LA NACION

Luis Eduardo Aute. El hombre que pintó de rebeldía las canciones

- Mauro Apicella

La muerte del cantautor Luis Eduardo Aute, ocurrida ayer, en un hospital de Madrid, podría pasar inadvertid­a en medio de la pandemia Coronaviru­s que azota a España y a buena parte del mundo. Pero para el universo artístico (así, en general porque Aute era cantante, compositor, pintor, poeta y cineasta) no será una pérdida menor sino la despedida de un grande de la canción Iberoameri­cana. Uno que, a los 76 años, dijo adiós y en medio de un planeta convulsion­ado por una peste, una de tantas que él ha denunciado desde su música sutil o desde otros frentes de batalla. Probableme­nte esta no la haya visto venir, como la mayoría de la gente, pero fue un hombre que siempre estuvo alerta, para aportar la reflexión más aguda.

Al cierre de esta edición no se habían informado las causas de su muerte. Sin embargo, venía con antecedent­es severos y una salud frágil. En 2016 sufrió un infarto por el que estuvo casi dos meses en coma y lo obligó a dejar los escenarios.

Tuvo la suerte de ser homenajead­o en vida, y como se merecía. En 2000 había recibido el tributo de varios grandes de la canción de autor, en el disco Mira que eres canalla... Aute, donde figuras de la talla de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Ana Belén, Silvio Rodriguez, León Gieco, Fito Páez, Pablo Milanés, Jorge Drexler y Pedro Guerra, versionaro­n joyas de Aute, como “Pasaba por aquí”, “Al alba”, “De alguna manera”, “Libertad” y “Las cuatro y diez”, entre muchas otras.

Quince años después una nueva generación reivindicó su obra. Giralunas. Un homenaje a Luis Eduardo Aute reunió a una joven camada integrada por Rozalén, Natalia Lafourcade, Vanesa Martín y Abel Pintos, que también quisieron meterse en la profundida­d de su obra. Y en diciembre de 2018, cuando se cumplían los cincuenta años de la edición del primer disco de Aute, varios de los colegas que grabaron el disco de 2000 (más otros como Ismael Serrano y Rosa León) dieron un recital en su honor.

Inspirado, reflexivo, a veces descarnado pero desde la sutileza de una voz grave y cálida, Luis Eduardo Aute fue un militante de su propia rebeldía sesentista que, a pesar de paso de los años y los cambios de paradigmas, pudo conservar hasta con pequeños gestos, la mayoría de las veces artísticos. La libertad, el amor, el desamor, el paso inexorable del tiempo y las situacione­s cotidianas fueron muchas veces el foco de un cancionero que plasmó en 25 álbumes. El primero, de 1968, fue Diálogos de Rodrigo y Gimena; el último, de 2012, El niño que miraba el mar, que le permitió conectarse con el niño que fue, cuando su hija le tomó una fotografía en La Habana, similar a una que su padre le sacó medio siglo atrás, en Manila.

Porque Aute había nacido en Filipinas, el 13 de septiembre de 1943. Y allí vivió hasta los 11 años, cuando su familia decidió trasladars­e a España; primero a Barcelona, luego a Madrid, donde vivió el resto de su vida, en el barrio de Vallecas.

La pasión de Aute fue la pintura, pero la canción tuvo más llegada al público. Además de haber editado más de dos docenas de álbumes, en castellano y un par en inglés, también dejó cuatro registros en vivo y una muy buena serie de ediciones recopilato­rias que denominó Auterretra­tos. Fueron tres y se publicaron entre 2003 y 2009.

Aute ha logrado construir un sólido puente entre la ficción (la fábula) y la realidad cotidiana. Uno de sus discos más celebrados fue Albanta, nombre inventado por su hijo, que refería a un país inexistent­e y utópico. En ese mismo álbum aparece “Al alba”, una de las piezas más recordadas de su repertorio, que estaba dedicada a las víctimas del franquismo.

Muchos años después construyó la imagen de “Giralunas”. En contraposi­ción a la idea de girasol, que baja la cabeza cuando llega la noche, Giralunas va en contra de la corriente.

Su relación con la Argentina comenzó en 1992, cuando vino por primera vez para traer sus canciones para un público selecto, que colmaba pequeñas salas donde se imponía la canción de autor. Con los años su trabajo se hizo más conocido, aquel público creció (en edad y en cantidad) y lo esperaba en teatros de la avenida Corrientes. Durante un tiempo sus visitas se hicieron muy frecuentes. La última había sido en 2014, para presentar el que terminó siendo su último CD de estudio, El niño que miraba el mar, con esa cruda mirada sobre el paso del tiempo y en la pérdida de una inocencia que se vuelve, en algunos casos, nociva.

“Me han hecho observacio­nes sobre eso –decía días antes de su última actuación en la Argentina–. Me han dicho que soy el verso suelto, el que va a su aire y es disidente de todo, que no comulga con nadie. Como la canción ‘Giraluna’. En ‘Verso suelto’ pido perdón porque creo que no me solté del todo”.

Una artista en estos tiempos, con gestos de otros tiempos, que, en esa suma de cualidades, y sobre todo a partir de hoy, con su despedida física, se convierten en atemporal.

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Luis Eduardo Aute

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