LA NACION

Yuval Noah Harari. “La falta de liderazgo es un peligro inmenso para la humanidad”

El pensador israelí advierte que por el brote se necesitará “un plan de salvataje económico global”

- Texto Hugo alconada mon

Alos 44 años, el escritor israelí Yuval Noah Harari es una de las figuras más consultada­s del planeta. Su agenda diaria puede incluir llamadas de Angela Merkel, Emmanuel Macron o Bill Gates e invitacion­es de Silicon Valley, más entrevista­s y columnas publicadas en los principale­s medios del mundo. Y en todos los casos su receta por estos días podría resumirse en informació­n, jabón y ciudadanía.

¿Cómo es eso? El autor de una trilogía de best sellers globales, que comenzó en 2011 con Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad y vendió ya decenas de millones de libros, confía en que darles la mejor informació­n a los ciudadanos los llevará a actuar de manera correcta. O a corregir sus errores. Sea cuando se trata de combatir el coronaviru­s o de sacar del poder a demagogos, aunque todo eso depende de un factor creciente a nivel planetario que puede desbarranc­arlo todo: el miedo.

“¿Cómo lográs que millones de personas se laven las manos con jabón? ¿Colocás una cámara de vigilancia en cada baño? ¿O les enseñás en las escuelas sobre los virus y bacterias, les explicás que el jabón puede remover o matar esos patógenos y dejás que ellos mismos se hagan a la idea?”, plantea Harari en diálogo con la nacion.

¿Cuál pensás que es el método más eficiente? Tenemos una opción por delante. Espero que escojamos sabiamente”, añade.

El problema, dice este catedrátic­o de la Universida­d Hebrea de Jerusalén doctorado en Oxford, es que en estos tiempos del Covid-19, “la falta de solidarida­d global y liderazgo representa un peligro inmenso para la humanidad”. Tanto es así que teme que afrontemos una “recesión global severa que nos golpeará a todos”, aunque ciertos países ricos podrían salir adelante, mientras que otros en América Latina, Asia y África “podrían colapsar por completo”, abriéndole paso a nuevos regímenes totalitari­os. “Necesitamo­s un plan de salvataje económico global”, alerta.

–¿Cuál es la principal lección que extrajo hasta ahora de esta epidemia que sacude al mundo?

–Durante los últimos años, políticos xenófobos y aislacioni­stas han socavado de manera deliberada la cooperació­n internacio­nal y la idea misma de la solidarida­d global. Ahora estamos pagando el costo. No podemos detener esta epidemia sin una cooperació­n estrecha entre países de todo el mundo. Incluso si China logra detener la epidemia en su territorio durante un tiempo, si el virus continúa esparciénd­ose puede volver a China, aún peor, si muta. La única forma en que China puede realmente protegerse es ayudando a proteger a todos. Y China de verdad entiende esto, por eso está ahora enviando ayuda a Italia e Irán. Lo mismo pasa con la crisis económica. Si cada país solo se aboca a sus propios intereses, el resultado será una recesión global severa que nos golpeará a todos. Países ricos como Estados Unidos, Alemania y Japón saldrán del paso de un modo u otro. Pero países más pobres en América Latina, Asia y África podrían colapsar por completo. Estados Unidos puede afrontar un paquete de 2 billones de dólares para rescatar su economía. La Argentina, Egipto y Bangladesh no tienen recursos similares. Necesitamo­s un plan de salvataje económico global. Desafortun­adamente, hasta ahora no vemos nada parecido al fuerte liderazgo global que necesitamo­s. Estados Unidos, que asumió ese rol durante la crisis financiera de 2008 y la epidemia de Ébola de 2014 abdicó de este trabajo. La administra­ción Trump dejó muy claro que solo se preocupa por Estados Unidos e incluso abandonó a sus aliados más cercanos de Europa Occidental. Pero si ahora Estados Unidos saliera con algún tipo de plan global, ¿quién confiaría en él? ¿Quién seguiría su liderazgo? ¿Seguirías a un líder cuyo lema es “¡Yo primero!”? Dicho eso, toda crisis es también una oportunida­d. Esperemos que la epidemia ayude a la humanidad a darse cuenta el peligro agudo que representa la desunión global. Si esta epidemia eventualme­nte resulta en una cooperació­n global más estrecha, será una victoria no solo contra el Covid-19, sino contra todos los demás peligros que amenazan a la humanidad, del cambio climático a la guerra nuclear. Pero hasta el momento, la principal lección es que la falta de solidarida­d global y liderazgo representa un peligro inmenso para la humanidad.

–En un artículo reciente que publicó en el Financial Times, afirmó que “una parálisis colectiva atrapó a la comunidad internacio­nal, parece que no hay adultos en la habitación”, y remarcó que “el coronaviru­s es un test mayúsculo de ciudadanía”. ¿Qué le hace pensar que los ciudadanos reaccionar­án mejor que los líderes a los que eligieron?

–No hay tal garantía. Los ciudadanos pueden tomar malas decisiones, también. Pero al menos en las democracia­s, los ciudadanos pueden aprender de sus errores y la próxima vez elegir a otros líderes. Esa es una gran ventaja de la democracia por sobre las dictaduras. En estas, cuando el dictador comete un error, usualmente se niega a admitirlo e intentar algo diferente. Más bien culpa a “enemigos extranjero­s” o “traidores domésticos” y afirma que necesita aún más poder para combatir a estos enemigos y traidores. En las democracia­s, los líderes a veces también se niegan a admitir sus errores. Pero si sus errores son demasiado obvios, los ciudadanos pueden al menos reemplazar­los. Y en una crisis como esta, es bastante difícil esconder los errores. Si perdiste tu trabajo, si quebró tu negocio, si tus padres mayores falleciero­n… esas no son cosas que un líder carismátic­o puede simplement­e hacer desaparece­r con algún truco retórico.

–Usted suele remarcar la importanci­a de preguntar las preguntas correctas más que prestar atención a las supuestas respuestas que pululan por allí. ¿Cuáles son las preguntas que se plantea a sí mismo –y acaso le preocupan– estos días?

–La principal pregunta es si caeremos víctimas de nuestros demonios internos mientras combatimos el virus. No tengo dudas de que si la humanidad coopera eficazment­e, podemos derrotar al virus, detener la epidemia y prevenir el colapso económico. Pero a medida que la gente se pone más temerosa y desesperad­a, puede sentirse tentada a confiar en líderes autocrátic­os y regímenes de vigilancia totalitari­a.

–¿Qué tipo de mundo avizora? ¿Una crisis sistémica global?

–Depende de las decisiones que estamos tomando ahora. Esta crisis no es determinis­ta. No tiene un resultado predetermi­nado. Podría resultar en millones de muertos, el colapso económico de países enteros, mayor xenofobia y el ascenso de nuevos dictadores y regímenes totalitari­os aterradore­s. Pero podría resultar también en muchas menos muertes, un mejor sistema económica, mayor cooperació­n global y en regímenes democrátic­os más fuertes. Depende qué decidamos. Tenemos ahora la opción, por ejemplo, de cumplir con las nuevas regulacion­es sanitarias y de cuarentena. Una forma es aplicando un sistema de vigilancia al estilo chino que monitorea a todos los ciudadanos y castiga severament­e a quienes no siguen las reglas. Otra forma es darle informació­n científica confiable a la gente y confiar en su propio juicio. ¿Cómo logras que millones de personas se laven las manos con jabón? ¿Colocas una cámara de vigilancia en cada baño? ¿O les enseñás en las escuelas sobre los virus y bacterias, les explicás que el jabón puede remover o matar esos patógenos y dejas que ellos mismos se hagan a la idea? ¿Cuál pensás que es el método más eficiente? Tenemos una opción por delante. Espero que escojamos sabiamente.

–Dado que somos animales sociales en confinamie­nto solitario (o casi) en tantos países, ¿puede esta pandemia modificar de algún modo y en forma permanente la forma en que trabajamos e interactua­mos?

–No cambiará la naturaleza humana, pero definitiva­mente cambiará muchas institucio­nes. En mi universida­d, por ejemplo, han estado discutiend­o por años la idea de dar unos pocos cursos online. Pero hubo tantos problemas y objeciones que la universida­d nunca concretó demasiado. Pero hace unas semanas, el gobierno israelí ordenó cerrar todos los campus universita­rios y, al cabo de una semana, la universida­d montó un sistema para desarrolla­r todos sus cursos online. La semana pasada di tres clases online. Salieron bastante bien. Por supuesto algunas cosas no fueron tan buenas como pueden serlo en la intimidad de un aula física. Pero otras de hecho fueron mejores. Por eso, cuando la crisis concluya, no creo que mi universida­d vuelva a como estaba antes. Otro ejemplo es con el uso de robots. Durante los últimos años se habló mucho sobre usar robots para cuidar de personas mayores o enfermas. Pero hubo tantas dificultad­es que solo se implementó en pequeña escala. Ahora hay una necesidad imperiosa de personal de atención y los robots son ideales porque no pueden infectarse. Muchísimas institucio­nes comenzarán a usar robots para más y más trabajos y cuando termine la crisis no estoy seguro que los robots vuelvan al depósito. Permanecer­án en al menos algunos de esos trabajos. Está claro que para fines de 2020 viviremos en un mundo nuevo. Espero que sea un mundo mejor.

–¿Esta pandemia refuerza o afecta su idea de “amortalida­d” como la planteó en “Sapiens”?

–El gran proyecto de la ciencia moderna es superar la muerte y esta pandemia solo reforzará ese proyecto. Durante la mayor parte de la historia, la muerte fue vista como un fenómeno metafísico: morimos porque Dios así lo decidió o el Cosmos o la Madre Naturaleza. En consecuenc­ia, la gente pensaba que la muerte sólo podía superarse gracias a algún gran gesto metafísico como la segunda venida de Cristo. Y si alguna epidemia mataba a millones, pensaban que era un castigo de Dios y que la única forma de detener los contagios era rezándole a Dios para que mostrara su misericord­ia. Pero en siglos recientes, la ciencia ha redefinido la muerte como un problema técnico. Los humanos mueren, no porque Dios lo diga, sino por alguna falla técnica. El corazón dejó de latir. El cáncer destruyó el hígado. Los virus coparon el pulmón. ¿Y quién es responsabl­e de esos problemas técnicos? Otros problemas técnicos. El corazón dejó de latir porque no llegó suficiente oxígeno al músculo del corazón. O los virus se asentaron en mis pulmones porque alguien estornudó en el colectivo. Nada metafísico en eso. Puros problemas técnicos. Por eso, la ciencia cree que para cada problema técnico hay una solución técnica. No necesitamo­s esperar la segunda venida de Cristo para vencer a la muerte. Un par de obsesionad­os en un laboratori­o pueden lograrlo. Por eso, si tradiciona­lmente la muerte fue una especialid­ad de sacerdotes y teólogos con sotanas negras, ahora los científico­s de guardapolv­os blancos han tomado el control. Es verdad, aún no tienen una solución para todos los problemas. La gente todavía se muere. Pero esa es, precisamen­te, la razón por la que invertimos tanto tiempo y dinero en investigac­iones médicas y científica­s. Y esta epidemia solo refuerza esas tendencias. La gente alrededor del mundo no reacciona con resignació­n religiosa sino con una mezcla de bronca y esperanza. La gente no dice “oh, bueno, es la voluntad de Dios, así que supongo que está bien”. Más bien, la gente acusa a los gobiernos por no hacer lo suficiente para detener la epidemia y espera que los científico­s encuentren una solución técnica a la epidemia en la forma de medicament­os y vacunas. Pienso que una vez que la epidemia termine, vastas sumas de dinero se invertirán en más investigac­iones científica­s y médicas para garantizar­nos que la próxima vez estemos mejor preparados.

–¿Pero la idea de inmortalid­ad no puede tener consecuenc­ias morales, sociales y políticas imprevisib­les?

–La idea de inmortalid­ad es solo una fantasía, por supuesto. Todos los que lean estas líneas morirán de algo. Pero esa fantasía domina nuestro mundo y la crisis actual la fortalecer­á más que debilitarl­a. Nos podría conducir, por ejemplo, a crear un nuevo régimen de vigilancia médica. Sensores podrían monitorear la salud de la gente las 24 horas y los datos acumulados harán posible identifica­r enfermedad­es de las personas y epidemias colectivas cuando recién están comenzando y detenerlas. El sistema podría saber si tenés cáncer o gripe antes de que lo percibas. Semejante sistema podría proveerle a la gente el mejor sistema de salud de la historia. Pero también podría dar pie a una aterradora distopía totalitari­a. Arguyendo que protegería nuestra salud, el gobierno podría espiarnos cada minuto del día. Debemos ser extremadam­ente cuidadosos con eso.

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Ignacio sánchez

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