LA NACION

Cruzó el océano Atlántico en un velero para ver a sus padres

Juan Manuel Ballestero, de 47 años, partió de Portugal el 24 de marzo y ayer llegó a Mar del Plata; una travesía con sustos y emoción

- Darío Palavecino CORRESPONS­AL EN MAR DEL PLATA

MAR DEL PLATA.– Si algo le faltaba era un buen chubasco de bienvenida. “Una bombaza”, definió a la fuerte lluvia frente a estas costas. Había hecho una parada obligada y larga en Vitoria, Brasil, por una avería. También una última escala en La Paloma, Uruguay, y, desde allí, el lunes emprendió el último tramo de su travesía más osada: cruzar en un pequeño velero el océano Atlántico, desde Portugal hasta Mar del Plata, no ya como una aventura de navegante solitario como había hecho en 2011, sino para poder sortear la ausencia de vuelos y reencontra­rse aquí con sus padres, de 90 y 82 años.

Un “¡vamos, carajo!”, con brazos en alto lanzó un extenuado, pero sonriente Juan Manuel Ballestero, enfundado en un mameluco rojo y con una boina negra. El mismo grito, a modo de saludo, le devolvió su hermano, Carlos, que lo esperó en uno de los muelles del Club Náutico, frente al que quedará anclada Skua, embarcació­n de apenas 8,8 metros de eslora y 3500 kilos. Fue su transporte y su hogar desde el pasado 24 de marzo. Barbado en tono platinado, Ballestero ancló en el espejo interior del puerto local, donde deberá cumplir un aislamient­o de 14 días. Si las autoridade­s sanitarias tienen algo de comprensió­n, tal vez le descuenten los casi tres días en alta mar.

No pudo llegar a tiempo para el cumpleaños de su papá, Carlos. No podrá abrazarlo el próximo domingo, cuando se celebrará el Día del Padre. O quizá, si se habilita la posibilida­d de un testeo que descarte pronto que no es portador de coronaviru­s y, entonces sí, también podrá besar a Nilda Gómez, su mamá.

Saludó a los amigos que fueron a darle la bienvenida en la siempre bravía embocadura del puerto. Lo recibieron con aplausos por igual desde las escolleras norte y sur. “Manden una milanesa”, gritó desde la cubierta, en tono de broma, pero con la ilusión de que le cumplan el deseo luego de casi tres meses en alta mar, por momentos en medio de rutas de enormes buques de carga. Una literal cáscara de nuez entre colosos de miles de toneladas.

Ballestero, de 47 años, recurrió para esta epopeya a un velero plástico. “Lo que se necesita aguas adentro es acero”, había reconocido en un video que les envió a sus amigos cuando tuvo el percance y se cansó de sacar agua del casco frente a las costas de Brasil. “Es una locura”, le habían dicho cuando les comentó que izaría las velas del frágil Skua porque, en medio del impacto que el coronaviru­s tenía en Europa, lo único que quería era volver a la Argentina.

Ya lo había hecho en 2011, casi como un desafío personal. Aquella vez –contaron sus amigos a la nacion– por problemas con la documentac­ión del velero se tuvo que ir pronto. Y terminó en Uruguay. Hoy está decidido a quedarse. El abrazo con sus padres está a un paso.

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Mauro v. rizzi Ballestero saluda tras la epopeya a bordo de Skua

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