LA NACION

Los endiablado­s días de Alberto Fernández

- Pablo Sirvén.

El “momento mesiánico” es una fatal trampa que el destino suele tenderles a los presidente­s en aquellos cortos instantes en que suponen tener todo controlado. Siempre los espera agazapado un cisne negro artero. Nunca falla: se los lleva por delante para bajarles la sobredosis de soberbia y devolverlo­s a tierra de un hondazo.

El dictador Galtieri pronunció aquello de “si quieren venir que vengan; les presentare­mos batalla”, ante una Plaza de Mayo colmada y hubo telón rápido tras la rendición de las tropas argentinas en las islas Malvinas. La pretensión de Raúl Alfonsín de trasladar la capital y la creación del tercer movimiento histórico precedió a las asonadas carapintad­as y la hiperinfla­ción, que terminó devorándol­o. El sueño menemista de ser “Primer Mundo” y las “relaciones carnales”, que padecimos y disfrutaro­n otros. Y así: De la Rúa garantizan­do la “intangibil­idad de los depósitos” y los ahorros de la gente, arrasados; Duhalde prometiend­o que quien depositaba dólares recibiría dólares y la pesificaci­ón asimétrica pasándoles por encima a todos. Los Kirchner con su “década ganada” de las más altas commoditie­s de la historia, que nos legó un 30% de pobres, y el “mejor equipo de los últimos cincuenta años” (Macri), que nos dejó como nos dejó.

Tal vez todo sea producto del “país tremendist­a”, como calificó ayer a la Argentina el Presidente, en el programa de Marcelo Bonelli, por Radio Mitre.

La levantada en la imagen del Presidente, por su primer momento de manejo sobrio y ejecutivo del plan local para combatir la pandemia del coronaviru­s, buscando consensos en gestos y discursos, acaba de atravesar su peor semana, con una sucesión de errores graves que se podrían haber evitado. No fue gratis: sondeos rápidos de las últimas horas registran una caída del notable apoyo que Alberto Fernández venía concitando cuando procuró transforma­rse en el estadista para todos los argentinos, sin distinción de banderías, que requiere este tiempo tan difícil que nos toca atravesar.

El peor día, sin duda, fue el viernes con la eclosión de jubilados –el grupo de mayor riesgo– frente a las entidades bancarias para cobrar sus diezmados ingresos (solo la mínima recibió una mejora real; las demás fueron serruchada­s).

El perverso cisne negro, que se deleitó derrumband­o la consigna idílica de cada uno de los presidente­s de los últimos 38 años, desplegó ahora sus temibles alas para picotear los eslóganes albertista­s del “gobierno de científico­s” y “somos modelo en el mundo” porque no pudo prever algo tan evidente, incluso para legos. Imágenes que se replicaron en otras partesdelp­laneta,perocomomo­delode,precisamen­te, lo que no hay que hacer.

Estamos más predispues­tos los seres humanos a perdonar los errores, incluso los garrafales, si quien los comete los reconoce y procede con humildad y con oído atento y sensible a las problemáti­cas de cada sector. En ese sentido, la semana que pasó no fue la más feliz del Presidente. Mientras ya algunas voces empezaban a alertar del peligro de “malvinizar” la noble causa de achatar la curva local de infectados, Alberto Fernández le dijo al cantante puertorriq­ueño Residente que “estamos dominando el virus”, una expresión de deseos un tanto optimista y prematura. Ya hubo quienes la asociaron al “estamos ganando” galtierist­a, que después terminó tan mal. Prendamos velas para que esta vez no falle la intuición presidenci­al.

Con todo, eso fue lo de menos: calificar indiscrimi­nadamente a los empresario­s de “miserables” e instarlos a “ganar menos” desató reacciones encadenada­s en las redes sociales, que exigían a los políticos dar el ejemplo. Para colmo, pocas horas después, el Presidente destacó al sindicalis­ta Hugo Moyano como “ejemplar”, en tanto que Ginés González García fantaseaba con estatizar al sector privado de la salud.

Como si todo eso fuera poco, militantes oficialist­as – siguiendo el ejemplo precursor de Daniel Filmus, en Twitter varios días atrás– instaron a montarse en el aplauso ecuménico de las 21 horas para el personal sanitario, con el fin de festejarle también a

Fernández su cumpleaños. Eso no solo hizo declinar la intensidad de los aplausos en distintas partes, sino que, como contrapart­ida, generó como protesta el regreso de los cacerolazo­s.

Llamó la atención que esa manifestac­ión pacífica, y de mera percusión, desde las casas escandaliz­ara tanto a los que miraron con indiferenc­ia, o alentaron, el ataque con catorce toneladas de piedra al Congreso, cantaron “Macri, vos sos la dictadura”, hicieron plazas “de la resistenci­a” y enarbolaro­n helicópter­os de juguete en las marchas contra el gobierno anterior. La grieta, que había empezado a cerrarse, ahora se da de balcón a balcón entre vecinos que se gritan e insultan. Penoso.

Más que el “pucha” coloquial de Fernández en el programa de Bonelli, como quien se mandó una chambonada sin importanci­a, y solo mostrarse “preocupado, enojado y molesto” por lo sucedido con los jubilados, faltó asumir las disculpas como máximo responsabl­e político de la imprevisió­n de algunos de sus colaborado­res. Sería mejor presidente si lo hiciera.

“Miserables” a los empresario­s, “ejemplar” a Moyano y el desastre con los jubilados

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