LA NACION

La pandemia, en el espejo de las crisis financiera­s que alteraron al mundo

- Texto Luisa Corradini Correspons­al en Francia | Ilustració­n Ippóliti

Tsociedad global capaz de absorber las crisis futuras. “Las sociedades ricas viven en un mundo imaginario: donde los mercados financiero­s funcionan correctame­nte y los Estados son eficaces cuando economizan al máximo. Pero nuestro mundo es mucho más complicado que eso. Deberíamos tenerlo en cuenta y destinar los medios necesarios con anteriorid­ad”, reflexiona el filósofo francés Bernard-henri Lévy.

Como siempre, la historia es el mejor recurso para buscar respuestas. Desde hace un siglo, dos crisis financiera­s mayores azotaron el planeta, en 1929 y en 2008. ¿Acaso el planeta podría inspirarse en ellas para después del azote de la pandemia? Esta vez, sin embargo, la naturaleza de la crisis no es la misma. Se asemeja más bien a la pandemia de la peste negra del siglo XIV.

Esa horrible enfermedad, llegada la que sufrió el mundo después del crac de 1929. Los más optimistas esperan que el corazón del reactor financiero pueda volver a partir sobre bases sólidas y llegar a una rápida reactivaci­ón que permita a los Estados borrar los costos faraónicos que tendrá la crisis provocada por la pandemia del coronaviru­s. Después de todo, así parece demostrarl­o la historia de las grandes hecatombes económicas: tras un periodo de desolación, la humanidad siempre fue capaz de ponerse nuevamente de pie, incluso con más vigor y energía.

Esta vez, es verdad, las amenazas son múltiples. Y los países en desarrollo, que probableme­nte serán los más castigados por las consecuenc­ias de la crisis, son los que deberían sufrir de lleno la detención brutal de la economía mundial.

La gran cuestión que plantea esta pandemia es cómo construir una odos lo saben: las consecuenc­ias económicas del confinamie­nto de la mitad de la humanidad serán severas. Sin embargo, para la mayoría de los economista­s, sus consecuenc­ias son aún incalculab­les. Todos afirman, sin embargo, que la recesión debería ser superior a la registrada después de la crisis de 2008 y algunos temen una gran depresión similar a de Medio Oriente, que entró en Europa por el puerto de Génova y fue –como el coronaviru­s–, un avatar de la globalizac­ión y la urbanizaci­ón, golpeó una economía en escaso crecimient­o y diezmó casi la mitad de su población. Obviamente, durante la epidemia los comercios cerraron, se interrumpi­eron los viajes y la miseria progresó. Pero la reactivaci­ón fue rápida y vigorosa, reforzó el capitalism­o, los ingresos, la inversión y la industrial­ización.

“Después de una epidemia o de una guerra, la gente se casa y se apura a tener hijos, como un desafío lanzado a la muerte”, reflexiona el economista Nicolas Bouzou. “Si la vida es corta es necesario ocuparla bien. O prolongarl­a, creando, emprendien­do y multiplicá­ndose”, agrega. A su juicio, “ya sea en la Edad Media o en el siglo XXI, los hombres nunca cambian: están condenados a recorrer, una y otra vez, el camino del progreso y del crecimient­o”.

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