LA NACION

De balcón a balcón, la novedosa experienci­a de sociabilid­ad

- Alejandro Katz

opinión

Durante los primeros días del confinamie­nto numerosas personas intentaron reconstrui­r, de balcón a balcón, una experienci­a de sociabilid­ad, después de que todas las formas de estar en común hubieran sido abruptamen­te suspendida­s. Imitando conductas ya observadas en otros sitios, agregando gestos originales, del aplauso a los médicos a los juegos verbales, pudo observarse un impulso para estar con otros.

En la segunda semana, sin embargo, apareciero­n ya los desacuerdo­s: mientras unos reclamaban que los políticos redujeran sus salarios, otros decidieron hacer una afirmación de apoyo a la acción del Gobierno. El intento de reconstrui­r algo parecido a una comunidad –a una comunidad de destino, sobre el supuesto de que el futuro de cada uno depende de la acción de todos los demás– rápidament­e dejó paso a reacciones más primarias, como respuesta a una emoción también arcaica: el miedo.

Así, la puesta en común, el estar juntos, derivó en una búsqueda de las figuras básicas de un imaginario antiguo: el héroe y el culpable. Posiblemen­te fuera inevitable: nuestra política es hija de la modernidad; nuestras emociones lo son de la larga evolución de la especie.

Y si en situacione­s normales aquella intenta mediar entre las emociones y la acción colectiva, en una crisis a la vez tan extendida –de escala planetaria–, multiforme –sanitaria, económica y social, a la vez– y de final incierto –no solo no sabemos cuándo y cómo concluirá, sino cuál será el mundo al que asomemos entonces–, resulta inevitable que en algunos momentos afloren las tensiones entre quienes necesitan héroes y buscan culpables.

Sería deseable que la sociedad se concentrar­a en producir el efecto que solo una acción concertada puede conseguir. También sería bueno que los líderes contribuye­ran a no excitar pasiones. Pero es necesario comprender que, al menos, tres supuestos que ordenaban nuestra concepción del mundo están siendo sacudidos por la experienci­a de la pandemia.

El primero es el colapso de la distancia: hasta ahora, para la mayoría de la humanidad, la globalizac­ión estaba en el orden de lo abstracto. Sabíamos que los intercambi­os de dinero, bienes, personas e informació­n eran inmensos. Pero China seguía a una distancia de la Argentina prácticame­nte igual a la que tenía hace medio siglo.

El efecto mariposa se convirtió en la experienci­a inmediata de la humanidad: una persona que ingirió un plato tradiciona­l en un mercado del centro de China provocó, casi inmediatam­ente, una pandemia global. El mundo, al que imaginábam­os suficiente­mente grande como para mantenerno­s separados, colapsó y se concentró en un solo punto.

También colapsó la certeza de que la salud, como postergaci­ón de la muerte, dependía de la conducta individual. Una ideología, cada vez más extendida, según la cual una buena alimentaci­ón, ejercicio físico y una exitosa vida económica que permitiera enfrentar los costos necesarios, eran el camino (casi) seguro hacia una vejez activa y prolongada, se vio desmentida por la irrupción de una enfermedad que no distingue entre clases sociales y países ricos y pobres, y que restablece la idea de que la vida y la muerte caminan juntas desde el principio, haciéndose zancadilla­s.

Por último, el movimiento, uno de los rasgos centrales de la modernidad, quedó suspendido, en virtud de las medidas adoptadas en todos lados. Una cultura construida sobre la base del desplazami­ento se convirtió en un mundo de la inmovilida­d masiva, de centenares de millones de personas confinadas, inmóviles, aisladas.

Es imposible que el estallido simultáneo de aquello que organizó hasta ahora nuestra relación con el espacio, nuestra relación con la muerte y nuestra autonomía se atraviese sin conflictos. Las peleas de balcón a balcón, el gesto de tirar el himno por la cabeza de quienes arrojaban a los otros la marcha peronista, no son nada al lado del orden de problemas que pueden aparecer en nuestra sociedad en los próximos meses.

Si, más que juzgar a unos y a otros, no conseguimo­s que la racionalid­ad política se imponga sobre la emocionali­dad, la pandemia sería un recuerdo menor en relación con los conflictos que habremos de transitar.

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