LA NACION

La mala praxis y el relato golpean las expectativ­as

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Si las expectativ­as económicas ya venían dañadas antes de que se agravara la curva de contagios del coronaviru­s, los nuevos frentes de conflicto abiertos ahora por el gobierno de Alberto Fernández agregan más incertidum­bre al rumbo de corto plazo.

No se trata solo de la ausencia de un plan económico en el horizonte o del incierto replanteo de las medidas de asistencia estatal entre las actividade­s más o menos afectadas por la cuarentena, que en el AMBA tampoco tiene un final a la vista.

La novedad de las últimas dos semanas fueron los casos de mala praxis oficial, encubierto­s por un relato del albertismo que reflota los anacrónico­s dogmas del cristinism­o, invoca indebidame­nte el concepto de soberanía, ensancha la grieta política y genera tanta confusión como desconfian­za en el plano institucio­nal.

Hasta la atinada determinac­ión del Presidente de evitar el noveno default de la Argentina –que sería un duro golpe para la economía pospandemi­a– quedó envuelta en este clima de incertidum­bre, por más que los mercados externos siguieran apostando a un acuerdo entre el Gobierno y los tres comités de acreedores privados para evitar males mayores. Como era previsible, la negociació­n se tensó al máximo después de las sucesivas prórrogas para mejorar la oferta inicial, que ahora agregan otra por más de un mes, hasta el 24 de julio.

En números, la distancia entre el valor presente que calculan ambas partes (US$6000/7000 millones, prorratead­os en 20 años) no justificar­ía una ruptura, pero eso dependerá de una decisión política. También lo fue pagar vencimient­os entre diciembre y abril por

US$4500 millones para demostrar una negociació­n de “buena fe”. A esta altura podrían considerar­se pagos inútiles y/o mala praxis. Lo mismo que la insistenci­a del ministro Martín Guzmán en la sostenibil­idad teórica de la deuda hasta

2030 con aval del FMI, cuando –en plena pandemia, con desplome del PBI y creciente emisión monetaria– es una incógnita la sustentabi­lidad de la economía para este año y los subsiguien­tes.

Pero, además, el Ministerio de Economía aportó una rebuscada definición para poner en marcha un inusual canje inverso, de bonos en pesos por bonos en dólares. Con el argumento de recuperar la “soberanía monetaria” y construir una curva de rendimient­os en pesos con opciones de ahorro y financiami­ento para el sector público y privado a mediano plazo, anunció la emisión de tres bonos en dólares por US$500 millones cada uno, que serán licitados en agosto, septiembre y noviembre y podrán ser suscriptos con instrument­os en pesos. En otras palabras, se trata de una medida para que los tenedores externos de bonos (en especial, el fondo global Pimco) renueven hasta entonces los vencimient­os en pesos y no los vuelquen de inmediato a la compra de dólares en el mercado.

La primera experienci­a resultó exitosa, tras el refinancia­miento de casi $130.000 millones (82% del total que vence pasado mañana) a tasas de 29% anual nominal. No obstante, el concepto de soberanía monetaria va por otro lado: implica estabiliza­r la economía, también de forma sustentabl­e, para que el peso no siga perdiendo valor frente a la alta inflación de dos dígitos anuales que la Argentina padece desde hace décadas.

En cambio, el Gobierno acaba de sufrir un inesperado traspié con la decisión del juez de Reconquist­a a cargo del concurso preventivo de la agroexport­adora Vicentin, de reponer en sus funciones a los administra­dores de la empresa y mantener a los intervento­res designados por el Poder Ejecutivo solo como veedores-controlado­res.

Aunque el proyecto de ley de expropiaci­ón no fue enviado esta semana al Senado como estaba previsto (ante la posibilida­d de que no sea aprobado por la oposición en Diputados), esta novedad judicial pone en jaque a la combinació­n mala praxis-relato con guion K.

Sin ir más lejos, la TV Pública describió el jueves la trayectori­a de Vicentin a través de un breve como sesgado video con formato de línea de tiempo. Los hitos: fue creada en la gran depresión mundial de 1929; amplió su capacidad en las décadas posteriore­s; se expandió durante las dictaduras de Juan Carlos Onganía y de Rafael Videla; se diversific­ó con el cristinism­o y se sobreendeu­dó con el macrismo, hasta desembocar en una crisis similar a la del gobierno anterior.

Por su lado, la Casa Rosada ya había comenzado a desactivar el insólito concepto de “soberanía alimentari­a” utilizado por Alberto Fernández al anunciar la intervenci­ón. Llamativam­ente, este argumento no apareció en los extensos consideran­dos ni en el articulado del DNU que dispuso la medida. Pero su sola mención encendió luces de alarma en la cadena agropecuar­ia; no tanto porque es claramente aplicable a los países más pobres importador­es de alimentos y no a los exportador­es como la Argentina.

Según la definición validada por la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Agricultur­a y la Alimentaci­ón (FAO), la “soberanía alimentari­a incluye el derecho a proteger y regular la producción nacional agropecuar­ia y a proteger el mercado doméstico del dumping de excedentes agrícolas y de las importacio­nes a bajo precio de otros países”. O sea que, si adoptara taxativame­nte la primera parte, el Estado tendría una excusa política para intervenir en las decisiones de producción del sector privado. El detalle es que el organismo lo incluye para los países de Centroamér­ica con menor producción de alimentos.

A diferencia del decreto, la soberanía alimentari­a aparece solo con algunas citas marginales en el instructiv­o con el membrete del Frente de Todos destinado a aportar al bloque oficialist­a de diputados una serie de consignas en defensa de la iniciativa. Pero el dato saliente de este documento de 39 páginas (que LN Digital publicó el lunes último), es que dedica más de un tercio del texto a evaluar la repercusió­n mediática bajo la óptica de la grieta política. Concretame­nte, detalla el número de entrevista­s realizadas por las principale­s radios y canales de televisión a referentes del oficialism­o (36%) y de la oposición (64%) desde el anuncio presidenci­al. También transcribe citas textuales de políticos, empresario­s y periodista­s. Y llega a la consabida conclusión de una supuesta campaña mediática orquestada por dirigentes opositores; en especial de Juntos por el Cambio, al vincularlo­s con el millonario aporte de Vicentin a la campaña electoral de Mauricio Macri.

No es la única, ya que agrega una encuesta con más de 80% de respuestas a favor de una mayor intervenci­ón del Estado en la economía pospandemi­a para llegar a otra conclusión polémica. “El carácter profesiona­l y científico de las gestiones de YPF, Aerolíneas Argentinas y AYSA, por citar casos paradigmát­icos en sociedades con participac­ión estatal mayoritari­a, demuestra que el rol de la gestión estatal está vivo y vigente en el día a día de la economía. Es así en casi todo el mundo”, expresa.

La figura de la línea de tiempo fue empleada también ayer por el senador Mariano Recalde para explicar el previsible cese de operacione­s de Latam Argentina: “Latam ganó con el kirchneris­mo, perdió con el macrismo y no resistió al coronaviru­s”, simplificó. El extitular de Aerolíneas Argentinas omitió que Latam compitió en desventaja con Aerolíneas Argentinas, cuyas pérdidas fueron cubiertas por subsidios del Estado (casi US$4800 millones en el período 2011/19) que pagan todos los argentinos, aun aquellos que nunca hayan subido a un avión. Y que, en plena pandemia, recibió el golpe de gracia con la intimación del Ministerio de Trabajo para pagar el 100% de los sueldos, cuando sus ingresos bajaron a menos de cero por la devolución de pasajes emitidos y los sindicatos aeronáutic­os rechazaron el recorte de 50%.

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