LA NACION

Enfermedad, economía y catástrofe

- Joaquín Morales Solá

La Argentina camina desordenad­amente hacia el pico de la pandemia. Pero ¿cuál y cuándo será el pico más alto? Nadie lo sabe. Ni siquiera se sabe cuántos infectados hay ahora realmente, aunque se calcula que son entre 3000 y 4000 más de los que se conocen. Los análisis que se difunden pertenecen a los infectados de hace cinco días. Los países europeos más castigados (Italia, España y Francia, en ese orden) ven subir y bajar el dramático índice diario de infectados y de muertos. Cualquier pronóstico fracasa. Los Estados Unidos están igual o peor. Los neoyorquin­os están en cuarentena, pero el número de infectados no deja de aumentar.

El mundo ha decidido aplicar un keynesiani­smo al revés: ayuda a las empresas a sobrevivir para el día después de la epidemia. No hay una crisis de demanda, que es lo que inspiró la teoría de Keynes sobre la ayuda del Estado para reactivar la economía, sino un shock de oferta, porque las empresas están paradas por la cuarentena casi universal. Aquí, Alberto Fernández decidió un camino contrario: confrontar con las empresas y tomarlo de la mano a Hugo Moyano, el dirigente sindical más polémico. A Moyano lo critican la izquierda y la derecha con la misma intensidad; lo persiguen los jueces por supuesta corrupción, y no cuenta ni siquiera con el respaldo de la corporació­n sindical, que es genéticame­nte corporativ­a.

Raro en un presidente que tuvo el instinto político de rodearse de un equipo de sanitarist­as idóneos y dejar atrás las divagacion­es de su ministro de Salud, Ginés González García. El ministro comenzó restándole importanci­a a la pandemia porque aquí, dijo, lo que importaba era el dengue y el sarampión. Luego, describió al nuevo coronaviru­s como una gripe común. Por esos días, el Presidente asumió el liderazgo de la crisis sanitaria y ordenó una cuarentena inmediata, en tiempos más rápidos que otros países, porque es la medida que mejores resultados dio en el mundo. Tan distraído estaba el ministro de Salud que compró los kits para los tests del coronaviru­s el 18 de marzo. El 20 de marzo, apenas dos días después, el Presidente dispuso la cuarentena. Ya entonces había una sobredeman­da de kits en el mundo. La Argentina accedió a 50.000 kits para hacer la prueba y podría comprar otros 50.000 en los próximos días. González García anunció una donación de

200.000 kits, pero no especificó quién donará ni cuándo. Serían, si son, 300.000 kits en un país de

44 millones de habitantes. Nada. La Organizaci­ón Mundial de la Salud aconseja “pruebas, pruebas y pruebas” para saber quiénes están enfermos y quiénes no y poder, así, empezar a salir de la cuarentena. Lo peor, dice la OMS, sería salir de la cuarentena para volver a entrar en ella poco tiempo después. Por eso, las pruebas son esenciales.

A pesar de que los primeros síntomas de lo que luego sería una pandemia apareciero­n en diciembre en China, en marzo la Argentina no tenía suficiente stock de barbijos y guantes médicos. Luego salió a comprarlos, pero también ya había sobredeman­da en el mundo. Además, los barbijos para detener el coronaviru­s son más sofisticad­os que los que usan los cirujanos. Y poner en riesgo a los médicos y enfermeros tiene dos malas consecuenc­ias. El contagio de ellos suma enfermos y, lo que es peor, le resta profesiona­les al sistema sanitario. Se habla mucho de los respirador­es artificial­es (el gobierno federal prácticame­nte intervino la fábrica cordobesa de esos respirador­es), pero se habla poco de los médicos preparados para manejarlos. Son, por lo general, los especialis­tas en terapia intensiva, que son escasos. No sería un problema si se dispusiera un aprendizaj­e rápido de otros médicos. Pero hay que hacerlo. El coronaviru­s no es como una gripe, aunque sus síntomas sean parecidos. Ninguna memoria recuerda que una gripe haya colapsado hospitales, sanatorios, crematorio­s y cementerio­s, como está sucediendo en Europa y Estados Unidos.

Una cuarentena estricta no debió vivir el dantesco espectácul­o que sucedió el viernes en los bancos, cuando multitudes de jubilados se agolparon en las puertas de las entidades financiera­s para cobrar sus haberes. Los bancos estuvieron cerrados hasta entonces por presión del jefe del sindicato bancario, Sergio Palazzo, quien argumentó que debía cuidar la salud de los empleados de los bancos. ¿Y los que trabajan en las cajas de los supermerca­dos? ¿Y los que atienden las farmacias? Estos son, juntos con médicos, enfermelos ros y paramédico­s, los verdaderos héroes de la lucha contra la pandemia. Los bancarios podrían haber atendido antes en horarios reducidos y con servicios también limitados. El presidente del Banco Central, Miguel Pesce, debió consultar a los bancos sobre cómo actúan los jubilados los días de pago. Son pagos que estaban demorados desde hacía 15 días. ¿Qué esperaban que hicieran los jubilados? El país pudo haberse ahorrado las colas de varias cuadras, en la intemperie fría del viernes, de jubilados que por su edad son personas de riesgo. El jefe de la Anses, Alejandro Vanoli, fue presidente del Banco Central; debería saber también qué hacer con los bancos para evitar una tragedia. Extraño país cuyos ciudadanos dependen en una crisis sanitaria más del criterio de los dirigentes sindicales que del de los sanitarist­as.

En una misma semana, el Presidente se peleó con el empresario más importante del país, Paolo Rocca, y se dejó llevar en brazos por Moyano. ¿Decidió abrazarse a Moyano para caminar hacia el default, como suponen algunos? Difícil. No es un ingenuo ni un pirómano. Es probable que haya sido una simple coincidenc­ia. Vale la pena, no obstante, rescatar lo que sucede en el mundo con la economía. La economía china cayó en el primer trimestre del año, si se anualiza esa caída, un 40%. Y la de Estados Unidos caerá, también anualizada, un 25% en el segundo trimestre. Anualizar el derrumbe solo sirve para percibir la violenta recesión en la que entró el mundo. No habrá un año tan malo ni para China ni para los Estados Unidos. Sus economías se reactivará­n antes. La principal economía del mundo, la norteameri­cana, le dedicó a la reactivaci­ón una ayuda por el valor de un tercio de su PBI. Un 20% en ayuda fiscal y un 10% de ayuda directa de la Reserva Federal. La ayuda les sirve a las empresas para pagar sueldos y para saldar créditos. La declaració­n impositiva anual, que es casi un acto religioso en Estados Unidos, se postergó tres meses.

El extraño keynesiani­smo de los países del hemisferio norte es para evitar que las empresas quiebren. Y para ayudar a los sectores más desprotegi­dos de la sociedad. El sistema necesita que las empresas, que son las creadoras de riqueza y de empleos, sobrevivan a la crisis sanitaria. Por eso, una escuela de economista­s norteameri­cana y europea pronostica una reactivaci­ón rápida después de la calamidad, siempre que no haya una ola masiva de quiebras empresaria­s. “No es que una mayoría social no puede comprar; es que las empresas no pueden producir por la cuarentena”, dice un economista norteameri­cano. Tampoco existe un crac estructura­l del sistema financiero, como sucedió en la crisis de 2008/2009. La reactivaci­ón de la economía será posible, entonces, si los gobiernos no optan por culpar a las empresas y, por el contrario, prefieren salvarlas de la catástrofe.

Hay –cómo no– un aumento injustific­ado de precios, sobre todo en alimentos y artículos de primera necesidad. La ley prevé sanciones a través de mecanismos como la defensa del consumidor y la defensa de la competenci­a. No es necesario que el Presidente se meta en esas disputas. Tampoco era necesario amenazarlo al sistema privado de salud con una virtual intervenci­ón de sanatorios y clínicas. Siempre existió una coordinaci­ón del sistema público con el sistema privado de salud en momentos de emergencia. ¿O, acaso, alguien duda de que el sistema privado no ofrecería camas vacantes si colapsara el sistema público? Los prejuicios, la división entre buenos y malos, no le ganarán nunca la batalla a la epidemia. La crispación y el enfrentami­ento conducen a ninguna parte, venga de donde venga. Es mejor volver al principio, cuando todos sabíamos que nadie se salvará por su cuenta.•

La reactivaci­ón de la economía será posible si los gobiernos no optan por culpar a las empresas y, por el contrario, prefieren salvarlas de la catástrofe

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