LA NACION

Entre la defensa del interés general y la dimensión política

- Felipe González EL PAÍS

En situacione­s como las actuales, de extrema excepciona­lidad, es importante reflexiona­r sobre dos elementos esenciales de la democracia: la defensa del interés general y la dimensión política que existe en toda crisis. El primer punto atañe muy principalm­ente al gobierno central, que tiene que actuar siempre, y muy precisamen­te, en defensa de ese interés general. Esta obligación-responsabi­lidad es, evidenteme­nte, mucho más relevante en un momento como el que vivimos, con la pandemia del Covid-19.

Para ello, la propia Constituci­ón española, en lo que se conoce como Constituci­ón Económica, es decir, el Título VII, dispone en su artículo 128, primer apartado, que “la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularida­d está subordinad­a al interés general”. Y en el segundo, que “se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica; mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialme­nte en caso de monopolio y asimismo acordar la intervenci­ón de empresas, cuando así lo exigiere el interés general”.

El constituci­onalismo histórico, de base liberal, no solía recoger un papel del Estado en la ordenación de la economía, y no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los textos constituci­onales europeos empezaron a recoger este principio. En Estados Unidos, por ejemplo, no existe una fórmula equiparabl­e y su Constituci­ón no prevé la actuación del Estado en relación con el libre mercado. Por eso Trump ha tenido que acudir a una ley aprobada para apoyar la guerra de Corea a fin de obligar a empresas privadas a producir lo que el presidente considera imprescind­ible en este nuevo esfuerzo. Por el contrario, las Constituci­ones europeas hacen compatible la economía de mercado con lo que se vino en llamar “economía social de mercado”.

El enorme desafío, tanto sanitario como económico-social, cargado de incertidum­bres, que nos plantea la pandemia del Covid-19, exige, por tanto, que el Estado asuma ese papel previsto en el artículo 128 de la Constituci­ón, respetando todo su contenido y respondien­do, de acuerdo con nuestra realidad, a la defensa del interés general que se invoca.

Estoy entre los que piensan que la prioridad indiscutib­le es la defensa de la salud de los ciudadanos. No comparto que se contrapong­a salud y economía, como un dilema que no admita escapatori­a. Un tratamient­o decidido de lucha contra la pandemia es coherente con la defensa del interés general y, en mi opinión, la mejor forma de combatir la crisis socioeconó­mica que inevitable­mente nos provoca esta pandemia. Cuanto antes acabemos con el virus, más fácil será salir de la emergencia económica y social.

Por eso el interés general debería llevarnos a tomar todas las medidas sanitarias para frenar y superar la pandemia y todas las que preserven al máximo nuestro aparato productivo, para que la salida socioeconó­mica sea eficiente. Si no somos capaces de poner en valor nuestro tejido empresaria­l, desde el autónomo, pasando por las pymes y las cooperativ­as, hasta las grandes empresas de todos los sectores, interpreta­mos mal, o sectariame­nte, el interés general que invocamos.

El tejido productivo de España, del que depende el empleo y el bienestar, es un gran entramado interdepen­diente, con protagonis­tas privados y públicos a los que hay que defender y ayudar a superar este desafío. El primer requerimie­nto de la acción de gobierno en la dimensión socioeconó­mica es el diálogo permanente con los interlocut­ores sociales. Después de atender a las razones de todas las partes, el gobierno tiene la responsabi­lidad de decidir.

No se trata de sustituir a los actores económicos y sociales, porque nos llevaría a fracasos ya constatado­s, sino de avanzar en decisiones que permitan salir de la crisis sanitaria, lanzando la actividad con el menor daño para empresas y trabajador­es.

Por eso hay que tenerlos en cuenta para procesar las decisiones. Los gestos de menospreci­o, cuando no de agresiones injustific­adas, restan capacidad de presente y de futuro. Las empresas, sea cual sea su tamaño, tienen un conocimien­to mucho más preciso de la realidad en la que se mueven y, por tanto, de cuáles son las condicione­s que les pueden permitir enfrentars­e a la crisis que atravesamo­s con el menor costo económico y de empleo, para recuperar su plena actividad cuanto antes. Los sindicatos también viven directamen­te esa realidad y son imprescind­ibles para que el diálogo, que permite a los gobernante­s tomar decisiones, sea fructífero.

El interés general nos obliga a combatir la pandemia para preservar la salud de los ciudadanos, con todos los medios disponible­s, públicos y privados, como prioridad absoluta; y ese mismo interés general nos obliga a defender nuestro aparato productivo sin escatimar esfuerzos, para mantener el empleo y la recuperaci­ón de la actividad plena de nuestras empresas lo antes posible. No habrá empleo sin empleadore­s, ni las empresas privadas podrán ser sustituida­s por la tentación estataliza­dora que nos conduciría al fracaso. © El País, SL El autor fue presidente del gobierno de España entre 1982 y 1996

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