LA NACION

Una amistad en el exilio

Un libro explora el legado de Alberti, Bonet y Mandello.

- Valeria Shapira

PUNTA DEL ESTE.– De los tres, Jeanne Mandello fue la última en llegar. El buque Cabo Nueva Esperanza la trajo a Montevideo en 1941, cuando el Tercer Reich ya le había arrebatado la ciudadanía alemana. Era fotógrafa, judía, de Fráncfort y una de las primeras mujeres en hacer maravillas con una Leica en las manos. El poeta y pintor gaditano Rafael Alberti y el arquitecto catalán Antonio Bonet –íconos del exilio republican­o español en América del sur–, ya ocupaban su sitio en la extensa lista de personas del Viejo Continente a las que el Río de la Plata les ofrecía abrigo. Ahora, y tantas décadas después, una imagen tomada en el barrio Cantegril invita a revisitar los días de aquel triunvirat­o y de muchos otros intelectua­les y artistas en este paraíso de bosque y mar.

Una casa, un mural, una foto. La historia podría resumirse así: en la parada 15 de la playa Mansa, sobre la avenida Lincoln, una vivienda de 30 metros de frente exhibe su generosa galería, sus líneas simples y un techo inclinado con tejas rojas, inusual para el año en que se construyó: 1945. Se llama La Gallarda, es patrimonio histórico y fue diseñada por el genial Antonio Bonet para sus amigos Rafael Alberti y María Teresa León. Sobre la fachada, la casa tuvo un mural (hoy a resguardo en el interior) que pintó Alberti y donde todavía se lee: “A mis amigos, a los lejanos, del otro lado del mar y a los que en estas tierras me acompañan”. Denominado Panel de la Amistad, está dividido en 10 partes (cada una de ellas dedicada a uno de sus amigos entrañable­s) y fue inmortaliz­ado por Jeanne Mandello (probableme­nte con una Rolleiflex), en 1947.

Al arquitecto Rafael Lorente

Mourelle y la profesora de Literatura Alicia Cagnasso les llevó tiempo y un gran placer reunir material vinculado con esa foto. Con el apoyo del Fondo Concursabl­e para la Cultura uruguayo, acaban de publicar el libro Alberti, Bonet, Mandello. Historias en torno a La Gallarda, que hace pocos días se presentó en la Galería Sur, entre obras de Joaquín Torres García (ver aparte), uno de los tantos célebres visitantes de la casa, lugar de encuentro de intelectua­les y artistas (Neruda, Xirgu, Mujica Lainez, Oliver, González Tuñón), y espacio en el que Alberti concibió sus Poemas de Punta del Este.

Sería extenso describir el contenido detallado de cada cuadro del mural, pero vale la pena enunciar que allí están representa­dos, entre otros, Antonio Bonet y su esposa María Martí (Por ti otra vez el cielo fue creado/ por ti el oscuro bosque se ilumina/canta tu arquitectu­ra cristalina/sobre el espacio más deshabitad­o), Gonzalo Losada (editor fundamenta­l de la obra albertiana); los escritores Giselda Zani, Theo Verbrugghe, Alejandro Casona, Oliverio Girondo y Norah Lange. Y que hay, además, un homenaje al empresario argentino Mauricio Litman y a su estrecho colaborado­r, el arquitecto Alberto Ugalde.

Las “tierras sin lotear a las que sólo podía accederse a caballo por un área densamente arbolada, sin infraestru­ctura” con las que Litman y su esposa Blanca se encontraro­n al llegar a Cantegril en 1943 se convirtier­on en una barrio cuya urbanizaci­ón fue impulsada por el empresario argentino, y que incluyó la creación del Cantegril Country Club, y de la sala que comenzó a albergar el Festival Internacio­nal de Cine.

¿Qué actualiza, más allá de los nombres y los dibujos, una mirada renovada a la foto del panel de Canfugiada tegril? En principio, “recuerda que aunque su faceta más conocida haya sido la de poeta, Alberti también se formó como pintor. En 1920 realizó su primera exposición personal en Madrid. Tuvo después entre sus referentes a Rafael Barradas y a Torres García. Dibujó versos en esa síntesis maravillos­a que llamó liriconogr­afías; pintaba siempre, muebles y cajas –explica Lorente– y tenía a mano, en su estudio de La Gallarda, tintas y pasteles”.

Las buenas compañías borraban la soledad del desarraigo. Cualquiera podía llegar a La Gallarda y encontrars­e allí con personajes como el brasileño Cándido Portinari: “…pintó Cándido, durante siete días, tenaz, alegre, pulcro, con un dominio de experiment­ado maestro, abriéndome al fin en mi salón de La Gallarda un ventanal de luz, de vivo aire transparen­te”, escribió Alberti sobre esa creación.

Bonet ofreció el marco acogedor para esa época de intercambi­o intelectua­l. Sobre su vasta obra se ha escrito a mares: la urbanizaci­ón entera de la preciosa Punta Ballena, que él mismo ideó, la hostería Solana del Mar, La Rinconada o la Casa Berlingher­i. Su huella en la Argentina (el grupo Austral y su sillón BKF -Bonet, Kurchan y Ferrari), y el emblemátic­o proyecto de estudios en Paraguay y Suipacha son una enumeració­n inconclusa y sesgada del legado de este esteta que trabajó con Le Corbusier y amó la luz.

Sabemos menos acerca de la mujer detrás de la lente: “No conservo ninguna foto de la República de Weimar (…). Cuando nos mudamos (con Arno, su marido) de Fráncfort a París, dejé todo atrás en Alemania. Y durante la guerra nuestra casa fue bombardead­a. No poseo nada en absoluto de aquella época (…). Y nada de París tampoco”, declaró. Como remáticos

alemana en Francia, cambió definitiva­mente su nombre de nacimiento, Johanna, por Jeanne. En su estudio parisino trabajó para Vogue y Harper’s Bazar, hasta que la caída de la ciudad y la llegada del gobierno fascista de Vichy la obligó a embarcar con prisa. No logró traer nada y sin embargo lo trajo todo: su formación en la Lette-haus de Berlín, las marcas de la avant garde de su país de origen, su amistad e intercambi­o con Man Ray y Brassai en París. Sus fotos de edificios uruguayos emble(la Facultad de Ingeniería, el Palacio de la Luz, las estaciones de servicio ANCAP o el Gran Cine Plaza, en Montevideo) sirvieron al registro histórico de la evolución de la arquitectu­ra local; también dejaron rastro sus paisajes esteños y los retratos de Torres García, Juan Superviell­e y de la familia Albertileó­n, que la Fundación Mandello se encarga de mantener vivos en Europa y en todo el mundo.

Habitada por nuevos dueños, la casa conserva con gran cuidado el

Panel de la Amistad, al que alguien le aplicó alguna vez “una capa de barniz marino protector que –como explica Lorente– con el tiempo, amarillea”. Sus palabras suenan como una alarma en Uruguay y en España. Porque aquí y allá, bien se sabe que no habrá otro mural, ni otra casa ni otra foto iguales. Alberti, Bonet y Mandello ya no están en este paraíso terrenal para defender su obra. Nos queda la certeza de que no es lo mismo hacer que no hacer, porque la historia no siempre se repite.

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Jeanne Mandello Rafael Alberti y el Panel de la Amistad, la foto en cuestión
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Gentileza álvaro zinno La Gallarda, la casa en la parada 15 de la Mansa donde hoy vuelve la historia

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