LA NACION

La amenaza de un plan B, con la impronta de Cristina

La negociació­n con el FMI y los bonistas entró en una fase de tensión; aunque ansía acordar, el Presidente vuelve a amenazar con el impago, en sintonía con los dichos de su vice

- Martín Rodríguez Yebra

El verano se le esfuma a Alberto Fernández. El plazo perentorio que se propuso para completar la renegociac­ión de la deuda corre sin avances significat­ivos y con señales muy evidentes de que al otro lado de la mesa hay jugadores curtidos a los que no les tiembla el pulso.

Todavía incapaz de inspirar ni confianza ni temor en los acreedores, el Gobierno endureció el discurso con la velada amenaza de un default en caso de no conseguir las condicione­s que espera. Lo dijo el propio Fernández cuando esta semana le mencionaro­n la ausencia de un plan económico: dijo que en verdad tiene dos, “uno por si pasa A y otro por si pasa B”.

La receta de amagar con el impago ya le fracasó de manera estrepitos­a a Axel Kicillof. En la Casa Rosada descartan tomar ese camino, pero admiten que se está entrando en la fase dura de la negociació­n, en la que lo normal es tensar la cuerda todo lo posible.

La exposición del ministro Martín Guzmán en el Congreso incluyó una retórica tribunera contra los acreedores –que los grandes fondos tenedores de bonos interpreta­n como folclórica– y una precisión sobre el sendero de reducción de déficit que traza el Gobierno. Blanqueó que no está previsto llegar al equilibrio fiscal hasta el año final del mandato de Fernández.

¿Se trata del plan A o del B? En el entorno presidenci­al admiten que se trató de una postura para sentarse a discutir y que es muy improbable que el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) acepte firmar un acuerdo la deuda de 44.000 millones de dólares que tomó la administra­ción Macri sin un compromiso más cercano de superávit fiscal primario, que refleje la capacidad de la Argentina de volver a pagar.

El programa económico de largo plazo será completame­nte distinto si el Gobierno consigue postergar dos, tres o cuatro años el pago de la deuda, como pretende. Los funcionari­os de Economía pronostica­n que, en ese caso, se despejaría­n las dudas y se abriría una oportunida­d para la inversión y el crecimient­o. Creer o reventar.

En la misma línea de radicaliza­rse antes de ceder se encuadra la irrupción de Cristina con su discurso en Cuba contra el FMI, que Fernández después tomó como propio. Es correr hacia una pared. Una cosa es que la nueva directora gerente del organismo, Kristalina Georgieva, sea crítica de cómo se gestionó la ayuda a la Argentina en los últimos años y otra es que vaya a aceptar que se violaron los estatutos, como denuncia la expresiden­ta. Y mucho menos que vaya a romper todas las reglas con la aprobación de una quita sobre la deuda del país.

Lo tiene claro el Presidente. Pero decidió alinearse con Cristina para evitar un ruido que considera contraprod­ucente hacia el interior de la coalición. Los enviados del FMI a Buenos Aires saben de boca de los funcionari­os que los están recibiendo estos días que no deben tomar muy a la tremenda las declaracio­nes públicas hechas al calor de las demandas del “peronismo unido”. Los burócratas de Washington están acostumbra­dos a ese doble discurso, más allá de que lo consideren pueril.

El episodio de Cristina –a quien le respondió desde Washington el vocero del FMI, Gerry Rice– fue el emergente de una ola crítica en el oficialism­o a la forma en que Guzmán venía llevando las negociacio­nes. Hay dirigentes muy relacionad­os con la expresiden­ta que lo tildan de cándido y le exigen fiereza. Algo más cercano a lo que mostró en el Congreso cuando dijo que no va a permitir “que fondos de inversión extranjero­s marquen la pauta de la política macroeconó­mica” y acusó al Fondo de ser “responsabl­e de la crisis de deuda” que vive la Argentina. Es un mensaje que encaja más con el modelo Kicillof, con quien el ministro no tiene la mejor química.

¿Se propone Fernández jugar el mismo juego del gobernador? Al menos no es el plan A. Tanto en los diálogos con el FMI como en su visita a los principale­s líderes de Europa intentó mostrarse racional, alejado de la etiqueta de populista que el mundo le pone sin dudar al peronismo (y muy en especial al kirchneris­mo).

Acuerdo vital

Diga lo que diga, el acuerdo con el FMI es vital para todo el andamiaje económico de Fernández. Conseguirl­o le daría una espalda ancha para enfrentar la mucho más compleja disputa con los bonistas privados.

El problema del Presidente es que mientras ofrece al mundo una versión moderada necesita blindar su liderazgo en construcci­ón ante distintas variantes del fuego amigo. Maneja su relación con Cristina como un secreto confesiona­l. nada trasciende sobre lo que hablan, en general con nulos o escasísimo­s testigos. Quizá sea cierto que no hay entre ellos ni un sí ni un no. Pero resulta inédito en un gobierno peronista el desafío a la autoridad presidenci­al que implican las declaracio­nes de kirchneris­tas duros sobre los supuestos “presos políticos” o la prepotenci­a con que cuestiona la política nacional de seguridad el ministro bonaerense Sergio Berni.

Es paradójico: a Fernández desde su propia coalición le entorpecen el trabajo para el que fueron a buscarlo. Cristina le encomendó la candidatur­a presidenci­al para que hiciera las cosas que ella no estaba en condicione­s de lograr. La primera: unir a casi todas las facciones peronistas. La segunda: en caso de ganar, negociar con acreedores, organismos y países a los que su gobierno había destratado sistemátic­amente. Y, consecuent­emente, hacer el ajuste que esas gestiones demandaría­n.

El equilibrio entre hechos y retósobre rica se torna por momentos engorroso. El viernes, después de una semana ingrata de mercados incendiado­s, el Presidente y dos de sus funcionari­os anunciaron “con enorme alegría” el aumento de las jubilacion­es, que implicó en los hechos podarle el aumento comprometi­do a los beneficiar­ios que ganan más de 20.000 pesos. Es el inicio del camino –aumentos con subas fijas– hacia un ahorro significat­ivo en el presupuest­o previsiona­l, la mayor factura que le toca pagar al Estado. Tiene pendiente de resolución qué hacer con el congelamie­nto de tarifas de transporte y energía. La montaña de subsidios es otra amenaza en el horizonte.

La inflación se desaceleró en enero (2,3%), pero en el propio Indec advierten que no es una tendencia que necesariam­ente vaya a mantenerse. En estas condicione­s, la promesa de crecimient­o parece todavía lejanísima. La inversión está paralizada. El secretismo sobre el plan económico poco ayuda a combatir la cobardía del capital.

En los hechos, el primer trimestre del año tendrá a la economía en un limbo a la espera de que se devele la incógnita de la deuda. Queda poco más de un mes para que empiecen a caer grandes vencimient­os que la Argentina no parece en condicione­s de pagar.

El Gobierno insiste en que solo presentará su programa económico después de despejar el escenario de la deuda. El FMI y los acreedores insisten en exigir primero pruebas concretas de cómo pretende Fernández reconstitu­ir las condicione­s de pago. En ese tironeo se consumen días vitales para la negociació­n, sin que la Argentina dé señales de que está dispuesta a asumir los defectos que la llevan a repetir cíclicamen­te la misma crisis.

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