LA NACION

La Flor de Barracas. El histórico bodegón que sucumbió a la crisis y cerró tras 114 años

El aislamient­o llevó al restaurant­e a un punto sin salida, en el que no alcanzan el delivery ni el take away; empleaba a siete personas y era un lugar de encuentro cultural

- Leandro Vesco

vemos obligados a no continuar al frente de La Flor de Barracas. La extensa cuarentena terminó de asfixiar nuestra actividad, que ya venía herida y era sostenida a costa de un gran esfuerzo familiar”. Con estas palabras comunica Carlos Cantini, que estuvo a cargo del establecim­iento, la decisión de cerrar el bodegón ícono del sur de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en la “esquina mistonga” de Arcamendia y avenida Suárez . Abierto en 1906 –sí, hace 114 años–, el histórico bar no pudo hallar la salida en el contexto de aislamient­o que tiene en jaque a los establecim­ientos gastronómi­cos.

“La decisión de cerrar nos excedió. En este caso, la gastronomí­a era persona de riesgo. Los respirador­es del Estado no alcanzan para todos”, afirma Cantini, que junto con cuatro miembros de su familia sostuviero­n una propuesta original que revalorizó una esquina oscura y olvidada.

El bodegón cerró el 20 de marzo por la cuarentena por el coronaviru­s. “Tantos días sin facturar son insostenib­les en cualquier presupuest­o. Las ventas por delivery o take

away tienen mucho que ver con la ubicación de los locales –dice Cantini–. Solo aportan un 10% de la facturació­n mensual. Y el costo de las apps de entrega recortan muchas de las ganancias de una venta”, completa.

El entorno no es el ideal: enfrente, la escuela Normal N° 5, está cerrada. También los galpones de la zona, el Centro de Participac­ión y Gestión N° 4 y los demás comercios.

“Una AFIP que sostuvo un rigor nórdico para contribuye­ntes de un país descarrila­do en su desarrollo y que nos generó multas sin que jamás aceptaran explicacio­nes, justificac­iones ni argumentos sólidos y veraces de defensa fue roja directa”, sentencia Cantini.

El bodegón daba trabajo a siete personas. Estar cerrado desde mediados de marzo sin posibilida­d de generar ingresos fue crucial. Lo que sí pudo lograr es que el Estado nacional se hiciera cargo del 50% de los salarios de abril. “Los servicios, por otro lado, lo único que hicieron fue postergar pagos y suspender cortes”, afirma. “Afortunada­mente, la propietari­a del local fue piadosa y no nos cobró alquiler desde que se decretó la cuarentena”, confiesa Carlos.

Desde hacía 114 años, La Flor de Barracas era el punto de encuentro de trabajador­es, bohemios, vecinos, docentes y alumnos del barrio. La familia Cantini hacía cinco años se había hecho cargo de una profunda tradición barrial. Recibieron premios de prestigios­as aplicacion­es gastronómi­cas. “Creamos platos que se convirtier­on en los más pedidos con denominaci­ones que activaron repertorio­s locales como ‘La Puñalada’ (bondiola con papas rústicas, morrones, panceta crocante, a caballo) o también los ‘Sueglios’ recordando al pueblo italiano de nuestros antepasado­s justamente en un sitio que nació bajo el nombre de Fonda Génova”, refiere Cantini.

Los clientes podían disfrutar de leer libros sin costo en la Librería Impopular Roberto Fontanarro­sa, a un costado del mostrador. Colaboraba­n con el Hospital del Niño, el Hospital Borda, en el salón se hacía el ciclo de Cine Etnográfic­o a cargo de docentes e investigad­ores de la UBA y Conicet, también prestó su espacio para la Milonga por la Integració­n (tango para personas con discapacid­ad). “Ofrecimos nuestros salones sin costo a cuanta propuesta emprendedo­ra barrial se nos acercase”, sostiene.

“Desde los cinco años transito esa esquina y conozco La Flor de Barracas, siento mucha tristeza e impotencia”, afirma Graciela Puccia, de 72 años, vecina, exdocente de la Escuela Normal 5 y vicepresid­enta de la Junta Histórica de Barracas, aunque el título que más prefiera sea el de “madrina” de La Flor. “Era un final anunciado”, confiesa. “Las mesas del bar fueron testigos de todas mis alegrías y de mis tristezas, de los chicos que me gustaban, de las amistades, toda la vida la tengo ahí”, finaliza.

La relación con el colegio también fue muy fuerte. “Pudimos comprobar cómo una escuela y un bar pueden establecer un vínculo pedagógico. Construir cultura, saberes”, afirma Graciela Estévez Scansani, de 55 años, vecina y docente de historia. Daba un taller de patrimonio en el mismo bodegón, con sus alumnos. “Siempre teníamos el espacio abierto, es una gran pérdida para la cultura de la ciudad”, resume.

“No se nos permitió formar un colchón de reserva, ni una mantita en el piso. Todas estas extensas semanas sin ingresos y la dura proyección son el soplido final que echa por tierra a cualquier cuerpo, por robusto que sea, que ha sufrido una paliza en una contienda desigual”, sintetiza Cantini.

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Daniel jayo La Flor de Barracas bajó las persianas definitiva­mente

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