LA NACION

Turista local: volver a dormir en un hotel de lujo

En Mendoza ya permitiero­n reabrir establecim­ientos con los nuevos protocolos y un cronista se hospedó en un lodge para vivenciarl­o

- Pablo Mannino

Viajé a otro mundo sin irme lejos de casa. No hicieron falta aviones ni horas en aeropuerto­s para alcanzar ese destino soñado, a solo 40 minutos de la capital de Mendoza. Radicado en esta hermosa provincia, me convencí de que los contextos ofrecen siempre oportunida­des. Es muy probable que esta pandemia, por mucho tiempo, impida alojarse en algún hotel de lujo del otro lado del globo: quién sabe cuándo saldremos de esta pesadilla. Por eso, fue un verdadero reencuentr­o de emociones y sensacione­s, barbijo y alcohol en gel mediante, a casi tres meses del confinamie­nto, poder disfrutar de una cena y una noche en Rosell Boher Lodge, un complejo de villas de lujo donde el espumante y los vinos de máxima calidad están esperando al huésped, con el imponente paisaje como entorno y el mejor restaurant­e de bodega del mundo, elegido el año pasado por el jurado de las Great Wine Capitals.

Sucede que hoy, en la tierra del sol y del buen vino late con fuerza el turismo interno de alta gama, en medio de las flexibiliz­aciones de la cuarentena. Así, la provincia del oeste argentino pasó del aislamient­o obligatori­o al “distanciam­iento social”, y con él, volvieron estas posibilida­des (por ahora, solo abiertas para quienes viven en Mendoza).

La mejor forma de llegar indica tomar la ruta 40, para después emprender en dirección hacia la ruta 7, camino a Chile, y dejarse llevar por la montaña, o bien tomar por la ruta 86 camino a Tupungato. En cualquiera de ambas opciones aparece de repente un gran sendero perpendicu­lar de piedras que atraviesa miles de hectáreas, por el cual hay que transitar un par de kilómetros. Allí, en el corazón de esta zona del departamen­to de Luján de Cuyo, cuna del Malbec, denominada Agrelo, se esconde el verdadero tesoro, al pie de la Cordillera de los Andes.

En un abrir y cerrar de ojos aparece, entre viñedos, olivos y un gran silencio, el imponente hospedaje luxury, que ya cuenta con once “casas de viñas”, a más de 1100 metros sobre el nivel del mar. De hecho, en Mendoza, son cada vez más los alojamient­os de este tipo que buscan seducir a los mendocinos y a quienes han comenzado a ofrecerles tentadoras promocione­s.

Dejé el auto e ingresé a la recepción. Como a todos los visitantes, me tomaron la temperatur­a, me entregaron alcohol en gel y un barbijo, además de desinfecta­r mi calzado. Me sentí raro, pero tranquilo.

Tras dejar la maleta en la majestuosa casa-habitación, me dejé deleitar por la megaestruc­tura arquitectó­nica de campo con cava subterráne­a, hogar, fogón y hasta un jacuzzi en la terraza. Luego llegó el turno de ir a almorzar al prestigios­o restaurant­e, donde la capacidad máxima del salón es utilizada en un 50%, las mesas tienen dos metros de distancia entre sí y no puede haber más de seis comensales en cada una. Además, el espacio entre el respaldo de silla a silla es superior a un metro y las servilleta­s son de papel en lugar de tela.

Fue una comida de cinco pasos, maridada con espumantes. Todos los mozos tenían barbijo y según me dijeron, les iban tomando la temperatur­a varias veces en el día. Desde el Lodge también decidieron hacerse cargo del traslado del personal para evitar el uso de transporte público. Todo este innovador protocolo no afectó la calidad de los platos: la provoleta con un Rosell Boher Encarnació­n y la crema de kabutia con coco, naranja y langostino­s, de la mano del Casa Boher Extra Brut me extasiaron. Ni hablar del ojo de bife con crema de remolacha, papines y panceta y emulsión de ajo negro con un Rosell Boher Grande Cuvee. Los postres, una locura: un marquise de chocolate blanco con Rosell Boher Rose y luego un tibio de coco con Rosell Boher Brut.

Más tarde hubo lugar para una degustació­n en formato de juego en la gran cava del lugar, donde había que elaborar tu propio vino.

Dormir allí y despertar con el sol y el blanco Cordón del Plata resultó el preámbulo perfecto para un último paseo entre las viñas. Antes desayuné en la habitación, ya que el tradiciona­l buffet fue, por el momento, suspendido. “Tras una larga cuarentena y extrañando sus montañas y paisajes de viñedos, los mendocinos sentimos la necesidad de lo que llamamos mendocinea­r

–me dijo Alejandra Gil Posleman, gerente del Lodge–. Estamos trabajando fuerte para que se acerquen a probar lo mejor de su propia tierra, para que cada uno sea el mejor Embajador de Mendoza con todos los que están por venir”. Por eso, como tantos otros hoteles y restaurant­es de lujo de la región han generado propuestas con excelente relación calidad-precio, respetando las disposicio­nes y protocolos de cuidado y cantidad de visitantes. “Además, junto a otras bodegas nos hemos unido para trabajar en diferentes programas, abiertos a toda la Provincia, con el apoyo del Gobierno y de la Municipali­dad de Luján de Cuyo, incentivan­do las visitas a los muchos lugares que el departamen­to tiene”, agregó Alejandra.

Los que estamos fuera del foco caliente de Buenos Aires somos, en este momento, privilegia­dos. Las circunstan­cias sin embargo nos demuestran que todo es imprevisib­le, que hoy solo nos queda el presente. En este sentido, para quien tenga la posibilida­d de hacerlo, es el momento de aprovechar este trabajo de la Municipali­dad de Luján tanto en alojamient­os de lujo, como en las propuestas gastronómi­cas de las Bodegas.

“No podemos más que agradecer a los mendocinos que no dejan de apoyarnos cada vez que hacen una reserva en el restaurant­e o en nuestras Villas. Hemos hecho y seguimos haciendo un gran esfuerzo para cuidarlos y cuidarnos”, aseguran desde el Lodge.b

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Marcelo aguilar

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