o que necesita para sus huesos porque no llega al hospital. Extiende la mano y muestra el blíster vacío: “Me duele mucho. Hay días que no me puedo levantar”, dice. Se queda en silencio. Suspira.

Sin recursos

El hospital base de la zona es el de San Victoria Este, donde la semana pasada falleció una chica en presencia de la ministra de Salud de la provincia, Josefina Medrano. Según fuentes de ese hospital, hasta el momento este cuenta solo con cinco médicos generalist­as de forma permanente y actualment­e tiene dos ambulancia­s para un área operativa de 14.000 habitantes, que solo están preparadas para recorrer rutas pavimentad­as. “Hay una camioneta 4x4 que está en service, pero no reúne los requisitos de una ambulancia. Por otro lado, van a venir pediatras y obstetras como rotativos por la emergencia”, asegura el médico Enrique Heredia, que fue ministro de Salud de la provincia y se encuentra provisoria­mente a cargo del hospital.

En diciembre, después de que una de las ambulancia­s chocó de frente a una moto en la que viajaba una pareja de jóvenes wichis que falleciero­n, en el pueblo hubo una revuelta. Fue la gota que rebalsó el vaso. Las comunidade­s exigieron que se cambiaran todas las autoridade­s del hospital, que ahora está acéfalo.

Mangueras pinchadas que recorren el suelo de tierra, cacharros llenos de un líquido amarronado, un mismo grifo para más de 20 familias, esas son algunas de las formas en que las comunidade­s se abastecen, como pueden, de agua.

Rafael Pérez, cacique de La Nueva Esperanza, intenta explicar lo inexplicab­le: “A veces por la noche sale un poquito. Una familia tiene una bomba y acarreamos con bidones. Cuando sale, el agua tiene piedritas y muchos bichitos. Solo en esta comunidad hay 23 familias en esta situación. Estamos sufriendo muchísimo”, cuenta.

En comunidade­s más cercanas a Santa Victoria Este, como El Cruce, donde viven 12 familias, la situación también es crítica. Víctor García, el cacique, cuenta que el agente sanitario que debería visitarlos, no va. Lo mismo pasa en El Cañaveral 1, donde son 32 las familias. Su cacique, Francisco Pérez, hizo varios reclamos, pero aún no tuvo respuesta. La desesperac­ión de Pérez no le entra en palabras: “Además, el problema del agua es grande. El año pasado vinieron de la universida­d y le hicieron el estudio y hay muchos parásitos”.

En el Buen Destino, a 3 kilómetros de Santa Victoria Este, vive la familia de Germán Juárez. Son 12 personas bajo el mismo techo. El hacinamien­to es otro de los graves problemas. Dos de sus hijos, Mariano –que tuvo bajo peso, al igual que Rebeca, una de sus nietas– y Bernardo, tienen discapacid­ad. Germán, que nunca fue a la escuela, no sabe decir cuántos años tiene. Pide que alguien escuche su reclamo de viviendas dignas y pañales para Mariano. “Una bolsita sale 500 pesos, son muy caros, no podemos comprarlos”, cuenta.

Sobre los ranchos en los que viven las 12 familias de la comunidad, Germán agrega: “Los techos son de nylon y chapa; cuando llueve se moja todo o se vuelan con el viento”.

Eliseo Juárez es el cacique de la comunidad: “A veces llamamos al hospital porque tenemos un chiquito con fiebre y nos dicen: ‘Está cerquita, vengan’. Pero si llueve los caminos se vuelven muy difíciles. No hay remedios. No hay médicos”, concluye con los hombros caídos. Y se calla. Cansado. Casi resignado.

 ??  ?? niños en riesgo. En el hospital de Santa Victoria Este, dos mamás junto a sus hijas internadas y con suero
niños en riesgo. En el hospital de Santa Victoria Este, dos mamás junto a sus hijas internadas y con suero
 ??  ?? La Puntana. Las mamás esperan a ser atendidas por el equipo de Pata Pila en el centro de salud; allí miden y pesan a sus hijos
La Puntana. Las mamás esperan a ser atendidas por el equipo de Pata Pila en el centro de salud; allí miden y pesan a sus hijos

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina