LA NACION

Policiales con síncopa

- Por Humphrey Inzillo

Puedo argumentar por qué no me gustó Whiplash (2014), la ópera prima de David Chazelle. En una línea: por falta de empatía, por la ausencia de amor a la música en esa historia. No puedo explicar, en cambio, qué fue lo que hizo que no me gustara La La Land (2016), su segundo film, que aggiornaba la mejor tradición de musicales hollywoode­nses. Es, como todas, una mirada subjetiva. aunque esas películas tenían como eje el lenguaje musical que forjó mi educación sentimenta­l, no las disfruté. Esos antecedent­es sólo sirven para explicar por qué tardé varias semanas en darle una chance a The Eddy, la serie que Chazelle dirigió para Netflix (a decir verdad, sólo se encargó de los dos primeros episodios). Con alegría debo contarles que, como dice el refrán, la tercera fue la vencida.

La historia transcurre en París, donde el pianista neoyorquin­o Elliot Udo (personific­ado por André Holland), monta un club de jazz junto a su socio, el trompetist­a Farid (Tahar Rahin). Un asesinato en la puerta del local llevará el eje de la trama. Pero lo mejor de The Eddy no es el argumento, sino el modo en que está narrado. Lo mismo ocurre con el jazz: más allá de de lo que indique la partitura, lo que importa es la interpreta­ción. El swing.

Udo, que grababa para el sello Blue Note, se radica en la Ciudad Luz tras un bloqueo artístico y afectivo, y sin poder tocar se desempeña como productor de un sexteto de jazz, la banda anfitriona del lugar. Uno de los grandes aciertos de la serie es el casting, que incorporó a músicos para interpreta­r a esos personajes, entre los que se destaca la cantante Joanna Kulig, que mantiene una sinuoso relación amorosa con Udo, y el pianista Randy Kerber, que tenía experienci­a tras de cámaras, como compositor e intérprete de bandas sonoras (Forrest Gump, entre otras). La tensión es constante a lo largo de toda la serie, no sólo por el argumento policial (Udó queda en medio de los investigad­ores y un grupo mafioso), sino por sus vínculos ondulados con los miembros del grupo, con su hija adolescent­e y con su propia existencia. La banda sonora, interpreta­da en vivo en notables pasajes, traza una curiosa conjunción entre el bebop y el hard bop, entre otras vertientes del jazz, y el pop.

Jazz & Pop era el nombre de la disquería que mi papá y mi tío tenían en los años 70, y fue el nombre que le cedieron a Néstor Astarita, el Negro González y Gustavo Alessio para inaugurar uno de los boliches de jazz más emblemátic­os de la escena vernácula. Curiosamen­te, eran tres músicos los que tuvieron la iniciativa de generar un espacio para sus colegas, en plena dictadura militar. Pero ese, lamentable­mente, no es el único link con The Eddy.

El 6 de abril de 1978, todo el mundillo del jazz argentino –de Fats Fernandez a Nano Herrera, incluso Luis Alberto Spinetta– asistió a la inauguraci­ón de ese espacio que sería “una utopía musical en tiempos de oscuridad” (el maestro Sergio Pujol dixit). La programaci­ón de esa velada incluía presentaci­ones de, entre otros, Dino Saluzzi, Litto Nebbia y Enrique “Mono” Villegas. Conozco la historia de primera mano, porque mis padres estuvieron allí (al poco tiempo, mi madre quedaría embarazada: por poco no fui testigo uterino).

El tipo estaba borracho y, acodado en la barra, protestaba porque Litto Nebbia había terminado su set, y estaba tocando el Mono Villegas. “¡Que toque Litto Nebbia!”, vociferaba, interrumpi­endo la actuación del trío del Mono Villegas. En un par de oportunida­des fue el profesor y productor

El tipo estaba borracho y, acodado en la barra, protestaba porque Litto Nebbia había terminado su set

Oscar Chillkowsk­i quien intentó tranquiliz­arlo, llevándolo a la vereda para que tome aire y no moleste al resto de la audiencia. Sin embargo, el tipo insistía, y fue el fotógrafo y contrabaji­sta aficionado Eduardo Blasco (de la agencia Noticias Argentinas) el que tomó la posta. Mi madre, que estaba charlando con Egle Martin, había salido a tomar aire, fue testigo de la escena. En la vereda, y sin mediar palabra, el borracho (se supo luego que era polícía), terminó la discusión disparándo­le un tiro en la yugular a Blasco, que cayó muerto.

Hay dos muy buenas crónicas de esa noche circulando, una escrita por el mencionado Chilkowski, y otra por Sibila Camps, por entonces una incipiente periodista. El factor común de los recuerdos incluye una caminata hasta la comisaría más cercana, donde dividieron a los hombres de las mujeres. El Mono Villegas, evocando viejas anécdotas, hizo llevaderas las horas de encierro. A pesar del trágico inicio, Jazz & Pop se transformó en un refugio para músicos de diversas vertientes: transitaro­n Rubén Rada, Gustavo Bergalli, Chick Corea y Hermeto Pascoal. Igual que en The Eddy, la banda sonora fue excelente.

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