Un plano inclinado hacia una menor actividad e inversión
La Argentina tuvo una enorme recuperación en la producción de granos desde 2015 a la fecha. El maíz y el trigo son los ejemplos emblemáticos. Estos dos cereales aumentaron su producción un 70 % y un 100% respectivamente en nuestro país en solo cuatro campañas.
El punto de inflexión se dio a fines de 2015, cuando se comenzó a poner fin a políticas que eran hostiles a quienes invertían. Así se dio lugar a otras políticas que brindaron expectativas positivas a toda la cadena granaria. El sector privado vio la oportunidad y fue el protagonista de este drástico cambio en la tendencia, arriesgando e invirtiendo.
Las señales que llegaban a la producción se enfocaban en alentar la iniciativa privada, con una baja gradual y constante en el gasto público, que daba el sustento para ir reduciendo la asfixiante presión impositiva.
Un estado con vocación de abrir mercados, como el de harina de soja a China, cerrando acuerdos con Unión Europea junto a nuestros socios del Mercosur, transitando el largo camino de desburocratizar la maraña de regulaciones, como lo fue la eliminación del Registro fiscal de operadores de granos (RFOG), mecanismo que actuaba como una herramienta intimidatoria y a veces de castigo, la unificación del tipo de cambio y la reducción significativa de derechos de exportación con el objetivo bien claro del presidente Macri de eliminarlos. Estas fueron algunas de las medidas que ayudaron a revertir la tendencia declinante en la producción de granos a partir de fines de 2015.
Los estímulos favorables a la producción llegaron en un contexto macroeconómico desfavorable, acompañados por contramarchas, que hay que reconocer que existieron, y tuvieron su impacto negativo. Pero la inercia a la caída de la producción de cereales, no solo se frenó, sino que se invirtió, y comenzó el crecimiento y aceleración de la producción.
Se produjo un salto en las exportaciones, las cuales se duplicaron para el caso del maíz, y más que triplicaron para el caso del trigo. En estos dos granos solamente se exportaron 26 millones de toneladas más que lo que se exportaba hasta 2015, por un valor aproximado de más de 4500 millones de dólares adicionales al año. Así se traccionó a toda la cadena, con efectos positivos como, por ejemplo, el de duplicar el uso de fertilizantes en tan solo cuatro años.
Para el caso de la soja, los aumentos productivos no fueron tales por diversos motivos. Por un lado, el desequilibrio entre cultivos que imperó durante el periodo kirchnerista, forzado por la prohibición y regulación de exportaciones trigo y maíz, que había desbalanceado las rotaciones de cultivos, volviendo estas a la normalidad a pa rtir 2015. Y, por otro lado, a pesar de bajar los DEX de la soja, desde un 35 % en 2015 a un 24 % en 2019, la soja fue un cultivo que mantuvo una presión impositiva muy elevada.
Queda bien claro que las producciones responden a los estímulos, a los mensajes, y desde ya a precios internacionales. No hay un yacimiento de soja, ni una mina de trigo, ni una cantera de maíz con producciones constantes. No son recursos naturales los granos. La producción responde a contextos, y los aumentos de producción se dan con un “clima de negocios agrícola favorable”. No hay otra manera. La inversión se alimenta de expectativas.
Por otro lado, la caída de la producción y la exportación frente a un “Clima de negocios agrícola desfavorable”, sucede indefectiblemente también, pero hay cierta inercia del aparato productivo hasta que se van materializando las malas políticas, y se instala la generación de desconfianza y desaliento entre los que toman decisiones. Como en su momento lo fue el caso de los Registros de Operaciones de Exportación (ROE) implantados para trigo y maíz en 2008, que hicieron estragos en la producción recién un par de años después, y no inmediatamente cuando fueron implementados.
Hoy, la sumatoria de noticias que crean desconfianza, como las idas y venidas en materia de “juntas de granos”, la sugerencias de estatización comercio exterior, el proyecto de expropiación Vicentin, el virtual desdoblamiento cambiario, los aumentos al doble de los DEX, la indisimulable vocación del gobierno a los aumentos de impuestos, el gasto público que no tiene miras de ser reducido y, fundamentalmente, el avance del poder ejecutivo sobre las instituciones y propiedad privada, son mensajes que van horadando la confianza. Esas señales se van transformando de a poco en decisiones de los distintos actores de la cadena, comenzando por el productor. Decisiones que van señalando un camino que nos lleva derecho a un plano inclinado hacia una menor actividad e inversión. De esta manera en poco tiempo, el envión productivo que alimenta las decisiones de quienes siembran, invierten, industrializan y comercializan empieza a perder fuerza.
Las expectativas también se construyen o destruyen metro a metro.