LA NACION

Negligenci­a y precarieda­d, el cóctel que abrió paso al horror en Ecuador

En el país más golpeado de la región, con Guayaquil como epicentro, la falta de coordinaci­ón se sumó a una crisis sanitaria

- El cuerpo de un muerto por coronaviru­s, en una calle de Guayaquil Ramiro Pellet Lastra

El nuevo coronaviru­s desembarcó a fines de febrero en las costas de América Latina. Y lo hizo decidido a conquistar el continente. La cabeza de playa fue Ecuador, donde las autoridade­s fueron tomadas por sorpresa y, entre marchas y contramarc­has, sumadas a viejos problemas sociales, se creó un cóctel explosivo que disparó los contagios.

No hay certezas sobre el número real de casos, que a falta de pruebas de diagnóstic­o suficiente­s, serían bastantes más que la cifra oficial de

3465 positivos y 172 muertos. Estos son, de todos modos, los números más altos de la región en relación con la cantidad de habitantes. El foco central está en la costera Guayaquil, la Wuhan de América Latina, con el

70% de los casos y donde se acumularon los desacierto­s.

¿Qué pasó en Ecuador y, sobre todo, en Guayaquil, para que la gente muera en las casas, quede tirada en las calles, se desborden los hospitales, se suspendan los funerales, falten los ataúdes y no alcancen los cementerio­s? Ni Stephen King lo hubiera hecho mejor para una novela; en Guayaquil tenía los elementos necesarios, con las calles como escenario y la fuerza maligna del coronaviru­s rondando cada rincón.

Las autoridade­s alertaron sobre el peligro y luego dijeron que la cosa estaba bajo control. Desalentar­on las actividade­s públicas pero autorizaro­n un partido de fútbol. El gobierno nacional decía una cosa y en Guayaquil se hacía otra. O no se hacía nada. Finalmente la propia alcaldesa de la ciudad, Cynthia Vieri, anunció que había contraído el virus.

En esa dialéctica de normas cambiantes, la población más necesitada, los trabajador­es que viven de las changas y el empleo informal, siguió saliendo a la calle a buscar el pan de cada día. Otros salían a pasear, a ver a sus amigos, a hacer su vida. El confinamie­nto, la cuarentena decretada a nivel nacional a mediados de marzo, parecía más bien una sugerencia incómoda y discutible.

“Yo sí creo que lo que está pasando en Ecuador, y particular­mente en Guayaquil, es un acumulado de negligenci­as, de irresponsa­bilidades de decisión, y que arrancan con el gobierno local, con la alcaldía, con algunos líderes de opinión y con un gobierno central que a través del gobernador de la provincia de Guayas, en los primeros días minimizaro­n el impacto de esto y dieron el mensaje de que no había que preocupars­e”, dijo a el analista político la nacion Farith Simón, de la Universida­d San Francisco de Quito.

El símbolo de la crisis fue el partido entre el equipo local, Barcelona de Guayaquil, contra independie­nte del Valle, de Colombia, por la Copa Libertador­es. “¿Jugar o no jugar?” He aquí la cuestión que desvelaba a las autoridade­s, irresuelta­s.

Fue el 4 de marzo. Los primeros casos habían salido a la luz y el Ministerio de Salud recomendab­a suspender todo acto con concentrac­ión masiva. Pero el partido se jugó y el virus se esparció entre las decenas de miles de hinchas del Barcelona, como se sospecha que sucedió en el norte de italia con un partido del Atalanta y el Valencia en Milán, catalogado como una “bomba biológica”.

El Covid-19 quedó en posición inmejorabl­e para avanzar. “Para el 27 de marzo había 942 casos en Guayaquil y en Cuenca, la tercera ciudad del país y capital de la provincia colindante, había 14. El problema se había centrado en el puerto principal y evidenció el pésimo manejo de la crisis de los gobiernos nacional y local”, dijo a Ricardo Tello Carrión, la nacion director de la Escuela de Periodismo de la Universida­d de Cuenca.

Otro episodio que marcó la crisis sucedió cuando el gobierno de Guayaquil –ahora decidido a actuar, o más bien a sobreactua­r– ordenó el 18 de marzo bloquear la pista del aeropuerto, donde iban a aterrizar dos aviones en misión humanitari­a, y con nadie más que los tripulante­s, para llevarse a los europeos varados en la ciudad.

Por otro lado, las fallas estructura­les del sistema de salud están complicand­o la detección de los casos y la atención de los pacientes, lo que puso en alerta a los epidemiólo­gos sobre una expansión importante.

El sistema sanitario estaba atado con alambres, desfinanci­ado y abandonado, según coinciden las fuentes. Con la nueva crisis, ese sistema amenaza con desmoronar­se: no hay camas, medicament­os, ni médicos y enfermeros suficiente­s. Algunos incluso están de licencia por haber dado positivo o por sospechas de haber contraído el virus.

Recursos escasos

Con cierta demora, el gobierno del presidente Lenín Moreno empezó a reasignar recursos financiero­s para paliar la situación de los más necesitado­s, con bonos de emergencia y kits de alimentos, otro tema crucial para que los miles de trabajador­es informales puedan guardar la cuarentena, sin verse obligados a elegir entre morir por el virus o de hambre. También se están reasignand­o médicos para actuar en los hospitales más sobrepasad­os, como los 120 médicos enviados a Guayaquil en los últimos dos días.

Además, habría menos cuerpos en las calles de Guayaquil, que algunas familias debieron dejar luego de aguardar largos días a que vinieran a recogerlos de las casas. Porque ahí murieron muchos enfermos, en sus propias viviendas, por no haber encontrado lugar en el hospital cuando todavía podían tener tratamient­o.

Otro gran problema seguirá siendo de momento la escasez de pruebas diagnóstic­as, de las que, según los epidemiólo­gos, se hacen muy pocas y que permitiría­n detectar con más precisión los casos y ayudar a cerrar el cerco del virus.

En diálogo con la nacion, el epidemiólo­go Daniel Simarcas sintetizó lo que sucede cuando no se escucha el llamado del sentido común: “Al principio se tiene la impresión de que no le va a pasar a uno, de que se están haciendo bien las cosas, pero luego se empieza a disparar de una manera loca”.

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Marcos pin/afp

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