El centro de la urbanidad moderna está siendo amenazado
Le debemos a la Revolución Industrial: la sociología, el sanitarismo y el urbanismo. Los impactos sociales derivados de los cambios tecnológicos nos obligaron a conocer más y mejor sobre nuestra convivencia entre diferentes, nuestra salud y cómo gestionar las aglomeraciones cada vez más expandidas, complejas y convulsas.
El modo de vida urbano y las ciudades tal cual las conocemos tienen una relación estrecha con esas y esos saberes. La ciudad metropolitana, ese artificio que aún nos deslumbra, solo es posible porque conjuga una enorme cantidad de conocimiento que la hace viable.
El éxito metropolitano no solo puede medirse en el atractivo cultural que el “modo de vida urbano” tiene, sino en datos claros que marcan una mejora sostenida en casi todos los indicadores de calidad de vida, sobre todo los sanitarios, en los que se verifica un permanente reemplazo de agendas; dejamos atrás muchas amenazas y otras han crecido.
Hemos naturalizado el vivir intensamente juntos, mezclados e interactuando, apelando al espacio público como lugar de realización cívica, como espacio de comercio, de transacción, de arte, de circulación etc. Ese ha sido el verdadero triunfo de las ciudades. Las ciudades son el lugar de la diversidad, de la emancipación, del anonimato liberador, de la opinión plural, de la liberación de los mandatos represivos. Tener derechos es ser ciudadanos.
Sin embargo, los datos de las últimas dos décadas muestran que en las grandes capitales de Occidente cada vez “consumimos” menos espacio público y hacemos más cosas desde nuestro hogar. Empujados por los temores, habilitados por las posibilidades tecnológicas o reinventan agendas do nuevas formas de sociabilidad, lo cierto es que el centro conceptual de la urbanidad moderna (la convivencia de diferentes) está siendo amenazada. La segregación urbana es un drama a escala planetaria, que en América Latina, además, se apoya en prejuicios y en una economía dual que fractura nuestras ciudades.
Visto en perspectiva, una de las condiciones que posibilitó la emergencia de las metrópolis fue el control efectivo de las enfermedades infectocontagiosas. La ciudad le debe tanto al sanitarismo como al urbanismo. Sin esa condición, es probable que aún viviésemos en aldeas monoculturales.
Confío que en unos meses el Covid-19 será un recuerdo amargo, pero su estela de aprendizajes, precauciones y estigmas convivirá con nosotros por mucho tiempo.
Lo que fueron las alcantarillas, el agua potable y los bulevares del siglo XIX tienen un correlato en el presente. La ciudad de la economía del conocimiento necesita ser concebida y construida sobre la base de los desafío s de hoy. Nuestros retos son siempre sis té micos. no será con prejuicios, reacciones regresionistas o xenofobia como vamos a ir hacia el futuro.