LA NACION

Homeland se despide envuelta en la paranoia contemporá­nea

De la mano de Claire Danes regresa a sus orígenes desde mañana, por Fox Premium

- Paula Vázquez Prieto

En uno de los últimos episodios de la séptima temporada de Homeland, emitida en 2018, la agente de la CIA Carrie Mathison (Claire Danes) mantiene una discusión acalorada con el oficial ruso Yevgeny (Costa Ronin) sobre las traiciones que definen la complicada relación entre los Estados Unidos y Rusia desde los tiempos de la Guerra Fría. Las referencia­s a la caída del Muro de Berlín, a la expansión de los Estados Unidos en Europa Oriental en los años 90 y a las guerras en Medio Oriente con el apoyo de la OTAN resultan cuentas pendientes de un largo pasado que se actualiza en esa mesa de negociacio­nes convertida en un campo de batalla. Ese juego de viejas oposicione­s que incorporó Homeland en su último año, al reinstalar la Guerra Fría en el centro de su ficción, le permitió acoplarse nuevamente a la geopolític­a contemporá­nea: pasar de los conflictos en el mundo islámico a la paranoia comandada por los viejos enemigos de la ex URSS. La serie se ajustaba a la coyuntura y revitaliza­ba su popularida­d.

Ahora llega el tiempo de cerrar el círculo. La nueva temporada (que este lunes, a la 1.30, emite su segundo episodio por Fox Premium) no solo propone barajar las cartas después de la renuncia de la presidenta Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel) tras el affaire Rusia y la necesidad de reconstrui­r la democracia occidental, sino abordar la recuperaci­ón de la propia Carrie luego de varios meses en las frías prisiones de Moscú. Propone también regresar al comienzo de la historia, recordar a los espectador­es aquellos tiempos en los que las traiciones y la desconfian­za no solo venían del exterior sino que se gestaban en el propio interior del organismo, en las filas de la CIA, en las cabezas de sus agentes. Cerrar el círculo implica volver a pensar una temporada en Oriente, en las calles que Carrie caminó en tantos episodios, resignific­ar aquel territorio y aquellas disputas después del tiempo y los conflictos recorridos, recuperar el ritmo después de tantas temporadas y dispersion­es, terminar a lo grande.

Homeland (2011-2020) fue innovadora en sus inicios. Creada por Howard Gordon y Alex Gansa e inspirada en una serie israelí. La bipolarida­d de Carrie Mathison, que en la séptima temporada se convirtió en un flanco clave sobre el que operaron los rusos en su detención, no solo era síntoma de ese estado de neurosis que definía al servicio de inteligenc­ia, sino una metáfora del estado del tejido social en Occidente.

Homeland fue también un extraño termómetro de los cambios geopolític­os de los últimos tiempos: los dilemas de las guerras virtuales, las disputas intestinas en los parlamento­s europeos, el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos y las desilusion­es liberales, el miedo al enemigo interno.

Esta octava temporada no podía hacer otra cosa que volver a Afganistán, de donde había emergido el soldado Nicholas Brody (Demian Lewis) convertido en un agente enemigo encubierto, en un musulmán converso, en un peligro dormido. Es ese hilo el que la serie decide recoger al reinstalar el mismo juego con nuevas reglas, ahora definidas por la presencia de los viejos fantasmas.

En el final de la séptima temporada, Carrie Mathison era liberada por las autoridade­s rusas a cambio de un grupo de prisionero­s. La última imagen que se tenía de ella la mostraba corriendo por un puente en plena noche, errática y desencajad­a, fruto de los prolongado­s interrogat­orios y la ausencia de su medicación. En el comienzo de esta nueva temporada, es sometida a nuevos interrogat­orios, ahora por parte de la misma CIA que intenta descifrar qué ha revelado a lo largo de esos meses borrados de su memoria. Sus fuerzas parecen haberse recuperado y una nueva misión en Oriente la demanda. Sin embargo, varios interrogan­tes la intranquil­izan. ¿Qué secretos de estado puede haber confesado en aquellos largos meses de locura y aislamient­o? ¿Qué se encierra en su memoria que no puede descifrar? ¿Puede haberse convertido en su propia enemiga interior, como había sido Brody a su regreso de aquel prolongado cautiverio? Esas son las claves que la serie despliega desde este nuevo comienzo, en un escenario comandado por el ahora presidente Warner (Beau Bridges), por el accionar de Saul Berenson (Mandy Patinkin) a cargo de la Seguridad Nacional, y por una serie de resistenci­as al proceso de pacificaci­ón en Afganistán.

A su vez, retoma la compleja relación que unió a Carrie y Saul desde el comienzo. Berenson es una de las figuras más logradas del repertorio dehomeland, un hombre consciente de sus propias sombras, ominoso protector de su discípula al mismo tiempo que capaz de ponerla en riesgo, de sacrificar­la en nombre de ideales y patriotism­o. La notable interpreta­ción de Patinkin, cuyo funcionami­ento escurridiz­o en las zonas más áridas de la política exterior lo transforma­n en el único capaz de dar la talla con el trabajo de Claire Danes, demuestra que en ese inquietant­e vínculo está lo más prometedor de esta despedida.

Si hay algo que la serie ha conseguido en estos años es condensar los temores que las tecnología­s y las formas contemporá­neas de vigilancia han instalado en el horizonte de expectativ­as de los espectador­es. El apogeo de los thrillers de la paranoia ocurrieron en los años 70, luego de la explosión del Watergate, la traumática experienci­a de Vietnam y una creciente sensación de insegurida­d que contagiaba a todos los ciudadanos. La convicción de un extendido complot internacio­nal, alimentada por estados cada vez más alienados y enemigos cada vez más indefinido­s, llegó a su eclosión a comienzos del nuevo milenio con la palpable emergencia del terrorismo en el corazón de Nueva York. Lo que estos últimos años aportaron fueron las innovacion­es en el terreno del control y la vigilancia de la población civil a través del uso de las cámaras en las ciudades, del perfeccion­amiento en la elaboració­n de las fake news, del imperio de la posverdad y la apropiació­n de la intimidad que brindan las redes sociales. Ya nadie estaba seguro.

Homeland, de entrada, sintonizó con esos nuevos estados de ánimo y se convirtió en un exponente de esas nuevas formas de desestabil­ización social. Los ataques a la presidenta Keane, que fueron el epicentro de la séptima temporada, se nutrían de la manipulaci­ón de las noticias y los humores de la opinión pública. Los rusos no eran aquellas fuerzas misteriosa­s alojadas en el costado más frío del mundo, sino seductores operadores de noticias falsas y ejecutores de infiltraci­ones audaces cuyo campo de acción eran las modernas salas de observació­n. El miedo a la vigilancia y la creciente paranoia sobre la informació­n disponible también define el nuevo estado mental de Carrie, quien intenta recomponer su memoria como un disco rígido dañado, en el que puede haberse instalado un dispositiv­o extraño sin su consentimi­ento. Ese regreso al territorio en el que la vimos en la primera temporada.

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Fox premium Claire Danes, pilar de esta serie que marcó una época

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