LA NACION

Ariel Cecotti. El largo recorrido de un colectiver­o que ahora debe tomar muchas más precaucion­es

Trabaja en la línea 338, vive cerca del cruce de Lomas, sale de La Matanza y llega hasta La Plata; las medidas de protección en un medio propicio para el contagio

- Rosario Marina

Ariel Cecotti tiene 31 años y es colectiver­o de la línea 338 o TALP. Hace cinco años que se toma un ómnibus desde su casa, cerca del cruce de Lomas de Zamora, hasta la rotonda de Tablada, en La Matanza, y desde ahí arranca el primer recorrido hasta La Plata. Le toma dos horas y media solo esa ruta hasta la capital bonaerense. En general suele trabajar unas diez u once horas, pero ahora, por el coronaviru­s, la empresa recortó algunos horarios y la jornada se le reduce a siete horas.

En su casa quedan su esposa y su hija. Siempre va en colectivo de línea hasta su trabajo, pero ahora agarra el auto por precaución. “Como tengo una nena de 11 años tengo que cuidarme un poco más”, dice, sentado arriba del colectivo, esperando saber si tiene que salir para Morón o para San Isidro. Se enteró por las noticias de que, por más que el presidente Alberto Fernández hubiera dictado la cuarentena preventiva y obligatori­a a partir de la medianoche del jueves, habría excepcione­s. Y él sería parte de ellas. Entonces, les mandó mensajes a los delegados de la línea para saber cómo iban a hacer cada día para cuidarse y mantener el servicio para la población.

Los primeros asientos los tiene “clausurado­s” con cinta adhesiva.

“Son medidas que se van tomando al pucho, a medida que vamos laburando vamos viendo cómo podemos solucionar el tema. Igual, no hay nadie. Dice la empresa que tenemos que completar los asientos, que nadie puede ir parado. Pero en ningún momento completás los asientos”, cuenta Ariel, sorprendid­o desde su experienci­a por el acatamient­o de la medida por parte de los platenses.

Otra realidad

Desde el sábado pasado, que volvió de su franco, no tuvo necesidad de decirle a ningún pasajero que no se podía subir porque estaban los asientos ocupados. En Lomas de Zamora no vio lo mismo. La mañana del domingo que salió en el auto hasta la central de TALP vio mucha gente haciendo compras en el cruce. Eso lo indignó.

Mientras habla, sale otro de los colectivos desde la central de La Plata. El conductor está separado de cualquier persona que vaya a subir por una especie de cortina de baño transparen­te de nylon. Hay otros que pusieron hasta una sábana y hacen subir a los pasajeros por la puerta trasera. Dicen que la empresa no toma medidas suficiente­s, y que eso es lo que se les ocurrió para sentirse protegidos.

En una habitación arriba de la entrada de la central se escucha a varios choferes que hablan y se ríen. Están esperando sus horarios de salida. Ariel piensa que si uno de ellos se agarra el virus, el resto se contagiarí­a de inmediato.

Como medidas de precaución, todos llevan al lado de su asiento de conductor agua con lavandina y alcohol en gel. Cada tanto rocían los asientos, el piso y los pasamanos con la solución de lavandina. Ariel sabe cómo cuidarse. Desde que era chico su mamá lo perseguía con la importanci­a de usar alcohol en gel. Ella es enfermera jubilada. Su papá, cuenta, fue el que le heredó el oficio: era colectiver­o de la línea 143. Cada recomendac­ión la aplica en estos tiempos difíciles.

En el último recorrido desde Lomas de Zamora hasta La Plata subió apenas cinco pasajeros: tres enfermeros y dos policías, testigos de la misma realidad. “La gente hizo lo que correspond­e. Venimos bien”, dice, positivo, y se baja para preguntar adónde le toca seguir.

Ariel Cecotti colectiver­o

“Nadie puede ir parado. Pero en ningún momento completás los asientos. La gente hizo lo que correspond­e”

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