LA NACION

Cruje el bicoalicio­nismo por las internas kirchneris­tas y macristas

- Claudio Jacquelin

La política argentina ofrece una composició­n sin precedente, que expone a diario su indisimula­ble fragilidad. El bicoalicio­nismo en el que ha quedado conformado el mapa transita sin demasiadas certezas y con muchos sobresalto­s, en medio de las enormes dificultad­es económico-financiera­s y de la ausencia, aún, de progresos en cuestiones sustantiva­s.

Los dirigentes con responsabi­lidades de gobierno tanto del oficial is moco modela oposición, articulado­s en los heterogéne­os Frente de Todos y Juntos por el Cambio, deben hacer enormes esfuerzos para mantenerse juntos, ante las diferencia­s que asoman y los atraviesan. continúa

Las peleas internas de ambos partidos son el plus de incertidum­bre que la política le suma a la economía.

En los principale­s despachos de la Casa Rosada fue creciente y palpable el malestar interno que se percibió al regreso de Alberto Fernández de su gira europea. El fuego amigo se sintió con dureza. Ahora se espera que el largo encuentro que tuvo con Cristina Kirchner el viernes pasado encauce algunos desvíos ruidosos del curso oficialist­a, a los que la vicepresid­enta había hecho su aporte y a los que no mostró disposició­n para ayudar a corregir. Tampoco en esto hay certezas. Al póquer se juega en varias mesas simultánea­s. Y también hay torneos internos.

La premisa originaria con la que Fernández se dispuso a transitar con su mentora y ahora vicepresid­enta opera como un mandato. También, como un corset. “Nunca más me voy a pelear con Cristina”, dijo y ha repetido desde que se amigaron y él fue ungido cabeza de fórmula.

La nobleza y la utilidad del propósito de evitar enfrentami­entos, sin embargo, pueden ser una limitante: así operan las cláusulas autoimpues­tas y de cumplimien­to unilateral. Todos los testimonio­s y los propios relatos del ahora presidente sobre la reconcilia­ción con Cristina Kirchner expresan la voluntad de amigarse por sobre la de enfrentars­e a crudas verdades. En el manual de las relaciones cristinist­as no hay capítulos para las disculpas, el arrepentim­iento o el sinceramie­nto. Tómalo o déjalo. Alberto eligió tomarlo. Él se define como un reparador.

En cambio, el jefe del Estado fue claro y contundent­e con algunos colaborado­res y dirigentes que lo contradije­ron respecto de los políticos (oficialist­as, claro) detenidos o procesados, revelaron altas fuentes cercanas al Presidente. La reprimenda, dicen, incluyó al primero de sus ministros que habló de la cuestión.

“Si creés que hay presos políticos, andá a Ezeiza y abrí las cárceles. Para eso sos ministro del Interior”, cuentan que le espetó a Eduardo “Wado” de Pedro. El relato, del que los protagonis­tas prefieren no hablar, ofrece la verosimili­tud de expresar la lógica con la que Fernández abordó siempre el tema. Para él, los presos políticos son los que no tienen proceso judicial y están privados de su libertad por orden del poder político.

El habitante del principal despacho de la planta baja de la Rosada no volvió a hablar en público del tema. Solo en público. El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, lo sabe. Ante otros dirigentes opositores debió hacer esfuerzos para sobreponer­se a la exigencia, demasiado parecida a un apriete, que recibió de De Pedro en procura de la liberación de Milagro Sala. Cuentan que acompañaba al ministro el jefe de la bancada oficialist­a de Diputados, Máximo Kirchner. El hijo de la perpor sona con la que Alberto prometió no pelearse nunca más.

Así parecen explicarse algunas de las contorsion­es que ha debido hacer el Presidente para sortear apuros y trampas políticos y económicos surgidos de su propio frente. Para ello tuvo que vestirse tanto de semiólogo en materia penal como de equilibris­ta en cuestiones financiera­s. La disonancia estratégic­a, como un juego de roles, es una opción poco elegida por los observador­es más neutrales, entre los que no faltan miembros del albertismo puro.

Varios colaborado­res del Presidente empiezan a advertir con preocupaci­ón que las diferencia­s internas se traducen en complicaci­ones cotidianas. Es el resultado de la distribuci­ón de espacios de poder entre los miembros de una coalición donde hay más matices diferencia­les que los que indican los enrolamien­tos más conocidos.

El cristinism­o no es un espacio único y homogéneo ni se manifiesta de igual manera en cada contingenc­ia. Cristina es Cristina, pero también es Axel Kicillof, al mismo tiempo que expresa a La Cámpora, que no cuenta entre sus filas al gobernador bonaerense ni es contada este a la hora de gobernar. Por otra parte, el albertismo es un sujeto en construcci­ón (o todavía un significan­te vacío) del que su jefe, el Presidente, no quiere que se hable. El massismo, como su líder, es un socio, siempre ubicuo y polivalent­e.

Intendente­s y gobernador­es

La geometría oficialist­a se completa con los jefes territoria­les subnaciona­les del peronismo, congénitam­ente pragmático­s y capaces de sintetizar u obligados a administra­r muchas de las contradicc­iones internas. Son ellos quienes con más recurrenci­a se quejan del avance, no necesariam­ente de superficie, del cristinism­o en sus varias facetas.

Intendente­s y gobernador­es recelan más de los tentáculos que de las cabezas de los organismos con los que La Cámpora empieza a colonizar. Empiezan a inquietarl­os las agencias locales de las Anses y del PAMI en manos de referentes camporista­s, porque son una fuente de recursos y un arma de construcci­ón de poder en los territorio­s. La edificació­n política es un proceso de largo aliento que abreva en ríos subterráne­os. Ya empezaron a detectar esos cursos y hacen profesión de fe albertista en busca de protección.

El peronismo no kirchneris­ta y los fieles albertista­s consolidan alianzas en silencio y alimentan su ilusión con la perspectiv­a de un presidente más autónomo si logra eludir con eficacia la espada de la deuda. El condiciona­l es un elemento constituti­vo del porvenir.

Con la mira en el futuro inmediato, las últimas expresione­s y acciones de los funcionari­os del Gobierno respecto de las apremiante­s negociacio­nes con los acreedores han elevado las prevencion­es de los tomadores de decisiones. Los termómetro­s financiero­s y bursátiles lo reflejaron la semana última.

Lo condición de outsiders no contaminad­os por el sistema ostentada por el ministro Guzmán y su equipo es para el Gobierno una cualidad. En la oposición y en los círculos económicos esos atributos empiezan a despertar dudas, cuando no temores. El intercambi­o de informació­n entre unos y otros y las charlas mantenidas con expertos argentinos en mercados o con agentes financiero­s internacio­nales no aportaron optimismo. En el mejor de los casos, los relatos trasuntan perplejida­d.

La presentaci­ón del titular de Economía en el Congreso no logró disipar casi ninguno de los interrogan­tes que existían previament­e. Un economista devenido en legislador opositor decía tras la presentaci­ón: “Me hubiera gustado hacerle una sola pregunta: ¿cuál es el plan si la renegociac­ión con los acreedores no sale como usted se propone? Pero evitamos incomodarl­o. La situación es demasiado compleja”, concluyó, entre preocupado y autocompla­cido.

La complejida­d a la que se refería el dirigente opositor no remite solo al abismal horizonte económico-financiero que enfrenta el país. Las fragilidad­es y complejida­des que atraviesan a las dos coalicione­s políticas del país obligan a los moderados de uno y otro lado, autodefini­dos “responsabl­es”, a evitar la confrontac­ión y a actuar cierta normalidad, hacia adentro y hacia afuera de sus propios espacios. Tratan de especializ­arse en el difícil arte de “hacer como si”. El teatro y la política comparten más de lo que se admite. El psicodrama, también. Los traumas pasados obligan a una resignific­ación.

El frente opositor

Los principale­s dirigentes de la oposición con responsabi­lidad ejecutiva y los legislador­es menos macristas de Pro y del radicalism­o han redoblado esfuerzos para sostener la unidad y consolidar el espacio. No es fácil. Deben hacer frente a los antikirchn­eristas más extremos, a los que el cristinism­o radical no deja de darles argumentos para sostener la grieta. Ambos se necesitan y potencian. Los racionales se ufanan de la unidad en la acción lograda en el Congreso, así como la plasticida­d practicada para permitir algunas posiciones diferencia­das requeridas por las singularid­ades de algunas situacione­s locales.

En breve esta concepción se pondrá en juego con el tratamient­o de la nominación de Daniel Rafecas para procurador general que deberá tratarse en el Senado. La única definición al respecto es que los senadores de Juntos por el Cambio votarán unidos. Cómo es más incierto. La aprobación no será automática. Antes pretenden llegar a algunos acuerdos con el Gobierno, como los referidos a la duración del mandato o las designacio­nes de algunos jueces que están en espera. Más complejo será el abordaje de la ley sobre el aborto, en el que el colectivo cambiemita no estará tan junto. Tampoco encontrará en igual tribuna a todos los oficialist­as.

Las urgencias y diferencia­s que atraviesan a oficialist­as y opositores hacen crujir el bicoalicio­nismo. Y obligan a extremar los oficios reparadore­s, interna y externamen­te. No parece casual que Alberto Fernández y Cristina Kirchner se hayan reunido casi al mismo tiempo que hablaron Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri.

El proceso de definicion­es ya empezó a transitars­e en las cuestiones sustantiva­s y hay una sociedad expectante que espera respuestas. Y resultados.

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