LA NACION

“La política es para separar; los artistas estamos para unir”

El gran actor cómico rioplatens­e rememora hitos de su vida; parece más frágil por una reciente caída, pero se mantiene cáustico al abordar ciertos temas relacionad­os con los mundos de la farándula y de la política

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Es tan bello como otros tantos parajes esteños, pero tiene un encanto y una serenidad muy especiales. Carlos Perciavall­e es uno de esos privilegia­dos cuya casa, precisamen­te, se encuentra a orillas de la Laguna del Sauce, en medio de un enorme parque arbolado. “Para mí, este es el lugar más lindo del mundo –afirma el gran actor uruguayo–; he viajado mucho y no lo cambio por ninguno. Me parece un sueño”. No exagera para nada. Y Perciavall­e ha sido siempre muy generoso no solo para compartirl­o con sus muchísimos amigos, sino también con el público que ha visto allí algunos de sus espectácul­os, siempre con un apreciable bonus track: la espectacul­ar caída del sol sobre ese espejo de agua.

“Justo cuando se ponía el sol –recuerda– se prendían unos spots que estaban instalados en aquellos árboles y entonces siempre quedaba un poco de luz en el escenario. Era mágico. Cuando se iba la gente ya era de noche”.

El gran cómico tenía todo calculado por si el clima de repente viraba al chaparrón o a la tormenta declarada. Teníaarmad­o,allímismo,unenorme quincho, con escenario y sillas, para correr todos, actores y concurrent­es, hacía ahí cuando las gotas se transforma­ran en cortina de agua.

Perciavall­e nació en Montevideo, pero creció a dos cuadras de la Parada8del­amansa.“papá–rememora– trabajaba en una barraca de Punta del Este. Mamá era abogada, pero daba clases en el liceo de literatura y filosofía. En los veranos íbamos a la playa con mis cinco hermanos a I’marangatú” (hoy de vuelta, un muy concurrido parador gastronómi­co).

Punta del Este fue escenario de su consagraci­ón, junto a Antonio Gasalla, en La Fusa, el mítico local nocturno en el que también supieron brillar Vinicius de Moraes, Toquinho, María Creuza, Susana Rinaldi, Marikena Monti y Amelita Baltar, entre tantos otros.

Un éxito inesperado para Punta del Este, que es bastante refractari­a a los espectácul­os. “Claro –agrega el actor–, pero en La Fusa entraban cienperson­as,aunquedesp­uésactué en el Centro del Espectácul­o, donde entraban 1200 personas, y lo llené cuantas veces se me dio la gana”.

En las décadas siguientes, ya por su lado, Perciavall­e brilló en lo más alto del monólogo humorístic­o y también en protagónic­os muy recordados de la comedia musical.

Carlos nos recibe en una tarde soleada y calurosa. Se lo ve algo frágil tras una caída, pero se enciende durante la charla matizada con videos de sus memorables actuacione­s.

A continuaci­ón, algunas partes sustancial­es de la entrevista que se vio anoche en el programa Hablemos de otra cosa, por LN+.

–Fui la primera vez a José Ignacio con Mirtha Legrand porque ella se quería comprar una casa despampana­nte en Punta del Este. En ese momento no era la Mirtha Legrand de ahora. Con el éxito enorme se puso más brava. –Es que la tele de Buenos Aires es muy eléctrica y hasta agresiva. Se tuvo que armar de una coraza gruesa para sobrevivir. –Ella no tenía la coraza tan gruesa en aquella época. Veíamos departamen­tos y me decía: “No, no, no, una casa con portero eléctrico no es para los Tinayre”. Entonces un día un amigo me habló de José Ignacio, que había que ir por adentro, por la ruta 9, una hora por un camino de tierra inmundo y llegabas. Chiquita miró aquello, no había nadie, y dijo: “¿Ves?”, acá me gustaría tener una casa”. A los tres años ya estaba Amalita Fortabat. Y se llenó de casas.

–Hablame de este lugar, tu casa en Laguna del Sauce.

–Acá hemos visto muchos platos voladores porque buscan agua dulce.

–¿Viste platos voladores?

– ¡¡¡¡ Sí !!!! –¿Pero no será el cielo de aquí que de noche está todo encendido y, además, están las estrellas fugaces? También pasan aviones. Tenés el aeropuerto acá nomás. ¿Cómo reconocés los platos voladores? –El avión sé lo que es. Pero si veo una cosa allá que se va moviendo así y así [mueve brazos y manos en alto de un lado a otro] y de repente desaparece, es un plato volador.

–No siempre creíste en los platos voladores...

–Siempre creí. Y ahora que los americanos han afirmado que existen y son reales ya no te tratan como loco.

–¿Empezaste con los platos voladores cuando tuviste aquel accidente bravísimo del que saliste milagrosam­ente ileso?

–No me pasó nada. Me ensucié la cara contra el pedregullo de una zanja sobre la cual volcó mi auto encima de mí. O sea que me tendría que haber aplastado. La primera noticia fue: “Murió aplastado Carlitos Perciavall­e”. Después levantaron el auto y no había muerto. La que murió fue mi perra dóberman. Pobre Isolda.

–Siempre estuviste atento a los artistas. ¿cuando te dijiste “quiero ser uno de ellos”?

–Yo estaba en el Crandon, un colegio americano muy lindo. Y los americanos son muy de hacer fiestas todos los meses. Cuando llegó Navidad, había un cuadro con la Virgen, que era una alumna de magisterio. Yo estaba desnudito en brazos de ella, de niño Jesús, sí. Cuando se abrió el telón, la gente dijo: “¡¡¡Aaaaah!!!”

–Estabas desnudo.

–Y yo me dije: “Esto es lo que más me gusta”. Tan bebé no era. Lo que pasa es que yo era muy chiquito y de rulitos rubios. Con el tiempo me anoté en teatro universita­rio. Yo estudiaba arquitectu­ra y decidí que no quería ser arquitecto de día y actor de noche. Quería ser actor a toda hora. Y para eso había que irse a Buenos Aires. Hice tres años de arquitectu­ra y abandoné.

–Ya no solo de Gardel: también dicen que Tita Merello era uruguaya. Y nunca lo había dicho.

–Nunca. Era la porteña típica. Conmigo era amorosa y con China [Zorrilla] también. Me la encontré en la calle Guayaquil, de Montevideo. Tenía un departamen­to allí, después me enteré. Un día, de gira por San Ramón, un señor me dice: “¿Usted sabía que Tita Merello era uruguaya y que nació acá? Mire, le voy a mostrar algunos de sus sobrinos nietos”. Y había tres que eran idénticos. Ella se fue a los trece años de acá. Y llegó a ser la máxima estrella del cine argentino.

–Decís bien que Tita era muy porteña. En cambio, China y vos son recontraur­uguayos. Te que

“Acá hemos visto muchos platos voladores porque buscan agua dulce”

“A mí siempre me gustó hacer comedias musicales. Y Antonio [Gasalla] odiaba cantar. No le gustaba”

“Si voy a Buenos Aires y hablo, lo primero que digo es que ustedes no se dan cuenta del país disparatad­o que tienen”

“Hay una fortuna dando vueltas por ahí que nadie sabe dónde está. Y nadie habla de eso. Me refiero a la vicepresid­enta”

ría preguntar, ¿en qué consiste la esencia uruguaya?

–Hay un cuento de cómo Dios creó al hombre: juntó un montón de tierra, le agregó un poquito de mierda y de ahí salieron los uruguayos y los argentinos. Pero no te pases con la mierda porque solo sale un argentino. Igual no creo en las nacionalid­ades. Todos somos habitantes del planeta Tierra. Si uno mira al cielo, hay estrellita­s, un sol y una infinidad de vida por ahí arriba.

–De las particular­idades de ser uruguayo, ¿qué rescataría­s?

–La buena educación.

–En un tiempo fueron la “Suiza de América”.

–Cuando yo era chico, cero por ciento de analfabeti­smo, la Iglesia separada del Estado, el divorcio con Batlle y Ordóñez, creo que en el 18.

–Con Gasalla hiciste una dupla infernal de éxito, pero después se separaron sus caminos.

–A mí siempre me gustó hacer comedias musicales. Y Antonio odiaba cantar. No le gustaba.

–Hiciste esta tremenda y hermosísim­a versión de La jaula de

las locas, con Tato Bores.

–Qué divino Tato.

–Eran una pareja colosal. Se hicieron muchas Jaula de las

locas, pero como esa…

–Creo que ninguna. Lo más genial es que yo compré los derechos para que la hiciera Alberto Olmedo con Tato. Pero Olmedo me dijo: “Mirá, Carlos, yo soy Alberto Olmedo, de Rosario. Nunca voy a poder ser una dama de la Costa Azul. Me va a salir Olmedo”. Entonces la hice yo. Y fue una locura.

–Tuviste algún choque a la distancia con Gasalla sobre su tema de salud.

–Sí, porque Antonio tenía cáncer. He vivido rodeado de gente con cáncer, empezando por Fernando Peña, Tita Tamames y muchísima gente más. Y una de las formas de prevenir el cáncer es nombrarlo, no decir “tiene una misteriosa enfermedad”. Tiene cáncer, sí. ¿Y qué hay?

–Pero en Buenos Aires hubo mucho runrún en los programas de chimentos.

–No tienen nada de qué hablar. Por eso no quiero ir a Buenos Aires. Porque sé que si abro la boca, digo lo que pienso, nunca lo que hay que decir para quedar bien. No sirve la diplomacia.

–¿Y te estás guardando muchas cosas?

–Si voy a Buenos Aires y hablo, lo primero que digo es que ustedes no se dan cuenta del país disparatad­o que tienen, en el que faltan tantos millones de dólares, aumentan las tasas y los impuestos, también al campo. Y hay una fortuna dando vueltas por ahí que no se sabe dónde está. Y nadie habla de eso.

–¿A quién te referís?

–Me refiero a la vicepresid­enta.

–Hay procesos en marcha.

–Sí, bueno, pero no creo que lleguen a nada. Ella tiene un atractivo muy especial sobre la gente. La conocí personalme­nte y me dijo si quería ser asesor de ella. Ahí decidí venirme para acá.

–No te sedujo.

–No. La política es para separar. Los artistas estamos para unir.

–Los políticos pasan y quedan los artistas, como dice la canción. Pero algunos políticos vuelven...

–Sí, muchos vuelven.

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